Reino del improperio

Reino del improperio

Siempre me ha chocado la facilidad con que los dominicanos prodigan los insultos. Con sólo mencionar el nombre de alguien en una reunión de más de tres personas, podremos oír una serie de frases denigrantes. “Ese no es más que”… y a seguidas, un ladrón, un sinvergüenza, delincuente, traidor, ratero, “pesetero”, bandido de siete suelas, capaz de vender a su madre. A veces estas expresiones son proferidas con una entonación que nos hace suponer un rencor personal. Pero si preguntáramos al “opinante”: ¿tuviste algún encontronazo con esa persona: podrías escuchar: “no, ni siquiera he hablado con él; es que me han contado su vida y milagros”.

Quiere decir que, a través de otros individuos de boca vitriólica, ha sabido de la conducta deshonrosa del sujeto aludido. Pero no se toma el trabajo de comprobar las acusaciones o, simplemente, de escuchar testimonios diferentes. Sin haber oído “la otra campana”, transmite la información tal cual se ha recibido. Y así corre, como una bola de nieve por una pendiente, hasta que en cualquier tertulia de café es posible oír: “no sé si es verdad que hace estas cosas: pero … todo el mundo lo dice”. Y es declarado culpable en un torneo de maledicencia, sin boletas, ni urnas, ni actas de votación.

Ahora, con motivo de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, hemos leído los insultos más desconsiderados desde uno y otro bando: nazi, racista, antihaitiano, nacionalista perverso, genocida, son algunos motes; y de igual modo: traidor, vende-patria, come cheques, agente extranjero, impostor, resentido social. No es nada nuevo. Durante la Guerra Fría, izquierdistas y derechistas intercambiaban los peores calificativos. Se escupían mutuamente todos los días, endilgándose rótulos infamantes. Esta costumbre denigratoria no se limita al ámbito de la política y de las ideologías sociales.

Abarca también las vidas privadas de hombres y mujeres, las actividades artísticas, docentes, intelectuales. No tocaré los asuntos referentes a la sexualidad, que fácilmente podría añadir el lector de su propia experiencia “chismológica”. Citaré una expresión idiomática que revela la actitud estrictamente contraria. Se dice: fulano de tal “se deshizo en elogios” al referirse a zutano. Con sólo revisar las redes sociales de “Internet” descubriremos que los dominicanos, lamentablemente, “se deshacen en improperios”.

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