Reinvención del trabajo

Reinvención del trabajo

EDUARDO JORGE PRATS
Una de las noticias positivas tras el paso de la tormenta Noel fue la intensa labor desplegada por miles de voluntarios de todo el país para socorrer a los damnificados.

En equipos preestablecidos por organizaciones ciudadanas o formados espontáneamente para enfrentar el meteoro, estos socorristas voluntarios han ayudado a las autoridades en las labores de rescate, han suplido su ausencia donde fue necesario y, lo que no es menos importante, han contribuido con su ejemplo a movilizar toda la ciudadanía en este calamitoso momento nacional.

Cuál es el sentido actual de este trabajo cívico? ¿Qué nos dice acerca de lo que debe ser el perfil de la sociedad dominicana y de sus relaciones con el Estado? ¿Qué lugar ocupa el trabajo cívico en la construcción de un Estado Social que asegure la procura existencial de todos? Para contestar esta pregunta, es imprescindible esbozar un diagnóstico de la situación del trabajo en las sociedades contemporáneas. Este diagnóstico solo puede concluir en lo que, a simple vista, no parecería tan obvio pero que, si se mira con detenimiento es una realidad insoslayable: en nuestras sociedades, premodernas, modernas o posmodernas, el desempleo es la regla, el empleo la excepción. Y esta realidad ni siquiera un «turbo crecimiento» la podrá cambiar, a menos que esperemos el largo plazo en el que todos estaremos muertos, como bien decía John Maynard Keynes.

El diagnóstico no es nuevo. Desde Jeremy Rifkin («El fin del trabajo») hasta Viviane Forrester («El horror económico») está claro que la sociedad del trabajo, tal como fue construida en las sociedades capitalistas durante el siglo XIX y más de la mitad del XX, o ha llegado a su fin o ha mutado a niveles irreconocibles tanto para Adam Smith como para Kart Marx. Hoy, para decirlo con las palabras de André Gorz, «sabemos, sentimos, comprendemos que todos somos desempleados o subempleados en potencia, trabajadores a tiempo parcial, jobbers en condiciones precarias. Pero lo que todos y cada uno de nosotros sabemos aún no se ha convertido en conciencia de nuestra común y nueva realidad».

Lo que vivimos es, según la frase de Ulrich Beck, la «brasileñización de Occidente». En este escenario, al cual no escapa República Dominicana, los trabajadores dependientes con empleo a tiempo completo representan sólo una minoría en comparación con la gran masa de los económicamente activos. Como afirma Beck, «la mayoría vive en unas condiciones laborales precarias. Abundan los vendedores ambulantes, los pequeños comerciantes y los pequeños artesanos, que se ofrecen como asistentes domésticos de toda suerte, o los ‘nómadas laborales’ que se mueven entre los campos de actividad más variados». Esto no es un residuo de la premodernidad, como pensaban los economistas del desarrollo en los 60 y los 70, sino que es un rasgo estructural que acompaña incluso a las economías hiperdesarrolladas.

El reconocimiento de esta realidad implica la necesidad de desplegar acciones que permitan enfrentar la situación laboral en el marco de la «segunda modernidad» (Beck) o «modernidad reflexiva» (Giddens). Esto implica popularizar las nuevas tecnologías de la información (Castells), insistir en la educación y capacitación de los recursos humanos, presionar para esquemas de comercio justo (Stiglitz), sacar provecho de las fuerzas indetenibles de la migración, implementar esquemas de «trabajo sostenido» o ecológicamente correcto, crear marcos institucionales adecuados para los pequeños empresarios autónomos y, lo más importante, redimensionar el trabajo cívico como modelo de la nueva sociedad laboral (Beck).

El trabajo cívico contribuye a la realización de los derechos fundamentales en la medida en que contribuye a su eficacia vía la ayuda de los ciudadanos a terceros. Este trabajo no es gratuito sino que se recompensa con el dinero de los ciudadanos aportado a las organizaciones cívicas del Tercer Sector, para lo cual se requiere un régimen fiscal que fomente la responsabilidad social de las empresas. El trabajo cívico no es obligatorio sino voluntario por lo que realiza la libertad de trabajo. Es local porque comienza desde la municipalidad, la «familia de familias» de Hostos. Es autoorganizado. Es crítico en cuanto sirve a los marginados y a las minorías. Su lema es: «No preguntes qué puede hacer el Estado, sino que puedes hacer tú para acabar con la situación de miseria actual».

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