WASHINGTON.- Las más recientes revelaciones sobre las fallas del espionaje en vísperas de los ataques terroristas del 11 de septiembre se hacen eco de las batallas entre la CIA y la FBI que empezaron aun antes de que fuera fundada la Agencia Central de Inteligencia.
El 6 de septiembre de 1945, cuatro días ants de que la rendición japonesa pusiera fin a la Segunda Guerra Mundial, el director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), J. Edgar Hoover, escribió un desagradable meemorándum al Procurador General Tom Clark sobre uno de sus mayores rivales, el general William Donovan, el jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos, el servicio de espionaje de tiempos de guerra. Donovan quería un servicio de espionaje en tiempos de paz, y Hoover consideraba eso como una amenaza al poder de la FBI. Los planes de Donovan, escribió Hoover, representaban nada menos que «la perpetuación» de su dinastía «por medio de la continuación de su agencia bajo otro nombre en el campo del espionaje mundial».
Avancemos casi 60 años. Aunque los nombres y asuntos han cambiado, aunque los funcionarios se esfuerzan por insistir en que las agencias están cooperando ahora, las tensiones persisten.
Parece probable que el testimonio esta semana ante la comisión que investiga los ataques del 11 de septiembre por parte de los jefes de ambas agencias conducirá a otra ronda de titulares sobre la mala comunicación entre las dos agencias. Y pudiera encender viejas animosidades. El viernes, la Casa Blanca pareció indicar un esfuerzo para distanciarse de la FBI ofreciendo evidencia de que se instruyó a esa agencia más de dos meses antes de los ataques del 11 de septiembre para que incrementara el escrutinio de supuestos terroristas dentro de Estados Unidos. Y funcionarios dijeron que el Presidente George W. Bush fue informado más de un mes antes del 11 de septiembre de que simpatizantes de Osama bin Laden planeaban un ataque dentro de Estados Unidos con explosivos y querían secuestrar aviones.
Exactamente cómo respondieron la FBI y la CIA, y si compartieron información, será analizado por la comisión sobre el 11 de septiembre esta semana.
Las agencias nunca han podido zanjar completamente la división cultural que se remonta a esas primeras disputas entre Hoover y Donovan. Por supuesto, el actual director de la FBI, Robert S. Mueller III, no es J. Edgar Hoover, y el director de la CIA, George J. Tenet, no es «Wild Bill» Donovan, y por ello las batallas entre sus dos agencias hoy son mucho más civilizadas. Pero la comisión seguramente se enfocará en las oportunidades perdidas por agentes de la CIA y de la FBI para evitar los ataques en Nueva York y Washington, asuntos planteados por el testimonio la semana por parte de la asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, y la semana previa por su jefe de antiterrorismo, Richard A. Clarke.
Pero funcionarios de ambas agencias probablemente se esforzarán más por decir que la mala voluntad y la mala comunicación son historia previa al 11 de septiembre. Frecuentemente argumentan que los malos viejos días han terminado, y que ahora están cooperando más que nunca antes.
Esto seguramente es cierto. Los agentes de la FBI y de la CIA ahora trabajan lado al lado en casos de contraespionaje y antiterrorismo y, gracias en parte a la Ley Patriótica, comparten un nivel de información sin precedente. Pero si sus guerras feudales han terminado, han surgido nuevos problemas inesperados.
Ambas agencias han luchado por adaptarse a nuevos papeles en la guerra contra el terrorismo. Y han enfrentado la amenaza de nuevos rivales burocráticos ansiosos de una parte del terreno disponible.
La FBI ha enfrentado el mayor ajuste de actitud. Desde el 11 de septiembre, los republicanos han criticado al gobierno de Bill Clinton por haber estado demasiado dispuesto a tratar a los ataques terroristas como asuntos judiciales, casos criminales que debían ser investigados por la FBI y luego procesados en tribunales federales.
El gobierno de Bush ha desechado ese enfoque. Después del 11 de septiembre, el presidente ordenó que el terrorismo fuera un asunto de seguridad nacional, y que los terroristas fueran tratados como enemigos mortales, que debían ser matados o captuados y deportados, lejos del alcance de los abogados.
La política de Bush significa que el antiterrorismo es primordialmente tarea de la comunidad del espionaje y las fuerzas armadas, mientras que los funcionarios judiciales a menudo son obligados a permanecer al margen.
Por ejemplo, la FBI pasó meses investigando metódicamente el bombazo de octubre del 2000 del destructor estadounidense Cole en Yemen. Después de los ataques del 11 de septiembre, las reglas de involucramiento cambiaron. En el 2002, un personaje importante en el bombazo del Cole fue muerto con un misil Hellfire disparado desde un Predator no tripulado operado por la CIA. No fue arrestado ni la FBI le leyó sus derechos.
Mientras tanto, agentes de la FBI que pasaron años rastreando a sospechosos de terrorismo como el hombre que se cree fue la mente maestra del 11 de septiembre, Khalid Shaikh Mohammed, casi seguramente nunca tendrán la satisfacción de verlo enjuiciado en un tribunal federal. Ahora está bajo custodia de la CIA en una ubicación no revelada en algún lugar del extranjero. Algunos funcionarios de la FBI expresan en privado frustración por su incapacidad para continuar llevando sus casos contra esos personajes importantes.
La guerra mundial contra el terrorismo ha llevado a un reforzamiento de la CIA, colocando enorme presión sobre la institución. Más dramáticamente, ha reconstruido su rama paramilitar largo tiempo descuidada, lo que ha llevado a una coordinación más estrecha con las unidades de fuerzas especiales de las fuerzas armadas en la cacería de terroristas. Pese a todas las críticas que ha soportado -tanto sobre el 11 de septiembre como sobre Irak- la agencia ahora parece estar en el asiento del conductor en la lucha del gobierno de Bush contra Al Qaeda.
Pero la CIA y la FBI han encontrado una causa común en una batalla política: Han trabajado duro para oponerse a la campaña para hacer cambios en las operaciones de espionaje.
Desde el 11 de septiembre, ha habido una serie constante de propuestas para la reorganización de las dos agencias. Muchas propuestas incluyen la creación de una agencia de espionaje interno similar al MI-5 de Gran Bretaña. Se espera que la comisión sobre el 11 de septiembre presente varias ideas de cambios para evitar futuros traspiés.
Hasta ahora, la burocracia ha eludido un cambio radical. El gobierno ha aceptado sólo medidas a medias. El nuevo Departamento de Seguridad Interior tiene una oficina de espionaje, pero modesta. Para contrarrestar los llamados a una agencia de espionaje interno independiente, el gobierno aceptó crear un centro de análisis de amenazas terroristas, pero está siendo dirigido por la CIA y la FBI.
Como resultado, dos años y medio después del 11 de septiembre, la FBI sigue siendo la agencia líder en terrorismo interno, mientras que la CIA sigue teniendo la iniciativa en el extranjero. Y aún no se comprenden completamente una a la otra.