Ningún país del mundo ha sido más reconocido en las calles y avenidas de Santo Domingo que los Estados Unidos de América.
También han recibido ese homenaje muchos de sus hombres sobresalientes, como George Washington, Abraham Lincoln, John F. Kennedy, Sumner Wells, Charles Sumner…
Y además, instituciones, como el Cuerpo de Paz y la U.S. Marine Corps, que también ostentan sendas vías de la capital.
No se ha reparado en históricas injerencias y ocupaciones del territorio nacional por parte de esa nación ni en sus intervenciones en procesos del acontecer.
Quizá porque también ha ofrecido valiosos aportes a gobiernos y ciudadanos y porque ha contado con la admiración de influyentes antepasados desde época antigua.
Su Constitución fue tomada como modelo para redactar la dominicana tras recuperar la emancipación.
Por otro lado, esa tierra ofrece generosa acogida al emigrante nativo que se instala allí en busca de mejores condiciones de vida.
Emilio Rodríguez Demorizi comparó las Cartas Magnas norteamericana y dominicana y las publicó como “El acta de la Separación Dominicana y el Acta de Independencia de los Estados Unidos” y pone, uno al lado del otro, párrafos que son casi idénticos.
El conocido historiador publicó después “Apuntes de viajes” y narra sus experiencias en una visita a Norteamérica donde conoció lugares emblemáticos, además del Departamento de Estado. Allí conversó con “verdaderos conocedores de nuestra Patria, de sus tierras y de su historia”.
Científicos, historiadores, investigadores, arqueólogos, botánicos, fotógrafos, economistas, geólogos y otros expertos de ese país han residido en República Dominicana indagando sobre temas de su especialidad, como Sumner Wells, Irene Wright, Samuel Hazard…
En la Biblioteca del Congreso está reflejada en documentos la historia nacional, como consignó Rodríguez Demorizi:“Hay millones de libros y de periódicos, de manuscritos, de mapas y de planos, todos nuestros prosistas y poetas, malos y buenos, antiguos y modernos…”.
Tal vez teniendo más en cuenta esos nexos de amistad y colaboración que las acciones negativas de ese Estado hacia la Patria dominicana, el presidente Joaquín Balaguer consideró que una importante avenida de la capital debía llamarse Estados Unidos de América, y justificó su designación ante el Congreso.
Francisco Romeo Hernández publicó el libro “República Dominicana, Estado 52 de los Estados Unidos de Norteamérica”, elogioso al país del norte, en el que apunta: “Independientemente de la voluntad de los pueblos y gobiernos de Estados Unidos de Norteamérica y de República Dominicana, somos un país poderosamente atado por los lazos de la geopolítica a la gran nación norteamericana” y pone de relieve la “dependencia dominicana en los aspectos económicos, cultural y político”.
La Constitución dominicana. Emilio Rodríguez Demorizi escribió que para ver hasta qué grado influyeron las instituciones e ideas norteamericanas en las de la República Dominicana, bastaría estudiar el Manifiesto del 16 de Enero y la Constitución de San Cristóbal, de 1844”.
Indudablemente, agrega, el redactor del Manifiesto tuvo presente, ante los ojos, al concebirlo, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, debida a la sabiduría de Jefferson, firmada el cuatro de julio de 1776.
Y señala que “a ninguna fuente de mayor pureza, pues, pudo acudirse para que la revolución dominicana no tuviese el aspecto de un motín de felices consecuencias, sino el carácter de una solemne y reflexiva determinación”.
Observa que los primeros párrafos de ambos documentos evidencian, hasta la saciedad, la certidumbre de tal aserto. Y agrega: “Adviértase no solo la paridad de ideas, sino también de palabras y frases…”.
La avenida. El dos de julio de 1976 Joaquín Balaguer se dirigió al presidente del Senado recordándole que el cuatro de ese mes y año se celebraría el bicentenario de la fundación de los Estados Unidos y que para asociarse al acontecimiento creía conveniente que el país, “vinculado estrechamente a aquella nación”, rindiera un homenaje “al pueblo de Washington, Jefferson y Lincoln”.
Y que nada más oportuno para reverenciar la memoria de los fundadores de esa nación, que designar en la capital “una de sus principales avenidas con el nombre de Estados Unidos de América”.
Escogió, en su extensa misiva, “la que parte desde el Faro a Colón y se extiende hacia el Este hasta la avenida de las Américas, junto al Parque de los Tres Ojos”.