Las relaciones que históricamente hemos desempeñado con nuestro único vecino, Haití, ciertamente no acusan una referencia armoniosa, sino bronca y desconfiada, porque del otro lado de la frontera la visión primigenia fue centrada desde sus inicios en la indivisibilidad de la isla conforme al Tratado de Aranjuez de l795.

Esa visión produjo la ocupación de la parte Este de la isla por Toussint Louverture en 1822 y ocasionó 29 batallas, escaramuzas y pleitos entre 1844-1856 que ahora Haití concreta su original hegemonismo isleño con una presencia ilegal subrepticia, peligrosa, quinta columna artera, de unos dos millones de nacionales haitianos sin documentación en su país de origen ni carnetización laboral en el nuestro.

Ese fenómeno migratorio fue desbordado en los tres gobiernos del presidente Leonel Fernández, y ahora, que el presidente Danilo Medina visualiza otra versión y construye su proyecto político proyectado al futuro, que lo tiene, aunque en ciernes, inicia un temario nuevo en las relaciones bilaterales con el dificultoso vecino.

Prueba al canto es su visita al vecino, país el 26 de abril último, a propósito de la  V Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, donde trató con su par haitiano Michael Martelly temas muy sensibles como dotar de documentos de identidad a nacionales haitianos (acta de nacimiento) y carnetizarlos aquí en Migración y el Ministerio de Trabajo.

Cierto que la colaboración es una palabra mágica en las relaciones entre los Estados, en reciprocidad de ventajas para ambos, con el debido respeto, sin la transgresión de los preceptos que norman las relaciones normales.

Aunque no es del todo cierto como se decanta el director de Comunicación de la Presidencia, Roberto Rodríguez Marchena de que “Haití  no es problema para RD” (El Caribe 29-04-l3), Sí que los hay, viejos, muchos, grandes, y ahora la visión del presidente Medina permite apreciar una solución gradual del añejo problema haitiano.