Relato de mis muertos

Relato de mis muertos

Hastiado y casi llegando al cansancio total al ver a tanta gente vistiendo esas multicolores máscaras que esconden la hipocresía en los rostros simuladores y engañadores de una sociedad deformada y deformante, decidí un día indagar sobre la sinceridad del fallecido.

De niño, cada vez que alguien moría oía de labios de mi abuela la consabida exclamación, ¡ese ya está en la verdad! ¿A qué se refería la madre de mi padre cuando soltaba dicha expresión? Creo que catalogaba el mundo que le tocó vivir como uno que se basaba en la mentira. Por algo nos hacían repetir cada mañana en la escuela un canto que empezaba así: No digamos jamás la mentira/ no engañemos a nuestros papás/ que no hay cosa más bella que un niño/ cuando sabe decir la verdad”.

Dos largas décadas de escolaridad habrían de transcurrir antes de que el aguijón de la curiosidad por saber el misterio que encierran los difuntos se nos clavara y vertiera su embrujo en nuestras venas. A partir de ese momento hemos dedicado todo nuestro esfuerzo a comprender el idioma que hablan los cadáveres. ¡Cuántos secretos guardan estos inanimados seres! ¡Cuántas sorpresas esconden en sus cuerpos! Empezaron su vida con una pequeña incógnita y se marcharon cargados de respuestas para muchas interrogantes que el miedo impide a los vivos hacerle.

¿Qué dicen los vestidos enmascarados? Murió en un intercambio de disparos. ¿Cómo responde el desnudo fallecido? Si hubo intercambio seguro que lo fue entre las manos homicidas de quienes me acribillaron. ¿Qué otra cosa argumentan los vivientes encubiertos? Pereció de muerte natural luego de una larga enfermedad en el recinto carcelario. ¿Qué evidencia el occiso? La adquisición del virus del SIDA en el ambiente promiscuo de una celda, seguido del contagio con el bacilo de Koch y la consiguiente tuberculosis que puso fin a su calvario.

Puesto que esas verdades niegan un ordenamiento social justo, donde la seguridad ciudadana sea la regla y no la excepción, se hace perentorio reducir el volumen o apagar los micrófonos para que las ondas sonoras salidas de las entrañas de los muertos no se vuelvan consignas subversivas que atenten contra las buenas costumbres de una humanidad que sacó al mono de las cavernas y ahora regresa con el hombre lobo hacia la selva. El muerto es ese cordero que descubre los pecados del mundo. Libre de cubierta, y sin miedo a la represalia, nos cuenta la forma en que le educaron y alimentaron con tóxicos ambientales para que su estadía en el valle de lágrimas fuera corta y traumática.

Lo criaron a palos y lo enterraron con fanfarria y romo. Sus lágrimas fueron de sangre pero lo velaron con llanto de cocodrilo. Lo acorralaron cargado de deudas, desempleo, hambre, desamor y miseria, para luego dejarlo encerrado a solas con una soga de regalo y una viga en el techo que mostraba donde debía atar uno de los cabos del lazo. ¡Cuántas historias reales y calatas me han contado los callados difuntos! Seguiré traduciéndoles a mis amigos los muertos sus guardados secretos. Cuando yo ya no tenga vida entonces alguien más, con bisturí y tijera prenderá el micrófono, subirá el volumen y nuevos parlantes dejarán también oír mis desnudos secretos.

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