Por Julia Ramírez
Eran aproximadamente las 8:00 p.m. en una noche cualquiera de la semana. Me encontraba en la habitación de mi hija de dos años, observando cómo disfrutaba jugando con su nuevo set de trenes, en ese momento mi esposo entró en la habitación. No sé si fue el ambiente o el juguete nuevo que le había comprado, pero una pregunta provocó una conversación profunda: «¿Por qué insisten tanto en la igualdad de género?»
Su comentario denotaba una preocupación genuina. «Si una fábrica de cemento está buscando personas para cargar sacos, allí no se hablaría de igualdad», expresó. Esta inquietud es común en muchas personas que perciben la igualdad como un concepto que beneficia exclusivamente a las mujeres y perjudica a los hombres. Sin embargo, nada podría estar más lejos de la verdad.
Aunque no soy experta en el tema, intenté explicar de manera sencilla y amable: «Querido, no se trata de eso». Le dije: «Tenemos una hija, y estoy segura de que deseas que cuando crezca, se valoren sus capacidades y que tenga la oportunidad de competir por puestos de alta dirección sin sufrir discriminación». Le expliqué que no debería enfrentar preguntas sobre su estado civil, si tiene hijos o si planea tenerlos, preguntas que a un hombre jamás les harían a fines de considerarlos para un puesto de trabajo.
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Añadí que estoy segura de que no le gustaría que nuestra hija trabajara en una empresa donde su crecimiento dependa de soportar o convivir con acoso laboral, y que no tenga un sistema de denuncia que la proteja. Le dije: “Supongo que deseas que ella disfrute de los mismos derechos que un hombre, y eso es lo que implica la igualdad”. No se trata de caprichos o vocabulario», sino de asegurar que las personas son valoradas por igual sin importar su género. Es como tomar dos currículos, eliminar los nombres y elegir basado en las competencias, luego vemos si el agraciado era hombre o mujer.
En nuestra conversación, no faltaron los datos. Le dije que sería injusto para nuestra hija que, siendo más calificada que un hombre para un puesto de trabajo, ese trabajo sea otorgado a un hombre solo porque el evaluador (a) pertenece al 50% de las personas en el mundo que todavía creen que los hombres son mejores líderes que las mujeres o porque piense que ese es un trabajo «para hombres». Ojo, no se trata de afirmar que las mujeres son superiores a los hombres, sino de reconocer que ambos son igualmente competentes.
También mencioné que más del 25% del mundo considera aceptable que un hombre maltrate a una mujer, y estoy segura de que ningún padre desea ver a su hija sufrir violencia. Además, señalé que menos del 11% de los líderes estatales y menos del 10% de los líderes gubernamentales son mujeres, a pesar de que las mujeres obtienen niveles educativos más altos.
Vivimos con «normas sociales» arraigadas que han moldeado nuestras percepciones sobre el papel de la mujer en el hogar, en el trabajo y en la sociedad en general. Si cada padre reflexionara sobre la sociedad en la que desea que su hija crezca, ¿Qué derechos le otorgaría? ¿Qué haría para que ella pueda desarrollarse plenamente y sin miedo?
Cerré nuestra conversación con una pregunta simple: ¿Estás dispuesto a luchar para que nuestra hija viva en una sociedad donde pueda alcanzar todo su potencial sin ser juzgada, menospreciada o maltratada?