Relato de una noche espeluznante

Relato de una noche espeluznante

El 2 de enero del año en curso, salimos desde Santo Domingo al poblado de la Ciénaga en Manabao, Jarabacoa, para ascender al otro día a la Compartición, luego al Pico Duarte y después al valle del Tetero. El grupo estaba dirigido por Campamento Bosque Verde de ECA, e integrado por 116 miembros (62 mujeres): dos cocineros, dos médicos, tres paramédicos, 20 monitores y el resto invitados de diferentes nacionalidades: belgas, suizos, húngaros, italianos, finlandeses, alemanes, norteamericanos, peruanos, noruegos, hindúes y dominicanos. Llegamos a las cinco de la tarde e instalamos 28 tiendas de campaña. Luego de la cena discutimos los procedimientos a seguir para el siguiente día.

El día 3 amaneció lloviznando. A las 6:00 de la mañana, después del desayuno iniciamos el recorrido hacia la Compartición. La lluvia arreció a las 8:00 de la mañana. La caminata hacia la Compartición es aproximadamente de 18 kilómetros, equivalentes a 30 o 35 kilómetros, en llano. En camino seco se realiza en unas 8 o 10 horas para personas lentas. Ese día los caminos estaban saturados y el lodo hacia insoportable la marcha.

A las 12:00 del día, veinte personas estaban atrasadas a pesar de que contábamos con 11 mulos de monturas. Calculé que llegarían a eso de las 9:30 de la noche. Llegamos al cruce del Tetero a las 2:20 de la tarde.

El ascenso al pico Yaque fue insoportable para mis acompañantes, el lodo, las charcas y el incesante caer del agua se convirtió en un infierno. Usábamos capotes contra el agua, pero en las partes no cubiertas, el efecto de capilaridad del agua hizo que todas las ropas se humedecieran al igual que nuestros cuerpos.

Personas de otros grupos caminaban solas sin ninguna orientación, sin mapa de la ruta y sin saber cuán distante estaba el próximo campamento. Muchas de ellas, que visitaban por primera vez la zona, descansaban mucho más tiempo de lo indicado.

A las 6:30 de la tarde llegamos al firme del Pico Yaque antes de Agüita Fría; seguía la lluvia y ya era de noche. Estaba preocupado por mi hijo de 12 años, José Alvis, a quien había enviado adelante con dos miembros del grupo, para que avanzara los más que pudiera y se expusiera menos tiempo al clima, ya que yo debía seguir recogiendo y alentando a los rezagados de mi grupo. De todas maneras, conocía la capacidad de respuesta de José Alvis a la fátiga, pues tenía más de tres años entrenando conmigo.

De ese lugar despaché los últimos doce miembros de nuestro grupo con Francisco Torres y cinco mulos de montura, además de un guía local, pues tenía que devolverme a buscar a Claudio, a la coordinadora de la AFS, Ramona Díaz y a mi ayudante Andrés que estaban a medio camino entre el cruce y Agüita Fría.

Tomé un mulo e intenté bajar lo más rápido posible. La lluvia seguía, el frío me calaba los huesos y el mulo no quería avanzar ya que la oscuridad era total a pesar de mi linterna. Baje corriendo llevando el mulo de reata hasta encontrar a Ramona con otras diez personas de otro grupo. Vi que ella podía avanzar sin problemas y seguí hacia abajo encontrando a Andrés echando maldiciones, pues el mulo de Claudio no quería moverse. Cambiamos el mulo y seguimos hacia adelante. Alcanzamos a Ramona y enviamos a Claudio con ella y las otras personas hacia la Compartición, distante según mis cálculos, en función del lodo, la lluvia y la fatiga de los caminantes.

Un grupo de unos quince extranjeros decidió acampar en Agüita Fría. Les dije que era una temeridad, ya que las temperaturas bajan de cero y es incómodo encender una fogata. Seguimos nuestra marcha. Ya íbamos para 16 horas continuas de lluvia, algo que nunca me había ocurrido a pesar de que este era mi viaje 59 a la zona y hacía cinco días que acababa de bajar del pico con otro grupo, donde el clima fue mucho más favorable. En ese momento no veía bien el reloj y me acordé de que al cambiarme la camiseta dejé los lentes en el camino del firme del Pico Yaque. Le dije a Andrés que avanzara y me devolví a buscarlos. Después de media hora, los encontré en unos pajones.

Alcancé a Andrés y a Ramona con sus nuevos acompañantes, que estaban fatigados y no querían continuar. Atrás quedaban como doce personas de otro grupo, bastante retiradas. Seguía lloviendo y estabamos calados hasta los huesos. Dejo a Andrés con un mulo y los miembros del otro grupo, me llevo a Ramona y a los últimos cuatro miembros de mi equipo. A las 9:00 de la noche cesó la lluvia y aclaró, haciendo que la temperatura bajara más.

A las 9:38, llegamos a Compartición. Encontré un cuadro dantesco, pocas fogatas, muchas personas apiñadas alrededor de ellas, el suelo todo mojado y enlodado, la cabaña atiborrada de personas de diferentes grupos, pocas informaciones y muchas desinformaciones.

Grupos tratando de ayudar a quienes no debían y creando caos adicional, inexpertos tratando de aparentar lo contrario y ayudando a crear mas confusión, personas repartiendo recriminaciones a diestra y siniestra; alarmistas y oportunistas que se aprovecharon de la fatiga de las jóvenes para supuestamente darles calor y cambiarles las vestimentas mojadas por las secas, y rateros que aprovecharon el caos para sustraer cámaras, focos, guantes, “sleeping bags”, tiendas, mochilas y otros artículos personales. Ocho miembros de mi grupo, incluyendo mi hijo, se estaban calentando en la cabaña.

Cuando llegué a nuestro campamento las tiendas estaban instaladas y la cena estaba lista, Carmelo de la Cruz, el segundo en mando del grupo, lo tenía todo dispuesto. El balance fue el siguiente: cuatro muchachas fueron atendidas por fatiga y enfriamiento por los médicos del grupo, tres miembros de mi equipo estaban muy fatigados por las idas y venidas para remolcar a otros, el resto estaba fatigado pero muy bien. Los grupos vecinos tuvieron muchos lesionados y algunos de ellos llegaron a eso de las 2:00 de la mañana.

El día 4 amaneció lloviendo. En esas condiciones no valía la pena iniciar el recorrido hacia el pico. Tampoco era favorable quedarse allí. Descartamos retornar a la Ciénaga pues la marcha era mucho más larga e incómoda que hacia el Valle, donde las condiciones eran más propicias.

Los otros grupos retornaron a la Ciénaga. Los coordinadores de las excursiones no crean o fabrican las condiciones climáticas y a veces hay que variar o suspender la excursión debido a causas no manejables por ellos.

Llegamos temprano. El grupo base que habíamos enviado el día anterior nos esperaba con un sancocho caliente, mucho arroz, jengibre, una gran fogata y todas las tiendas instaladas. Descansamos dos días. La noche del día 5 los médicos Pedro Grullón y Héctor Díaz, determinaron quiénes requerían mulos.

El día 6 de enero estuvo soleado hasta el regreso. El retorno fue duro, prácticamente 18 kilómetros de lodo interminable, los pies se hundían hasta la rodilla y se quedaron muchos zapatos enterrados en el lodo, pero el grupo estaba preparado psíquica y físicamente.

El balance de todo el viaje según lo que contacté por mi cuenta: mi grupo ciento por ciento bien, fue el más numeroso y el más rápido. El grupo de Agüita Fría retornó a la Ciénaga el día 4 y tuvo que bajar en camilla a una extranjera. Los otros grupos se devolvieron.

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