Relatos de pobreza

Relatos de pobreza

A causa de una incomprensible y parece que exagerada comprensión por el dolor ajeno, mantuve desde la infancia una disposición “automática” a cargarme con los problemas de otros e intentar aliviarlos. La angustia de aquella negra desnutrida que se aparecía los sábados frente a la imprenta paterna, andurreando la acera de la calle José Reyes en procura de que su marido le diese algo de dinero antes de que lo gastase en ron, me inquietaba mientras él, frenético, la perseguía calle arriba, gritándole “maldita negra”, apenas detenido por los otros obreros y tipógrafos que se sacrificaban entregándole veinte centavos o algo parecido (entonces el dinero valía y se podía hablar de tres centavos de aceite, un puñado de arroz, dos pizcas de salsa de tomate y cosas por el estilo).

Pero yo no conocía las grandes carencias. Las intuía. Porque unas veces más, otras menos, nuestra mesa siempre lucía bien provista: moro, carne mechada, frituras, albóndigas, pan, y dulces domésticos… Ahora, al ver en aquella pobre mujer, del modo en que puede manifestarse el hambre, aquellas piernas escuálidas, el rostro que nunca fue bonito, aquel pecho reseco y, sobre todo, la enorme tristeza de su mirada, me pareció estar frente a la radiación de algunos fragmentos del “Inferno” de Dante, que no sé cómo había llegado a mis manos llenas de violín y de sueños.

La pobreza siempre me ha interesado. Por eso no puedo olvidar aquel 24 de diciembre en que me paseaba con mi padre por El Conde y vimos al poeta, escritor y político Rafael Damirón, obeso, grandilocuente y afectuoso, sentado en una mesa central en “La Bombonera”, ensimismado en la cuenta de un fajo de billetes.

En voz baja decía: Farmacia… siete pesos …Pulpería… doce… deuda al vecino… cinco pesos… alquiler de la casa con tres meses vencidos a veinticinco pesos… chinero… dos pesos… Manolito… siete pesos…

Y respirando profundamente sin habernos observado, dijo en voz alta: Todo está resuelto. ¡Todo pago! Entonces nos vio.

-Uff. ¡Salí de esta vaina! ¡No le debo a nadie!… Un momento… ¿y Damirón? No veo aquí a Damirón… no queda nada para Damirón…

-Nada para Damirón. ¿Ajá? ¿24 de diciembre y nada para Damirón y su familia? Pues ¡todo para Damirón! Y metió las papeletas en el bolsillo trasero del pantalón y se marchó orondo, arrastrando una amplia sonrisa.

Mi padre me refería un caso parecido en que él fue protagonista. Debía dos meses de alquiler y había asegurado que al día siguiente los pagaría, porque recibiría un dinero importante. Era 2 de septiembre de 1930. Empezaba a anochecer. Cuando el cobrador de Ulises Albino apareció con el recibo, papá le dijo: -Sí, efectivamente me pagaron. ¡Mira! –y sacó un fajo de dinero de su grueso pantalón- tengo el dinero, pero no me gustan esos guaraguaos que están volando por ahí arriba. Ven mañana y te pago.

El día siguiente era 3 de septiembre. El ciclón de San Zenón arrasó. La mortandad y destrucción fueron horribles. La casa quedó temporalmente inhabitable. El mobiliario flotando y el drama vibrando. Tocándose el abultado bolsillo, papá decía:

-Si pago ayer, me jodo.

 

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