El generalísimo Trujillo regresó muy malhumorado de su viaje a España
A principios de la década de 1950, el dictador Rafael L. Trujillo viajó a España, en una visita de Estado a su homólogo, el generalísimo Francisco Franco, de donde regresó “virao” como un tiburón.
El mal genio momentáneo del Jefe se llevó de pasada a dos de sus acompañantes, su íntimo amigo y colaborador, Anselmo Paulino Alvarez, y el jefe de la Marina de Guerra, vicealmirante Homero Lajara Burgos. Ambos fueron cancelados de sus respectivos puestos, por circunstancias muy poco conocidas.
El embajador dominicano en España era el respetado y culto diplomático don Emilio García Godoy, mientras que Mario Read Vittini, de presidente del Partido Dominicano en San Cristóbal, fue enviado como secretario de primera clase en la nación europea.
En su retiro en Estancia Nueva, Moca, don Emilio relató a Mario la confrontación que sostuvo con Trujillo por un problema de protocolo.
Dentro de la agenda que debía agotar el generalísimo dominicano en España figuraba una cena de gala en el Palacio de La Moncloa dedicada en su honor, pero el gobernante se sentía cansado y estaba remolón para asistir a la actividad.
Uno de los edecanes militares que le habían puesto a su servicio, el coronel Molina, de la guardia española, le dijo a Trujillo que había expresado su sentimiento de que hubiese deseado no asistir a ese compromiso: “Vuestra excelencia, usted es libre de ir o no ir. ¡Usted es un invitado especial del generalísimo Franco y usted puede hacer lo que quiera”.
Acto seguido, don Emilio, medio incómodo y con fuerte acento dijo al militar: ¡“No señor… ¡El generalísimo Trujillo no puede hacer eso, precisamente porque es un invitado a una visita de Estado por el generalísimo Franco y él no puede faltar a una ceremonia que hagan en su honor, sin inferir una grave ofensa a la nación que lo ha invitado y a su anfitrión, el Jefe del Estado”.
Volviéndose a Trujillo le dijo: ¡Usted tiene que ir.!”. Usted no puede eludir ese compromiso sin crearle un grave daño a la República Dominicana, a la que usted representa en este momento”. Y Trujillo, con poco ánimo, expresó a su embajador: “Emilio, yo estoy demasiado cansado… ¿No se podrá presentar alguna excusa apropiada? El coronel español intervino de nuevo y le repitió: “Vuestra Excelencia puede presentar cualquier excusa y será recibida con beneplácito por el Gobierno español”.
Y don Emilio le respondió, ya en tono airado: –“¡No es así, señor coronel…!”. Al generalísimo Trujillo se le presentó con mucha anticipación una agenda oficial, que él mismo, después de examinar cuidadosamente y con suficiente tiempo, la aceptó, devolviéndola con su aprobación por mi intermedio y yo, que soy su embajador ante el Gobierno Español, soy el responsable de su cumplimiento. ¡Usted va…! –dijo volviéndose a Trujillo– ¡o yo le renuncio aquí mismo¡”. Trujillo, a regañadientes, contestó: –“Está bien, Emilio. Tú ganas”. El Jefe se vistió y asistió a la cena.
Concluida la agenda en España el dictador regresó al país completamente irritado “rompiendo y rajando” por todos lados.
Algunas personas e instituciones quisieron manifestarle su alegría por el “feliz regreso” de su líder y benefactor, entre ellos el Ayuntamiento de San Cristóbal, cuya Sala Capitular dispuso el engalamiento de su pueblo natal, colocando guirnaldas por todas las calles con luces multicolores, como expresión de regocijo general del pueblo por su retorno.
En la organización de estas actividades el Cabildo contrajo una deuda de 90 mil pesos, una suma muy elevada para la época.
Los actos fueron organizados por el síndico municipal, ingeniero Manuel Prieto, que contó con el respaldo de los regidores.
Enterado Trujillo de estas actividades en su honor, dispuso el traspaso de todos los acueductos a la Liga Municipal Dominicana, con el propósito de liberar a los cabildos de la onerosa carga que representaban en sus presupuestos.
Ante la disposición de la superioridad, el síndico Prieto escribió una carta al secretario de Interior, Virgilio Alvarez Sánchez, donde sugería que el servicio de agua se mantuviera bajo control de su ayuntamiento, ya que se reciben ingresos suficientes de su operación y para cubrir otros capítulos”.
Horas después de la recepción de la carta en la Secretaria de Interior, el síndico Prieto estaba cancelado “por pretender contrariar una disposición “de la superioridad” (leáse el Jefe Trujillo).