Relectura de Fouché, el genio tenebroso (de la Revolución francesa), según Stefan Zweig

Relectura de Fouché, el genio tenebroso (de la Revolución francesa), según Stefan Zweig

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§ 5. ¿Por qué escribir en 2019 sobre Fouché? Porque fue un sujeto único, múltiple y contradictorio desde el principio hasta el final de su vida política, incluso como un individuo surgido con la Revolución francesa, al igual que millones de franceses que participaron en ese acontecimiento histórico, pero solamente él sobrevivió a todos los demás políticos de su tiempo y se erigió en paradigma del príncipe maquiavélico a través de quienes aparentaban gobernar según las Constituciones.
§ 6. La entrada en la Iglesia le proporcionó a Fouché un conocimiento profundo del ser humano y una pragmática del poder para no dejarse manipular y ser el gran manipulador, pero no la riqueza que sus progenitores concibieron para su hijo: «A los veinte años adquiere en esta Orden [de los padres filipenses]–que desde la expulsión de los jesuitas prevalece en toda Francia– la educación católica, honores y cargo. Un cargo pobre, sin mucha esperanza de ascenso; pero siempre una escuela en la que él mismo aprende a la vez que enseña. Podría llegar más alto: ser fraile un día, tal vez obispo o Eminencia, si profesara. Pero cosa típica en José Fouché: ya en el escalón inicial, en el primero y más bajo de su carrera, resalta un rasgo característico de su personalidad: la antipatía a ligarse completamente, de manera permanente, a alguien o a algo. Viste el hábito de clérigo, está tonsurado, comparte la vida monacal de los demás Padres espirituales, y durante diez años de oratoriano en nada se diferencia, ni exterior ni interiormente, de un sacerdote. Pero no toma las órdenes mayores, no hace voto; como en todas las situaciones de su vida, déjase abierta la retirada, la posibilidad de variación y cambio. A la Iglesia se da temporalmente y no por entero, lo mismo que más tarde al Consulado, al Imperio o al Reino. Ni siguiera con Dios se compromete José Fouché a ser fiel para siempre. (Pp. 13-14).
§ 7. Del arsenal del saber eclesiástico se servirá Fouché para sobrevivir, ver, oír, pensar, actuar y crear una práctica política nueva que debe haber dejado patidifusos a los grandes revolucionarios de su tiempo que vieron encaminar sus pasos a la guillotina mientras en la sombra el genio tenebroso de la Revolución se sotorreía de sus adversarios que le subestimaron, le humillaron y se burlaron de él, como lo hizo Robespierre. Del latín, la matemática y la física que enseñó a sus discípulos en varias ciudades, se sirvió Fouché para el cálculo y el estudio de las acciones y reacciones de los políticos ante los acontecimientos que se sucedieron como vorágine en aquellos días de la Revolución que aplicaba la afeitadora nacional por cualquier quítame esta paja. De esos años de 1769 a 1779 de andanzas por claustros y comedores, en silencio total y en vida totalmente oscura, emergerá la personalidad promotora sin ética que, se adivina ya, lanzará a este deux ex machina de la simulación al teatro prerrevolucionario donde se cocinaba en los salones y clubes la caída inimaginable del absolutismo dinástico de los Borbones.
§ 8. De esos diez años, sale tallada la piedra con la cual chocarán, inútilmente, los más variados personajes de la escena política francesa. El fisionomista Zweig describe los rasgos del gran actor: «Sin embargo, aprende de ellos lo que ha de ser más tarde, infinitamente útil al diplomático: el arte de callar, la ciencia magistral de ocultarse a sí mismo, la maestría para observar y conocer el corazón humano. Si este hombre, aun en los momentos de mayor pasión de su vida, llega a dominar hasta el último músculo de su cara; si es imposible percibir una agitación de ira, de amargura, de emoción en su faz inmóvil, como emparedada en silencio; si con la misma voz apagada sabe pronunciar lo cotidiano y lo terrible, y si puede cruzar con el mismo paso sigiloso los aposentos del Emperador y la frenética Asamblea popular, ello se debe a la disciplina incomparable de dominio sobre sí mismo aprendida en los años de religión; a su voluntad domada en los ejercicios de Loyola, y a su expresión educada en las discusiones de la retórica eclesiástica secular. Tal es el aprendizaje de Fouché antes de poner el pie sobre el podio de la escena mundial.» (P.15).
§ 9. «Dominio sobre sí mismo», he ahí el sintagma clave. No es solamente el referente a los ejercicios espirituales de San Ignacio lo que garantizó a Fouché esa maîtrise de soi, como le llamaba Foucault, sino como llamaban Sócrates, Epicuro y Séneca a este supremo valor humano que ha tenido tan pocos cultores en la historia de la humanidad. Solo Balaguer entre nosotros puede rondarle los tobillos a Fouché, porque este hdominicano dejó a veces que, en ciertas ocasiones, apareciera la ira en su semblante. Ni siquiera como histrionismo o teatralidad se justifica la aparición de la ira en el semblante de alguien que pretenda el dominio de sí mismo.
§ 10. Temprano o tarde, Balaguer será objeto de una película, una novela o una obra teatral (preferiblemente un monólogo sobre el Poder y sus instancias: el mandar fue su verdadera pasión). Y aunque no fue sacerdote, nada se le parecía más en sus arrebatos místicos y confesadamente católico a su conveniencia, al igual que Fouché, porque al final de su vida cuando ya no era estratégico para él –se creía por encima del bien y del mal– se burló socarronamente de aquellos que creían en otra vida después de la muerte: «La idea de la inmortalidad del alma la he concebido siempre como un fruto del orgullo humano, de la necia vanidad del hombre de no perecer y de aferrarse a la tierra, a través de una supuesta reencarnación en otros seres.» (Memorias de un cortesano en la era de Trujillo. ttSanto Domingo: Corripio, 1988, p. 284). Balaguer cree en Dios, como lo inculcaron sus padres. Es fiel a esta creencia hasta la muerte, contrario a Fouché, que no es fiel a nada, y a nada se compromete, aunque duda, contrario a Fouché, para quien todo es conveniencia: «Creo asimismo… que el hombre es dual, compuesto de cuerpo y alma, pero nunca he podido sobreponerme a la duda de que el sepulcro es el término de todas las apetencias humanas. Tampoco he podido admitir jamás, dentro de la simplicidad de mi fe religiosa, que el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de su Creador.» (P. 383). Cuando Fouché tuvo que abandonar su materialismo y su comunismo, comulgó por un tiempo con la diosa Razón impuesta por Robespierre, pero tan pronto se libró de él, volvió a sus conveniencias, que es la razón de ser de todo político: «Mi creencia es que el destino es obra de las circunstancias y que el hombre es hijo de estas» (p.392).
Como destinista, Balaguer admite ser supersticioso, pero por encima de todo, para él, adicto a las circunstancias, la conveniencia es ley suprema regida por la razón de Estado. Reprimir o matar es la conveniencia de la conquista y mantenimiento del poder. A partir de Maquiavelo, el político no concibe el asesinato como una cuestión moral. Pero el sujeto es inseparable de la ética y esta es política. (Continuará)

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