Religión  y realización

Religión  y realización

Es errónea toda religión que se convierta en medio de realización personal. Esto puede ser egoísmo ciego. Nunca se debe perder de vista que el enfoque real y definitivo es Dios y el prójimo: Dios fuente de todo bien y el hombre, el otro yo cuyo cuidado y amor se revierten en mí mismo.

La actitud hacia Dios y el prójimo lo dice todo.

El mucho activismo religioso puede ser una expresión de una insatisfacción profunda que nunca llega a la plenitud. Con él se pierde lo más importante: la quietud y la paz.

¿Quién ha dicho que ser religioso garantiza felicidad?

He visto y conozco muchos devotos cuya alma es un constante torbellino.

En lugar de solaz o descanso, su fervor espiritualista los lanza a una lucha feroz.

Unos por la ambición del poder o de la autoridad “divina”; otros por quitarse de encima los demonios de una apetencia carnal que busca la lujuria, lo material o el goce  terrenal.

Nada produce más tensión que la búsqueda de la perfección.

Pero la perfección tiene siempre por delante a un gran enemigo, nuestras debilidades humanas.

Vivir una fe de manera sana requiere de la muerte del ego. Y este es tan astuto que se camufla en la misma espiritualidad creando más necesidades y haciéndonos creer que en el siguiente acto  es que se encuentra la realización final.

El ego se manifiesta en la lucha por la razón, el poder, el reconocimiento, la distinción, la grandeza, lo material, la aceptación…

Desconociendo al ego, apelamos a los recursos inventados de la fe para luchar contra esto. Y es entonces cuando viene el activismo espiritualista que, desatado, termina en un fanatismo ciego e indetenible creador de angustia y de un alto sentido de culpabilidad.

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