Reminiscencias de Pancracio Ceroles

Reminiscencias de Pancracio Ceroles

Al periodista Pancracio Ceroles, de la isleña república de Farafangana, se le metió en la cabeza la idea de que haría una novela. Sería acerca de un hombre que era absolutamente feliz, pero no lo sabía, y cómo el desconcierto causaba en él una angustia que le impedía disfrutar la felicidad que poseía sin saberlo, porque carecía de la capacidad de saberse feliz. Una vez cometió la torpeza, o la debilidad, de comentarle a una amiga cuál sería el tema de su novela, de la cual no había dado el primer teclazo, y ella, muy literaria, le respondió “Ah, como Simone de Beauvoir, ¡un tema existencial!”.

Ceroles le respondió que sería una novela de ideas, no una relación de sucesos que se prestasen para, con poco esfuerzo, convertir su creación en el guión de una película, o para que cualquier tarado la leyera como un “script” de telenovela. Tampoco se pondría a narrar una historia convencional, porque ya había suficientes novelas de esas. Su novela sería excepcional. No importaba que al principio poca gente la leyera.

Recordaba claramente cómo su admirado Jorge Luis Borges, a quien estimaba uno de los mejores escritores en lengua española pero cuyo estilo trataba deliberadamente de no copiar, porque de tanto leerlo a veces se colaban plagios inadvertidos, jugarretas del inconsciente… Ceroles recordaba claramente cómo Borges, quien nunca escribió una novela, había confesado a Georges Charbonnier, el entrevistador francés, que de la primera edición de su Historia Universal de la Infamia, publicada en los años 30, apenas se vendieron en todo un año “exactamente 37 ejemplares”.

Ceroles podía imaginar cuáles 37 personas le gustaría que leyeran su novela. Ninguno sería colega suyo, porque casi todos los periodistas de Cabo Viernes eran en el fondo, y algunos hasta en la superficie, “primadonnas”, incapaces de admitir la “superación literaria” de alguno de su propia clase. Casi intenta una lista con 37 nombres, pero lo dejó para otro momento. En su divagar, Ceroles plagiaba inconscientemente, porque también creía que los buenos lectores son más escasos y preciosos que los buenos autores. “Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir; más resignada, más civil, más intelectual”, recordó Ceroles de Borges.

(Cuando el horno no está para galleticas, nada como refocilarse –sin grosería- en la ficción, para recrear idealmente lo inexistente, como cuando se simula o se aparenta).

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