“En la Tierra no hay Cielo, pero hay partes de él”
Jules Renard
¡Y ya estamos en el mes de abril!, un tiempo en que la Tierra nos invita a trabajar junto a ella. Los árboles, las plantas y las piedras, se comunican con nosotros de forma constante, y si no logramos escucharlos, es sencillamente porque estamos demasiado identificados con la pequeñez que expresa nuestra vida material.
Abrirnos a la conexión profunda con la Tierra requeriría que alzáramos la vista hacia nuestra propia grandeza. El gran José Martí creía que “para pedestal no para sepulcro, se hizo la Tierra puesto que está tendida a nuestros pies”. De algún modo incomprensible, cuando reconocemos la majestad que nos habita, logramos incorporar una nueva receptividad, que nos lleva a una sensibilidad hacia la Tierra y un profundo agradecimiento por la vida que ella contiene.
Un proverbio indio dice que la Tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos. Los Q’ eros, considerados por muchos historiadores el último pueblo inka de Perú, todavía conservan un maravilloso arsenal de costumbres ancestrales. La primera vez que estuve en Cusco, conocí un modo distinto y sanador de sintonizar con la vida. En este lugar, la Madre Tierra, llamada Pachamama en lengua quechua, es un ser vivo.
Dice un refrán popular que nunca un árbol está mejor que en su tierra de origen. Cuando me presentaron a Urma (que significa la que deja caer cosas buenas a su paso), una sacerdotisa sonriente y regordeta que hablaba la lengua originaria de los Andes, aprendí que el Apu (la montaña más cercana a nuestro lugar de nacimiento) es la mejor protección que tenemos.
Los pequeños ojos de Urma brillaban como luceros, mientras las palabras brotaban saltarinas de su boca como niños que salen corriendo al patio de recreo. La traductora, una mujer del lugar que se dedicaba a guiar turistas en la zona, me veía discreta y fugazmente. Luego, miraba al suelo para comunicarme lo dicho por la sacerdotisa.
La Pachamama no sólo nos brinda el espacio físico que nos sostiene, me iba diciendo la intérprete ´con un tono suave y pausado que contrastaba con el timbre ligeramente chillón de Urma, también nos conecta con el entorno, calma nuestra sed, sacia nuestro cuerpo hambriento con sus frutos, energetiza nuestra carne y nos brinda con generosidad toda clase de oportunidades.
En algún momento de la vida, todos hemos experimentado momentos mágicos en contacto con la Tierra. Entrar en sintonía con la calma que nos aporta la naturaleza es una acción muy recomendable, para ayudar a nuestros pequeños yoes a recuperar dignidad y poder. El cantautor y filósofo argentino Facundo Cabral, conocido en sus inicios en el arte bajo el nombre del Indio Gasparino, decía que no debemos sentirnos aparte y olvidados, ya que todos somos la sal de la Tierra.
Afortunadamente, además de los Q ‘eros existen otros pueblos originarios que aún recuerdan su esencia y cuidan a la Madre Tierra con amorosa devoción. Hace más de mil quinientos años atrás los Mayas ya sabían que la Tierra era redonda, que giraba sobre sí misma, que estaba inclinada sobre su eje y que giraba alrededor del Sol, al que llamaban Kinich Ahau.
Los nativos de Mesoamérica también sabían que éramos parte de una Galaxia Espiral, y que no estábamos ubicados en el centro, sino en la periferia sobre uno de sus brazos. Ellos creían que en el centro de esta Galaxia había un Sol Central, al que llamaron el Hunab Ku.
La naturaleza es la expresión de amor de la Tierra. Ella nos devuelve la armonía, belleza, quietud e integridad que perdemos por los apresurados afanes de la vida moderna. El pensador indio Mahatma Gandhi decía que olvidar cómo cuidar el suelo es en realidad olvidarnos de quienes somos. A veces, el llamado que nos hace la Tierra es tan fuerte, que sentimos la necesidad imperiosa de dar un paseo por el parque, caminar descalzos, coger carretera, tocar una planta, o ver paisajes hermosos en la web, para recuperar la conexión.
La Madre Tierra representa la energía femenina expansiva que fomenta la unión amorosa de las partes del alma que fueron separadas por el dolor. Conectarnos con la Tierra nos lleva a percibir las cosas como un todo. El conocimiento que nos llega por medio de ella es intuitivo, sensible, alegre, placentero e imaginativo.
El día 22 del mes de abril es el día para honrar a la Madre Tierra y agradecer por todo lo que hemos recibido de ella. En terapias sistémicas decimos que la prosperidad viene de la Madre. La Gran Madre es la Tierra. Quien se une de un modo amoroso a la Madre Tierra recibe todo lo que necesita para sostener la vida.
Reconocer que todos formamos parte de la Pachamama nos lleva a recordar que somos hermanos, y que compartimos un destino común. En comunión con la Tierra, somos capaces de transformar las experiencias de vida que hemos tenido en oportunidades de autodependencia, fuerza material y poder espiritual.
Que la tierra del este de luz a tus sueños.
Que la tierra del sur nutra con amor tus deseos.
Que la tierra del oeste te guíe sabiamente.
Que la tierra del norte te de coraje para seguir adelante y hacia más, hasta alcanzar el completo amanecer.
Felices pascuas de resurrección para todos.