Renacuajos léxicos y sapos expresivos

Renacuajos léxicos y sapos expresivos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Ramón Gómez de la Serna «compuso» el extraño verbo «ventriloquear». Con frecuencia él inventaba palabras, algunas hermosas y literariamente útiles. También creó vocablos cuyo significado no sabia el propio Gómez de la Serna. Por ejemplo, al hacer el elogio de Guillermo Apollinaire dice: «un metabolismo de tierra filtrante y floreciente hubo siempre en Apollinaire, fantástico y escolbutador. (Esta palabra no sé lo que significa ni si existe, pero la he necesitado aquí.).» No sabemos si quiso decir, inconscientemente, que Apollinaire fue un escrutador con escorbuto.

Hago esa interpretación arbitraria porque entonces no se había generalizado la palabra carburador, pues todavía el automóvil no era un artefacto mecánico de uso masivo. No podía, por tanto, atribuirle una «combustión artística» parecida a la del motor de explosión. Gómez de la Serna estrenó la voz «pungencia», pero la Real Academia Española le hizo ascos y por eso no aparece registrada en su diccionario. Lo mismo ocurrió con «maravillosidad», «espiralismo», «estrellificacion», «milagrizar» y «exquisitar». Él dijo una vez de un hombre muy flaco que estaba «pomulado», pues tenia los pómulos salientes.

Inventar palabras casi nunca es «rentable».

Si las palabras «prenden», corren y circulan, se vuelven propiedad común y no dan ni siquiera un mínimo renombre a quien las inventa. Y si nadie las usa, el autor del nuevo vocablo queda marcado como raro o excéntrico. O sea, a un paso de ser loco. Ventriloquear tiene varias acepciones desconocidas. La que todo el mundo conoce es la que se aplica al ventrílocuo de feria que «pone a conversar» a un muñeco. Un ventrílocuo, como su nombre indica, es alguien que habla con el vientre; cuando un periodista pobre defiende causas indefendibles, para cobrar en cheque, se dice que ventriloquea – que habla por dinero y por cuenta de otra persona –, o lo que es igual, que habla con el estomago.

Cuando una mujer se acuesta con muchos hombres, también ventriloquea, ya que hace locuras con el vientre, incurre en faltas movida por el apetito venéreo.

Existen escritos utilitarios, como es el caso de las cartas comerciales, de los documentos notariales, las informaciones periodísticas, los partes policiales. Pero también hay en este mundo escritos «inútiles», que no rinden ningún servicio práctico. Esos escritos surgen a causa de «necesidades» psíquicas de quienes los redactan. Muchísimos poemas son excrecencias superfluas de la sentimentalidad de los artistas. El poema, en verdad, es un lujo del organismo del poeta.

Además de trabajar, comer, defecar, el poeta produce poemas que nadie exige o solicita. La gratuidad del poema es garantía de su autenticidad, que no de su posible belleza o «adecuación» estética.

Los poemas tienen un emisor y un receptor; el poeta los crea, el lector los disfruta. Cuando eso ocurre es correcto hablar de «adecuación» entre el uno y el otro. Como es obvio, no sucede siempre así.

Un escritor «palabrero» puede llegar a ser un verbalista vacío, cuyos textos carezcan de contenido real y pulpa vital. Las filigranas retóricas no consiguen esa adecuación entre el lector y el escritor, que es esencial en la «transmisión» literaria, en la comunicación escrita.

Gómez de la Serna, tan amigo fue de las palabras, que incluso dibujó un «abanico de palabras» para obsequiar a Sonnia Delaunay. Pero es justo añadir que Gómez de la Serna «palabrizaba» a partir de realidades concretas, que podían ser sociales o psíquicas, personales o colectivas, pero firmemente ancladas en el mundo y en el arte existente, nuevo o viejo.

El hombre necesita inventar palabras para nombrar realidades nuevas. La metáfora es un recurso para atrapar esas realidades nuevas, entrevistas confusamente. Las metáforas viejas son el origen de las palabras conocidas, establecidas ya en el diccionario, con licencia para ser escritas y pronunciadas en todas partes.

Las metáforas nuevas son palabras nacientes, todavía sin exequátur para ejercer como vocablos en documentos utilitarios. Solamente los textos gratuitos toleran metáforas recién inauguradas, esto es, renacuajos léxicos que más tarde se convertirán en grandes sapos expresivos.

El desarrollo y crecimiento de una lengua ensancha las posibilidades intelectuales y sentimentales del conjunto de sus hablantes. Cada nueva palabra abre una callecita mental y «autoriza» la urbanización de una parcela de «los mundos posibles».

Por último, ventriloquear es un verbo que podría muy bien usarse para designar aquellos esfuerzos verbales o literarios que no son más que gases de la barriga, locuciones del vientre. Todo lo contrario del arte magnifico de «palabrizar» las intuiciones para ofrecer nuevas tajadas del gran pastel de la realidad.

Un escritor de textos gratuitos ha de «palabrizar» con la mayor exactitud y eficiencia, pues nadie le obliga a decir «aquello que hay que decir», como si se tratara de un examen escolar o de meras formalidades rituales.

Las palabras, viejas y nuevas, son levaduras que hacen crecer la harina interior de los pueblos.

Los escritores son responsables de la sabia o torpe administración de tales «levaduras fonéticas», bacterias intelectuales con virtudes contrapuestas: hacernos más tontos y rutinarios o más inteligentes y creativos.

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