No siendo periodista, dirigente o militante de partido político alguno, director de medios de comunicación de prensa escrita, radial o televisiva, funcionario del gobierno, empresario, politólogo, economista o analista experto en análisis presupuestarios y otros asuntos, obligados a darle seguimiento a lo dicho por el señor Presidente de la República en su rendición de cuenta ante el Congreso sobre su gestión de gobierno, como lo ordena la Constitución de la República, para poder enjuiciar, analizar, criticar o aplaudir lo dicho o lo ignorado, he optado por leer lo que la prensa reproduce o comenta no dejando de reconocer la importancia que tiene para cualquier país una rendición de cuentas, más en países como el nuestro calificado “en vías de desarrollo”, es decir, subdesarrollados donde la palabra del señor Presidente, del mandamás de la República, viene siendo, poco más, poco menos, que palabra de Dios.
Quien no pudo o no quiso , por una razón u otra, asistir a tan importante comparecencia seguro que mucha gente prendió su televisor, se recostó en su casa, o sintonizó la radio convino con un grupo de amigos un encuentro o cayó de paracaídas en el colmadón más cercano para no perderse el impacto del discurso y la opinión de los demás, que no solo interesa oír a los congresistas comprometidos con su partido, también al ciudadano común sin distinción de género, de clase media alta, media baja y empobrecidos: obreros, labradores (as) del campo, los sin empleo, blancos, negros o mulatos, ese amasijo de personas que votan donde saldrán unos muy satisfechos, admirados de esa pieza oratoria y otros sencillamente desencantados o indignados pero nadie, al final de cuentas, sorprendido. Porque, como diría Calderón de la Barca “en la vida nada es verdad ni es mentira, todo según el color del cristal con que se mira”. Y me miré en el espejo del disertante sabiendo de antemano lo que podía venir.
Ningún gobierno es totalmente bueno ni totalmente malo. Por eso la rendición de cuenta debe ser objetiva, imparcial. Reflejar un balance fiel que permita decir con orgullo “he cumplido con mi deber” resaltando naturalmente los logros alcanzados o encaminados con buena fortuna, gracias al esfuerzo realizado, pero sin demagogias, sin entretener al auditorio con planes o proyectos futuros pues de eso no se trata.
La Rendición de Cuentas, si es honesta, no puede ocultar, no referirse siquiera a una realidad inocultable y calamitosa que todos sufrimos y conocemos. Bueno que se exalten las cosas buenas, los avances, pero resulta inadmisible que se pretenda engatusar a toda una población ignorando los actos de corrupción, repudiables, penosos, lamentables. La alarmante situación de inseguridad social, la violencia desatada, empobrecimiento de valores morales y cívicos, el endeudamiento público la desigualdad económica y social, mientras la economía crece en el país de las maravillas.
Eso no es lo que se espera en una rendición de cuenta. Lo que se espera es informe fidedigno donde no se disfrace o se oculte la verdad con falsedades y mentiras.