René, se fue con el viento frío de diciembre

René, se fue con el viento frío de diciembre

Desde lo alto de la tarde del 20 de diciembre de 1972, René, con su cigarrillo entre los dedos, fue despidiéndose, dejando sus palabras del lado de la vida, confundiéndose con los hombres por esas calles por donde empieza la noche, porque debía encontrarse con su amiga Belicia, aquella muchacha brincolera con quien leía periódicos, seleccionaba perfumes y corbatas; conscientes ambos de que estaban en el mundo nuevamente. La Guerra de Abril había terminado. Y entonces era la guerra fría criolla y los hombres de clase media salían a la calle con trajes y espejuelos.
El poeta andaba por última vez las calles de la ciudad, bajo los pájaros y entre alegres muchachas, a sabiendas de que todo podía suceder, incluso el suicidio de aquella muchacha que le perfumaba el pañuelo al amante, para llamar la atención de sus amigos y alcanzar un entierro triste. Aún no habían nacido los miembros de Tercer Cielo y no habían compuesto “Yo Te Extrañaré”.
En aquel miércoles, que se cumplirán 47 años, René anduvo en el trajinar creativo de la agencia publicitaria Retho en un día que avanzada entre colores brillantes y voces rotas que le llegaban desde la calle, revisando las letras negras de los diarios entre sorbos de café, tratando de ordenar la jornada y pensando obsesivamente en Belicia, porque quería cantarle delante de sus ojos.
El viento frío es la premonición de la guerra fría en la media isla después de la humareda de la guerra patria de abril. René, desde la poética y la política, avizoró que otros serían los nuevos tiempos, con renuncias y cierre de puertas incluidos, y supo y lo dijo sin inmutarse que se bajaría la voz, que sería necesario quitarse la máscara, reconocer de nuevos a los amigos, entre sonrisas y sollozos, anunciando que irremediablemente sucedería hasta el olvido.
Recuerdo que, al calor de la dictadura autocrática e ilustrada de Joaquín Balaguer, enarbolando el eslogan propagandístico de “Revolución sin (con) Sangre”, que dejó más luto que la Guerra de Abril, el viento frío de René fue recibido con el hocico de la frialdad revolucionaria, endosándole el sambenito de que el poeta había política y poéticamente naufragado en las aguas de los nuevos tiempos de saco, corbata, pañuelo y perfume. Pero ya el poeta había proclamado que “Si yo no fuera así / probablemente no te hubiera conocido”, aunque los versos no estuvieran en contexto para una respuesta a los reclamos de quienes cuestionaban su visión de futuro.
Así como el poeta, al cerrar en círculo del poemario, anunció desde lo alto del día el horror de la guerra; y, desde entonces, supo que no era esta la ciudad, porque hasta los ruiseñores de metales habían muerto en la ferretería, se perdieron tantas cosas y otras tantas hubo que aprender junto a la perdida mirada de los muertos. El poema “No era esta la ciudad…” es un epígrafe de la guerra en llama, del rugido ardiente, de los temblores de las paredes y los techos que hicieron morir los peces de colores, los ositos de peluche y las muñecas de trapo.
Y, en ese tiempo, donde la guerra fría era un animal feroz, que se alimentaba de sangre joven, surge la confesión al amigo de infancia, que “Eras realmente pintoresco, Ton; con aquella gorra de los Tigres del Licey, que ya no era azul sino berrenda…”, fue el tiempo en que el poeta descubrió que no era esta la ciudad y se lo confió a Ton, que era el único que lo comprendía.
Y René se fue de tarde y de calle de los brazos de Belicia, Eurídice, Amancia, Vicki, Aura, no importa cuántas fueran las muchachas sobre la ciudad, dejando sus perfumes al viento y horquillas de cabellos como se dejan las cosas olvidadas en las calles. Él, de cigarrillo y corbata eternos, se escondió en la noche del malecón con el rostro pintado de azul sobre el mar iluminado por la luna.

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