Reorientar el ejercicio público

Reorientar el ejercicio público

Siendo la corrupción un mal que se delata generalizado y que alarma a propios y extraños; estando la Justicia en crisis con indicios de agrupamientos venales y de omisión de castigos al peculado y habiéndose denunciado a la Policía como abierta al ingreso de delincuentes a sus filas -notables veces insuficientes e ineficientes contra el crimen- habría motivos para suponer que un problema serio del país en estos momentos consiste en una ausencia de voluntad política que conduce a la inacción y a no dar los pasos que más proceden contra la proliferación de la delincuencia y salvar a la sociedad de los efectos de una frustratoria falta de consecuencias. Poner fin a la impunidad y elevar la confianza de los ciudadanos en el Sistema Judicial.

En cierto modo el Estado luce estancado en una estrecha visión de realizaciones materiales y de un ritmo de atención a cuentagotas a comunidades y agrupamientos, gestión que no garantiza la integración masiva al desarrollo ni la eliminación de problemas ancestrales y de alcance nacional, desde Cabo Engaño a la Frontera, que deben ser enfrentados por instituciones eficientes y coordinadas para el logro de objetivos económicos y en los ámbitos de la seguridad jurídica y el orden público. Para lograr mayor funcionalidad hay que cambiar la forma de hacer política y de manejar el Estado parcelándolo para pagar adhesiones, haciéndolo más grande pero menos eficiente a costa de un súper endeudamiento.

Obligaciones de la coexistencia

La interdependencia, en el marco de la serie de normas a que se acoge la mayoría de las naciones, lleva a ejercer la soberanía admitiendo que la humanidad es un todo y que el respeto a los derechos de quienes la componen traspasa fronteras bajo compromisos suscritos en tratados internacionales. También los males traspasan límites territoriales. Verbigracia: el terrorismo. He ahí la razón de ser de la cumbre del clima en París y de la acción multinacional contra yihadistas que atraviesa geografías. Existe una universalidad de valores para la convivencia de países y la protección de los seres humanos dondequiera que estén, a veces contra los excesos de sus propios Estados. La virtud local sigue siendo, por lo visto, el mejor rechazo de lo nacional a cualquier intento externo de imponer criterios desvinculados de las obligaciones que son inevitables cuando se pertenece al concierto de naciones.

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