Conocidos los resultados de la auditoría realizada por una comisión de expertos encabezada por la representante en el país de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Anabelle Alfaro, a las 116 muertes que se atribuyen al dengue, que puso en evidencia las debilidades de los médicos en el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, se entiende la reacción inicial de representantes del Colegio Médico Dominicano (CMD) de que este no es el momento de buscar culpables sino de aunar esfuerzos para evitar que esas muertes sigan produciéndose. Lamentablemente no es posible complacerlos, pues si hoy no se determinan culpas y responsabilidades, ni se imponen los correctivos pertinentes, mañana será imposible evitar la repetición de esas vergonzosas estadísticas. Está claro, sin embargo, que los médicos no son los únicos a los que hay que señalar con el dedo acusador; en ese saco hay que meter a las universidades que los forman y, sobre todo, a las autoridades encargadas de velar porque esa formación sea la adecuada y porque en los centros de salud, tanto públicos como privados, se apliquen los protocolos diseñados para el tratamiento del dengue y otras enfermedades prevenibles. Estamos hablando, por cierto, de las mismas autoridades que ordenaron esa auditoría, que luego de conocerse sus resultados se comprometieron a intensificar los esfuerzos de capacitación y actualización sobre el dengue a los integrantes del personal público de salud, y también a exigir a todos los profesionales del área recibir la capacitación en esa enfermedad como pre-requisito para ingresar a los hospitales y centros del primer nivel de atención. ¿Por qué esas acciones no se tomaron antes? La pregunta da vueltas en mi cabeza desde que me convencí, gracias precisamente a esa auditoría, de que alguien debe pagar las consecuencias de tanto descuido, para no decir de tantas muertes absolutamente innecesarias.