Repasando a Benedetti

Repasando a Benedetti

LUIS SCHEKER ORTIZ
Acababa de leer por segunda vez la Borra del Café, de Benedetti, cuando sonó el teléfono. La novela la había leído hacía tiempo, pero sentí curiosidad de hojearla para despejar una duda que acosaba a R sobre la realidad de Rita, una quimera inasible que aparece y desaparece como ángel guardián en la vida sentimental de Claudio (Claudio Alberto Dionisio, Fermín, Nepomuceno, Umberto, sin hache,) atrapándome, sin escape, su fascinante narrativa.

Era recrear la vida del barrio, repasar los amigos de la infancia, comparar las aventuras vividas, los primeros escarceos amorosos, los ensueños soñados, la pena insondable por la desaparición de un ser querido, el dolor de una ruptura, de un adiós o de una despedida. Todo condensado en el barrio querido, el recordado barrio, el pequeño paraíso reducto de la inocencia.

Me impresionó uno de los capítulos finales, Mi Nakasaki, donde se narra el desgarramiento y la angustia producida en el alma de Claudio, ya hecho hombre, al conocer la noticia del horrendo crimen lesa humanidad, sin Nurenberg, cometido contra millares de seres indefensos que segundos antes de que las bombas demoníacas cayeran y se expandiera el hongo atómico del exterminio sobre Hiroshima y tres días después, sobre Nagasaki, creían que sus vidas les pertenecían y que tenían derecho a disfrutarla y ser felices, y ver crecer a sus hijos en su hogar y a sus nietos, también despedazados, mutilados, marcados, condenados por el inhumano bombardeo que pretendía acabar con los horrores de la guerra.

El amigo, tocayo de Benedetti, me llamó angustiado. Persona de rara sensibilidad social y humana me preguntaba qué hacer, si debemos seguir indiferentes y tranquilos ante los inarrables horrores en esta otra guerra sucia, contra el pueblo de Irak, o de los asesinatos renovados y permanentes y perversos cometidos por los bárbaros sionista contra el pueblo palestino, despojado de sus tierras y sometidos a una bestial persecución en santa alianza con los guardianes de la libertad, los defensores de la verdad y de la democracia, los indestructibles asesinos del mundo.

No supe que decirle. Tú, qué propones, qué podemos hacer, le digo impotente mientras guardo en mi conciencia las palabras de Terencio, citadas por Orlando, en Microscopio “Nada humano me es ajeno” pero también tengo bien cercanas mis propias miserias que me rozan la piel y me taladran porque habrán de alcanzar a mis hijos y a mis nietos, si me dejo vencer por el escepticismo y la indolencia del que nada puede hacer para mejor, porque está de antemano derrotado.

Grabada quedó la enseñanza de Norberto, del amigo del barrio, cuando Claudio le cuenta de su rabia, “lo de la otra bomba”, la de Nagasaki, mucho más cruel que la primera. Su receta, para calmar el desasosiego del amigo y reencausar la furia convertida casi en odio, producida por tanta miseria humana, es mostrarle un lugar, no tan lejano.

Pone en marcha el motor, frena y se detiene y Claudio ve con asombro el enorme, el monstruoso basural. “El hedor era insoportable. Tipos andrajosos, mugrientos, mujeres desgreñadas, niños y adolescentes en pingajos, hurgan entre inmundicias y cochambre, entre escoria y cenizas, buscando algo, no se sabía qué”

Y fue como si Terencio y Norberto me tomaran a mí de la mano y yo a M, para invitarlo a contemplar más de cerca nuestras propias miserias. Las que parecen condenadas por la eternidad, traspasada la puerta del “nunca jamás” del averno terrenal. Aquellas que ya no provocan lágrimas en los ojos, ni penas en el alma, ni congojas del corazón, ni voz que se levante o brazo que empuñe el fusil redentor, cansado de tanto verlas o de no querer verlas que es mejor.

Porque ahí están los que velan por nosotros, Padre nuestro que estás en los cielos. Los campeones de la libertad y del progreso, de la justicia social y de la moralidad que asoman sus rostros sonrientes, pidiéndote tu voto, para sacrificarse por ti, solo por ti, convenciéndote de que los demás no sirven. Sólo ella, la candidata, bien trucada, o él exquisitamente generoso, son lo mejor de lo peor. Tu voto obligado que legitima el silencio, que sanciona con la legalidad un sistema de explotación que ahonda el abismo social, que se burla de sus miserias, que humilla, que corrompe.

Y en esta fiesta de la democracia, donde se derrochan millonadas inútilmente, se pervierte el sentir cívico de los votantes y se les prometen cosas imposibles porque no hay real voluntad de hacer, ni pueblo que asuma la carga de su destino, asoma la respuesta del poder: La democracia es imposible. Es imposible donde “no existe confianza y credibilidad en quienes encabezan los proyectos políticos de la Nación”. Son palabras del señor Presidente. Y con su anuencia y a su pesar, sigue rodando este penoso carrusel de pobreza y miserias irredentas, “que nos roba el poquito de equilibrio que nos deparó el reparto”.

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