La identidad pasiva, heredada o asignada proviene mayormente de nuestra familia, clase y etnia, en las que uno llega al mundo. La otra, la que uno construye y se da a sí mismo, es más importante en términos del desarrollo de nuestra personalidad individual y social, y el rol-estatus que uno personifica como actor social.
La identidad que otros “nos dan” es importante, ya que esa “marca” que nos asignan puede ser una simple denominación o distintivo, pero también puede ser un estigma, con una carga peyorativa pesada, que puede operar como carga u obstáculo; o contrariamente, como un signo de distinción y privilegio, “herederos”, de roles y estatus privilegiados.
El cuanto a la identidad positiva, generada y perseguida por el propio individuo, grupo o nación hay muchos interesantes ejemplos históricos.
Uno de los más conocidos y más controversiales es el de los judíos. Quienes cambiaron o fueron cambiados de identidad: de unos simples descendientes de Abraham, a ser pueblo escogido por Dios para un Plan universal, según su historia.
Un importante modelo de conversión de la identidad ocurre también en naciones que se independizan y que, al momento de adoptar su nueva identidad, se dan un nuevo nombre, nuevas leyes, metas, propósitos, y estilos de vida.
Muchos individuos se pasan gran parte de sus vidas procurando consciente o inconscientemennte una nueva identidad. A partir de las primeras elecciones que un individuo realiza, en modelos adultos a imitar, juegos, deportes, aficiones; actores y personajes favoritos, y la carrera u oficio profesional que aspira tener; se van conformando perfiles, rasgos y aspectos de una identidad nueva y distinta.
Hay falta de entendimiento respecto a la relación con los ancestros, culturas y etnias de la cuales se proviene, y las vinculaciones que con ellas se tienen; especialmente, respecto a las herencias que para muchos decidirían el “quién soy” de una manera contundente. En este sentido, entendemos que puede haber mucho de manipulación por parte de etnias y grupos diversos que tienen intereses respecto a “marcar” a determinados individuos como parte de sus proyectos de participación social y política; compitiendo de diversas maneras por la lealtad de los individuos, frecuentemente coartando sus derechos de elegir su identidad propia, independientemente de valores e intereses ancestrales o étnicos “heredados”; especialmente cuando hay tensiones y conflictos entre diversos grupos sociales y étnicos.
Esos procesos generan tensiones diversas en los individuos que buscan de su propia identidad. La nacionalidad y el sentido de lo nacional pueden ser una vivencia muy poderosa y a menudo requerir la absoluta lealtad del individuo. El ser dominicano, como proyecto de identidad, se alimenta día a día de experiencias que van desde los alimentos, músicas y actividades deportivas, hasta las narraciones históricas y celebraciones patrióticas.
Lo importante es saber que nuestra vida es un proyecto y que, no solo tenemos el derecho a optar, sino que también a descartar muchas cosas. Algunas de las cuales se ofertan como parte de un discutible “orgullo nacional”. Que no nos hacen mejores personas, ni mejores dominicanos.