Hay un famoso refrán que presagia con claridad el futuro de cualquier actividad humana y el mismo dice que “el que no sabe a dónde va ya llegó”, ese apotegma ha sido la carta de presentación histórica de la política exterior dominicana salvo honrosas y muy mínimas excepciones.
En efecto, prácticamente los 176 años de nuestra vida republicana hemos pasado siéndolo un Estado satélite y confundiendo la política exterior con la diplomacia. Por eso, ni siquiera la propia Constitución define de manera taxativa los elementos de nuestro poder nacional e increíblemente; ni la Estrategia Nacional de Desarrollo tampoco define nuestros objetivos nacionales en política exterior.
El Poder Nacional.
Un Estado organizado y moderno o cualquier conglomerado social que aspire a ser llamado como tal, debe tener los ejes transversales de su política exterior indisolublemente sustentados en los elementos de su poder nacional. Y, sus objetivos nacionales amparados en doctrinas políticas y económicas que se diseñen por lo menos en planes decimales.
Por tal razón, República Dominicana pasó de ser colonia a entramparse en la premisa de su realidad actual que pudiera definirse como el “síndrome gringo” e ignorando el futuro, los cambios globales y la Realpolitik de Rochau y Bismarck. En consecuencia, históricamente salvo algunos aportes de Leonel y el caso China con Danilo hemos parecido más el Estado 51 que uno verdaderamente soberano.
Además, ese síndrome de Estocolmo que gravita en nuestra política exterior es el que ha impedido que podamos tener dos agendas para maximizar nuestra diplomacia; una apegada a nuestra realidad actual y otra que nos permita anticiparnos, prepararnos y proyectarnos para los cambios globales del futuro inmediato.
En ese sentido, nuestra gringo-patología es tan profusa que por eso millones celebraron la llamada de un Secretario de Estado para coaccionar al expresidente de un país supuestamente soberano. No es que obviemos que nuestra economía tiene una gran dependencia de EE.UU., es que entendamos que podemos aprovechar todos los mercados del mundo.
Nuestra Diplomacia.
El ejercicio de la diplomacia desde que mostró sus primeros vestigios con los heraldos y los oradores hasta llegar a la formalidad del “Testament Politique” del Cardenal Richelieu, ha estado sustentada en la oportunidad y una solemnidad inmutable. Sin embargo, esos dos conceptos han sido la excepcionalidad constante en nuestra diplomacia.
Desde esa perspectiva, el primer gran desafío que nos legará el Covid-19 es repensar nuestra diplomacia y la cosmovisión del concepto oportunidad. Por ello, resulta inconcebible que en un mundo globalizado nuestras relaciones con Indonesia, Pakistán, Nigeria, Bangladés, Filipinas, Egipto, Etiopia y Vietnam sean prácticamente inexistentes o exiguas ya que esos países son de los 15 más poblados del mundo.
Con el agravante, de que en Indonesia 4to país más poblado del mundo no tenemos embajada aun cuando establecimos relaciones en 2011, no tenemos relaciones diplomáticas con Pakistán 5to del mundo y parecería que ignoramos que entre todos esos países juntos tenemos un mercado de más de 1,300 millones de personas.
Al parecer, nadie ha escuchado mencionar el concepto de “Tierra Plana” del escritor estadounidense Thomas Frieman y siguen creyendo en la lejanía de los mercados. Estamos tan atrasados, que perdimos 20 años sustentando unas relaciones con Taiwán bajo un supuesto agradecimiento y olvidando que las relaciones se sustentan en intereses y no en moralidades como dice Henry Kissinger.
Una Metamorfosis Diplomática.
El principio fundamental de una reingeniería en nuestra política exterior debe estar sustentado en la premisa de olvidarnos de cómo nos vemos nosotros y, enfocarnos en cómo nos ven los demás actores en el exterior. En virtud de ello, hay que dejar de convertir a pelafustanes en embajadores y encargados de comercio.
Asimismo, sacarnos de la cabeza el síndrome del país pequeño y comenzar a pensar en la “Aldea Global” de Marshall McLuhan, desarrollemos una doctrina de nuestro poder nacional para definir dónde queremos estar en 2050, potencialicemos la (DoMENACham) y, hagámosle entender a nuestros cancilleres que su labor no es estar en Twitter opinando sobre temas domésticos.