Repensar la vida

Repensar la vida

Por Rafael Ravelo Astacio

En estos tiempos en que al parecer la vida se ha disminuido tanto, estamos obligados a pensar en las dimensiones de la misma y en todo el sacrificio que conlleva llevar a un niño desde la concepción a la vida adulta.

¿Qué significa prepararlo para una existencia saludable y exitosa? Implica sostenidos esfuerzos, buena disposición para atenderle, ayudarle, facilitarle todo lo requerido para que su crecimiento y desarrollo sean armoniosos. Conviene recordar que el ser humano es una de las criaturas que nace con mayores limitaciones. Prácticamente es un dependiente absoluto de padres o tutores. Su llanto es la única forma de llamar la atención, de pedir ayuda. El proceso de crecimiento y conservación obliga a sus progenitores a dedicar una parte importante de sus vidas a cuidar, proteger, ayudar a esa criatura imposibilitada de valerse por sí misma. Para los padres, claro está, no es tarea fácil. Deben emplear horas de sueño para cuidarlo, alimentarlo, atenderlo cuando por cualquier razón su salud se altera. El proceso: nacer, gatear, crecer, caminar, hablar, aprender a leer, escribir, escuchar, aprender un oficio o profesión, prepararlo para la vida es tarea larga y difícil. Ella, las más de las veces es asumida con dedicación, alegría y entusiasmo por los padres que se maravillan con cada sonrisa, con cada pasito, con un “dijo Papá”, que se desparrama por la vida. Preparado para la vida o en vías de lograrlo, pueden ocurrir, y de hecho cada vez ocurren con más frecuencia, acciones de personas que no valoran la vida humana y en busca de algo que no le corresponde y por la que no han realizado ningún esfuerzo, ni sacrificado nada, llegan a arrancarle la existencia a cualquier persona. Un celular, una cartera, un negocio, un motor, un vehículo, poseer un arma de fuego. La creencia de que usted pueda tener dinero, su actitud frente a negocios turbios o su decisión firme y responsable desde un cargo público ante la corrupción, el narcotráfico u otras formas de extorsión y robo, pueden ser elementos que lleven a cualquier desalmado a ordenar quitarle la vida.

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¿Cuánto vale la vida? Su valor es incalculable, no tiene precio. Sin embargo, podemos ver con asombro, como inclusive en las redes aparecen ofertantes para eliminar a alguien que entorpezca sus acciones, no se deje manipular, no entregue rápido su celular o cartera. El precio puede variar para el sicariato o las muertes por encargo. Así podemos ver como en Centroamérica esa acción cargada de barbarie, puede costar unos cientos de dólares, mientras que, en Europa puede llegar a varios miles. Mientras mayor sea la cercanía familiar o los afectos hacia la persona desaparecida, mayor será el impacto emocional. Pero más aún, muchas veces quedamos anonadados por la forma en que fue realizado el acto criminal, sin existir un vínculo directo en la víctima. Nos duele como se desperdicia una vida por unas manos desaprensivas que no respetan ni valoran la existencia humana. Estamos obligados a intervenir en la detención de estos atentados, como también nos resulta aterrador las muertes, los discapacitados, los daños emocionales y las pérdidas producto de las guerras que casi de manera constante afectan a nuestras poblaciones. Cuánta pena, sufrimiento y dolor producen. La sensibilidad humana debe llevarnos a repudiar tanta barbarie y tantos gastos con el objetivo de destruir lo que con tanto sacrificio se construyó: la vida, la familia, la existencia. Cada ciudadano, cada país, cada región están en la obligación de rechazar este aniquilamiento global e insistir en salidas negociadas a los conflictos. Ahora que se emplean millones y millones de dólares en armas para desarrollar guerras, estaríamos obligados a una pregunta ingenua: no sería mucho más justo, saludable y de mayor valor humano dedicar aún sea la mitad de lo que se gasta en guerras, en alimentos y desarrollar los países y regiones con mayores limitaciones y en donde la miseria, el hambre y la desesperanza arropan a sus pobladores. En estos tiempos, que con halar el gatillo de una ametralladora o pulsar un simple botón nuclear seríamos capaces de eliminar decenas, cientos y hasta millones de personas. “El mundo está loco” al decir de muchos. Hagamos lo posible para demostrar lo contrario.