Repetir lo escrito

Repetir lo escrito

Un añoso cibaeño distinguió en el trajinar de una enorme tienda la elegante figura de una mujer. Para asombro de las personas presentes gritó: ¡Esa si es grande! Díganmelo a mí que soy macorisano.

Nadie reaccionó y él comenzó a explicar de quién se trataba y a lamentar la indiferencia criolla, esa que desconoce a “la gente de verdad”. Le prometí resumir algo publicado en el 2011, que intenta describir la valía de la ciudadana. Aquí va.

Desde antes del 16 de mayo del año 1930 hubo resistencia. Los aprestos del brigadier Trujillo, en procura de principalía disgustaban a muchos. El poderoso militar, apoyado por intelectuales y por lo más selecto de la sociedad, temprano demostró que la sangre le atraía. Solo alabarderos, ingenuos y cómplices, no quisieron admitirlo. Resistencia y represión iban de manos, el arrojo público y temerario fue convertido en cadáver. Razia contra familias, tornaba la rebeldía en prudencia. “Chapita” atemorizó desde el principio, también supo seducir, tentar. La debilidad de sus pares era su fortaleza.

“El líder de los nuevos tiempos”, no engañó a nadie. El rumor público comentaba origen y hazañas de él y sus hermanos. Estupros, estafas, abigeato, acompañaban la prole. La mayoría prefirió quedarse con las “virtudes” del telegrafista y guarda campestre, con ese medrar para conseguir. Aprendió mucho y pronto de las tropas interventoras.

La disciplina y obediencia catapultaron a este hombre, tan igual y tan distinto al común de los dominicanos, como afirma de Franco, José María Carrascal: paciente entre impacientes, metódico entre desordenados, perseverante entre inconsecuentes. Más amante de los toros y la caza que de la lectura o la música.

Pena de la vida a quien arguya la imposibilidad de resistir. Hubo y muy digna. Los partícipes del festín intuían que algo andaba mal, pero seguía el fandango porque preservar la vida es un derecho. Por eso la traición fue norma, las familias se quebraron, la amistad era un lujo, la desconfianza costumbre. Padres descubrían que sus hijas podían ser salvoconducto, madres y esposas olvidaban el pudor y anhelaban la fragancia de guerlain en su cuerpo, porque en lugar de deshonra ganaban méritos. Los hijos adulterinos se multiplicaron, la infidelidad rutina para procurar patrimonio y salvación.

Tarde se percataron que no podía seguir la fiesta y conformaron la resistencia tardía y coyuntural.

La resistencia fue disímil. Hubo una resistencia silenciosa y permanente. Esa de la mecedora que soportó ofensas, usó la sala de la casa como fortaleza y se mantuvo incólume durante tres décadas. Existió la resistencia ideológica que a partir del 1959 arrecia. Entonces la vesania de la tiranía fue extrema. El ejemplo de la inmolación es catapulta, hay dirigencia y organización. Sin fábulas ni defensores, ahí encontramos a Tomasina Cabral Mejía. Con gallardía resistió sin claudicar. Presa política por antonomasia, exiliada por necesidad, decorosa por convicción. “Siempre he mantenido que el peor crimen de la dictadura fue rebajar en su dignidad a todo un pueblo y postrarlo a sus pies (SC)”.

La condenada a 30 años de trabajos públicos y al pago de 600,000 pesos, no ha hecho del dolor pancarta. Cuenta e imputa, nombra y recuerda. Valora la lealtad de Altagracia Gil. Única amiga que se atrevió a visitarla cuando estaba presa.

Vallenilla Lanz, ministro del Gobierno de Pérez Jiménez, entre el espanto y la admiración, calificó a Trujillo como un barbitúrico. El ácido barbitúrico adormece y crea adicción. Hoy, la desintoxicación se impone. Difundir historias como las de Sina Cabral, es obligación. Digna hasta en las evocaciones más terribles. Pertenece al selecto y minoritario grupo de resistentes y militantes del antitrujillismo ideológico que no ha participado en el mercado de la gloria. En ese regateo para ocupar un puesto en el Altar de la Patria. Tiene ese lugar garantizado por mérito propio, sin exponerse a la pública subasta, al cheleo que procura heroicidad para cobrar por aquello que una vez fue idealismo y sacrificio.

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