RÉPLICA
De ficciones y mentiras

<STRONG>RÉPLICA<BR></STRONG>De ficciones y mentiras

Si a algo he aspirado en mi vida pública y privada es a la coherencia entre la ética y la estética. Por eso el sábado bien temprano, después de caminar y constatar la crisis de salud de mi tío José Miguel, compré los periódicos y continué escribiendo una novela sobre la Revolución de Abril. Pero no podía avanzar, porque al tercer capítulo cuando la protagonista narraba su experiencia con el soldado norteamericano que conoció en Sans Souci y quien al final de la guerra se la llevó a New York y la hizo su esposa, me sentí un poco panfletario; mas, por aquello de la estética, también cursi.

Decidí entonces abandonar mi labor escritural y buscar de nuevo la novela Chiquita del escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez, y hasta pensé pedirle a Ruth Herrera que me permitiera decir unas palabras en el acto que Alfaguara hará en septiembre con el ganador del prestigioso premio correspondiente a la versión de 2008. Al lado tenía Son de mar, de Manuel Vincent, premio Alfaguara 1992, y trataba de releer capítulos de ambas novelas antes de volver a escribir la mía. Ahí sonó la primera llamada que luego se multiplicaron hasta el día de hoy, solidarizándose conmigo por las acusaciones falaces que el poeta Alexis Gómez Rosa me hacía de mezquino y conspirador.

Revisé el periódico y me encontré con una portada donde el laureado poeta destilaba –en una lectura semiótica de su rostro– una mezcla de ira y odio con un titular que decía “Alexis Gómez Rosa reclama autoría libro que la Secretaría de Estado de Cultura puso a circular omitiendo su nombre”.

Mi asombro creció cuando en una lectura rápida de sus declaraciones me detuve en varias partes que subrayé. Primero: “Gómez Rosa se siente traicionado, vejado, maltratado, ofendido.

Considera abiertamente injusto el tratamiento que, para él, ‘evidencia una actitud malsana, un rechazo a mi trabajo’, una burla a sus ‘noches de adrenalina y pasión invertidas’, tan solo por ‘caprichos y mezquindades’ de dos escritores, según declaró: Mateo Morrison y Enrique Eusebio”.

Luego “Se cambió de imprenta para que yo ignorara el lugar y no pudiera protestar; decir que yo era el autor de los textos y retirarlos. Eso evidencia una actitud de querer imponerse sobre lo que manda la decencia”.

Y el tercer subrayado: “Confiesa que siempre ha contado con el apoyo de José Rafael Lantigua, ministro de Cultura, para sus proyectos. ‘No entiendo, nunca pude entender que él no se inclinara a validar mi reclamo, que nunca debió ser reclamo pues es el fruto de mi esfuerzo y dedicación… A pesar de todo, de estar orillando la vida en la Secretaría de Cultura, creo que no hay en el horizonte quien se pueda calzar las botas de José Rafael Lantigua para dirigir la Secretaría. Su hoja de servicios brilla con luz propia marcando un antes y un después en el acontecer cultural del país”.

Después de anotar esto volví a abrir la novela de Antonio Orlando Rodríguez en la página 549 y leí “Soy un novelista; es decir, un mentiroso profesional. Aunque este libro se inspira en la vida de Espiridona «Chiquita» Cenda, dista mucho de reproducirla con fidelidad. Se trata de una obra concebida desde la libertad absoluta que permite la ficción, así que cambié a mi antojo todo lo que quise y añadí episodios que, probablemente, a la famosa liliputiense le hubiese gustado protagonizar.

Y agregó: “He entremezclado sin el menor escrúpulo verdad histórica y fantasía, y dejo al lector la tarea de averiguar cuánto hay de una y de otra en las páginas de esta suerte de biografía imaginaria de un personaje real”.

Y encontré en esta obra excepcional las respuestas a las delirantes calumnias del poeta, que recurría a la mentira mezclada con aparentes verdades, para conseguir su deseo de ocupar el centro de la actividad literaria del país con su foto.

Este texto me permite entender un poco mejor las declaraciones que han removido y activado la vida cultural del país y ha lanzado al estrellato en miles de ejemplares la figura del poeta, multiplicando sus deseos de verse en la portada de un libro que hicimos entre todos y publicó la Secretaría de Estado de Cultura.

La verdad es que cada uno de los autores vivos seleccionó sus poemas y buscó un escritor para elaborar las palabras introductorias. Miguel Collado, en representación de Rafael Abréu Mejía, escogió los poemas de este último a ser publicados en treinta páginas y facilitó su cronología literaria acerca del autor fallecido. Soledad Álvarez escogió sus poemas y José Mármol escribió el texto.

Enrique Eusebio seleccionó los poemas y buscó como prologuista al escritor Odalís Pérez. Alexis Gómez Rosa seleccionó sus poemas y buscó como introductor a Plinio Chahín, y quien suscribe seleccionó los suyos, estrictamente treinta páginas, como había acordado, y buscó al escritor César Augusto Zapata para reflexionar acerca de su poesía.

Luego hablamos de la necesidad de buscar fotos de la época y artículos relacionados con La Antorcha.

La actitud diligente del poeta Alexis Gómez fue, indiscutiblemente, un elemento de impulso al trabajo colectivo que nos tocaba y que sin dudas él encabezó.

Hasta ahí todo resultaba armónico y se orientaba hacia un libro que, como dijo el licenciado José Rafael Lantigua, Secretario de Estado de Cultura, durante su introducción: “Este libro es, a más de un homenaje, un reencuentro con un capítulo importante de la historia literaria dominicana, y es, ante todo, un acto de la memoria que honra la impronta de cinco poetas que, un día de 1967, hace 40 años, decidieron hacer camino en la poesía para servir desde ella a los múltiples dilemas, sueños, quebraduras y fulgores que el verso representa, en cualquier latitud, en cualquier época, en cualquier distancia, en cualquier cercanía, en cualquier hondura de fe y esperanza”.

El problema hizo crisis cuando, en una visita del poeta Enrique Eusebio al encargado de composición y diagramación, Erick Simó, constataba dos hechos alarmantes: el poeta Alexis Gómez había tomado 59 páginas para sus poesías y había incluído cuatro trabajos acerca de él, en los que no aparecían ninguno de los demás integrantes, con excepción de la entrevista que me hiciera Diógenes Céspedes sobre nuestro grupo literario. 

Ante esa situación, por varias vías le pedimos a Alexis ajustarse a lo convenido y decidí incorporarme a la búsqueda de trabajos sobre Soledad, Rafael y Enrique, y agregué dos míos, retirando uno de ellos a solicitud del poeta, que ahora ocupa triunfante el centro de la comidilla literaria tan de su gusto. Tratando de evitar que el proyecto zozobrara, escribí el 17 de abril de 2008 el texto siguiente:

“Señores:

Alexis Gómez,

Enrique Eusebio,

Soledad Álvarez,

Rafael Abreu Mejía (que de seguro está en el cielo).

Les expreso mi entusiasmo por poder celebrar juntos los 40 años de La Antorcha. Me permito hacer algunas propuestas después de haber leído el texto:

1ro.: Considero que la iniciativa de Alexis merece el reconocimiento de todos, pues esto ha permitido en gran parte que el proceso esté avanzado. Pero me atrevería a pedirle a Alexis que en vez de 4 trabajos incluidos en el “Falso de toda falsedad”

El secretario de Cultura, José Rafael Lantigua, consideró “un exceso de narcisismo” del escritor Alexis Gómez Rosa alegar que no se le dio el crédito como autor del libro “Una palabra para cruzar el puente. Antología poética de La Antorcha”. De haberlo dejado en la portada, el nombre de  Rosa iba a aparecer dos veces en un mismo lugar, lo que a su entender  no era necesario.

“Pero a él no se le ha quitado la autoría, porque adentro dice que él es editor, en la mancheta también dice que él es el editor. Todo cuanto él dice es  falso de toda falsedad”, dijo.

Ese tratamiento motivó, sin embargo, a Gómez Rosa a decir  que se sentía traicionado, vejado y ofendido, víctima de  un injusto tratamiento al  trabajo de investigación que realizó para el libro.  Lantigua consideró  un acto de “irresponsabilidad” utilizar los medios de comunicación para “una bajeza” que dijo lamentar.

“Ese libro es de él. Cualquier persona con conocimiento editorial fuera de nuestro país se reiría a mandíbula batiente. Diría, pero ‘y esto merece ser noticia’. No, ombe, no; mejor dejemos eso”.

anexo deje solo el de los grupos culturales del 60 y el de Miguel Alfonseca, Vigilia y Militancia. Creo que los demás podrían publicarse próximamente quizás en la antología que él prepara acerca de sus obras completas.

2do.: La cantidad de errores es muy amplia y no valdría la pena publicar la antología en esas condiciones, razón por la cual sugiero que Enrique Eusebio, que había comenzado a hacer las correcciones, continúe, por su experiencia, dedicación  y rigurosidad.

3ro.: Con respecto al trabajo de Tony Raful creo que debe reducirse a la parte que se refiere a La Antorcha  y a los grupos literarios de la época.

4to.: Apelo a la comprensión de todos para arribar de forma armónica a esta celebración de la poesía.

Esperando sean tomadas en cuenta estas sugerencias

Afectos,

Mateo Morrison”

La respuesta a esta comunicación del poeta estrella aún la estoy esperando, lo que generó un vacío comunicacional que terminó con la publicación del libro en una imprenta cuya escogencia estuvo a cargo de las autoridades administrativas de la Secretaría de Estado de Cultura, donde ni quien suscribe ni el poeta Enrique Eusebio tuvieron ninguna intervención, pues como se sabe, las decisiones de este tipo las toman los organismos correspondientes, en cumplimiento con las normativas procedimentales y jamás con los caprichos de nadie, razón por la cual es más que risible atribuirnos el cambiar la imprenta, como señala el poeta superstar en su histórico manifiesto de querellas y quejas, que han alarmado los medios literarios del país.

Me vi tentado, mientras escribía este texto, a buscar la novela Son de mar, por aquello de la ética y la estética que referí al principio. Acerca de la estética volví a admirar esta obra extraordinaria, y en la parte ética encontré entre el poeta excepcional y el forense Fabián García gran similitud: ambos desconocían alegremente sus responsabilidades como servidores públicos, entendiendo que el Estado debía pagarle mientras, en vez de cumplir con sus obligaciones, bailaban y cantaban un bolero de Benny Moré.

Estamos de acuerdo con  la justa valoración que hace con respecto a la eficiente labor del licenciado José Rafael Lantigua al frente de la Secretaría de Estado de Cultura, mientras él se ha pasado cuatro años incumpliendo las responsabilidades nacionales e internacionales que ha dejado de realizar olímpicamente, mientras se pasea desde la tertulia de La Trinitaria a su casa, cruzando por la cafetería El Conde, quejándose del maltrato que su personalidad cultural ha recibido durante este cuatrenio.

Quienes hemos estado al lado del Secretario, apoyándolo en su gestión, nos sentimos muy contentos de coincidir en la valoración que hace Alexis acerca de quien él aspira a que lo reelija en su cotidianidad de orillar el duro trabajo para poder cada  mes recibir los recursos que les permitan mantener al mismo tiempo, la buena lectura y el buen vino, recursos con lo cuales  pudo haberse contratado un auténtico y eficaz trabajador de la cultura.

Y digo esto porque aparte de la rigurosidad ética y estética, los lectores deben conocer la realidad que lleva al poeta a una alabanza hueca, hipócrita y malsana, pues quiere dejar como parte de su veneno lírico, la sensación de que pretendo ponerme unas botas demasiado grandes para mí, cuando él sabe de primera mano que aspiro a un  nombramiento no en la Secretaría si no en el servicio extranjero, aspecto que es conocido por él, porque por años lo consideré y traté como un amigo, mientras diversas voces me decían lo que demostró la semana pasada en esta misma publicación: no era más que un “enemigo íntimo”. Nunca pensé que se atreviera, después de más de cuarenta años de conocerme plenamente, a calificarme de mezquino y a sugerir que era un traidor.

Les confieso que el sábado no me produjo el efecto del domingo. Por ser Día del Padre, mi seis hijos, dos de ellos en el extranjero, me hicieron ver que si una palabra no cabe en mi mundo interior es la de mezquino. Basta pensar en el año 1979, cuando abrí mi biblioteca y mi tiempo a jóvenes desconocidos que cotidianamente me recuerdan las peleas con las autoridades de la UASD, para que asignaran becas a todos los jóvenes de cualquier rincón del país con clara inclinación hacia la literatura.

Volví de nuevo a ver la portada de la novela que señalé y me di cuenta que además de tener por tantos años a un enemigo intimo, puedo, si el tiempo y el talento me lo permiten, escribir, con muchísima facilidad, una novela donde la ficción y la realidad tengan como centro a este personaje capaz de, al momento de llenarte de elogios, libros, buena poesía y exquisitos vinos, ir afilando el puñal shakeasperiano donde quede pulverizada la honra y la seriedad de un modesto joven que fue su profesor a los veinte años y que junto a él y otros trataron de divulgar la cultura en la margen oriental del río Ozama, y hoy la vida y el trabajo los han llevado un poco más lejos.

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