REPORTAJE
“Ya no lloro cuando me voy”

REPORTAJE<BR>“Ya no lloro cuando me voy”

Conoció el miedo atroz de los dominicanos indocumentados en Estados Unidos trabajando en factorías de New Jersey cuando iba en las vacaciones a visitar a su esposo, que se había marchado pese a ser ingeniero eléctrico porque sentía que en el país no se había realizado como profesional.

 Quitándole un plástico a vestidos y trajes de baño para damas pasaba el día completo,  en vez de disfrutar del  “merecido descanso”. Pero fue ahí donde descubrió las necesidades de una comunidad a la que ha servido sin condición ni tiempo desde que entró a “Alianza Dominicana”, la agencia más grande en ofrecer atención a los criollos residentes en Nueva York. Fue desde consejera en escuelas con la mayor tasa de deserción escolar hasta subdirectora, posición en la que estaba cuando renunció hace unos meses.

 Miriam Mejía,  socióloga, economista, experta en estadísticas, sin embargo, sigue siendo líder, apoyo, refugio de compatriotas que la abordan en calles, plazas, trenes y llegan hasta su casa para confiarle y consultarle problemas que embargan a jóvenes, ancianos, hombres, mujeres desorientados en aquella urbe excluyente, a veces traumática.

En 1988 abandonó en Santo Domingo posiciones importantes en el Consejo Nacional de Población y Familia (Conapofa),  Pro-Familia, Cipaf, Universidad Autónoma de Santo Domingo, para reunificar a la familia, y llegó allá con todas las limitantes de un emigrante común que no conoce el idioma, tratando de encontrarse en la metrópoli, intentando integrar al sistema a tres hijos pequeños que llevaban el concepto de “tía” para los maestros de “Escuela Nueva” y ahora se  enfrentaban al “frío” salón de clases norteamericano. Su batallar permitió que Patricia, Luis Ernesto y Luis Eduardo se hicieran profesionales exitosos que hoy trabajan como diseñadora gráfica, ingeniero de sistemas y chef.

Miriam Mejía no solo se ha involucrado en ayudar a adolescentes embarazadas, muchachos atrapados por las drogas, tuberculosos, diabéticos, atender niñas y niños abandonados o en poner a prueba su capacidad de comprensión sino que ha realizado una encomiable labor como promotora cultural. Organiza ferias de escritores nacionales domiciliados en Nueva York, talleres para estudiantes de secundaria, concursos literarios, edición y exposiciones de libros, y aún le quedan horas para dar a la luz su propia producción, que ya va por ocho obras.

Los que quieren hacerse ciudadanos le consultan tanto como aquellos que se sienten perseguidos por falta de documentos migratorios o quienes todavía pasan por la pena de haber perdido un pariente en el trágico vuelo 587.

 A pesar de su salida de “Alianza Dominicana”, la buscan por depresiones y otros estados de salud mental, demandando recursos económicos o consuelo, llamándola por teléfono hasta en las madrugadas.

 Pero para mantener su mente saludable allá, Miriam dice que tiene que venir a República Dominicana todos los años porque la condición de emigrante la pone en situación de nostalgia, añorando continuamente de donde viene y “buscando eso que no está en otro lado: el ser dominicano, la playa, la gente, mi familia”, expresa.

En ese viaje anual fue posible conocerla y saber de su obra desinteresada, altruista, y de su continuo bregar para que ni ella ni los suyos ausentes de la patria se desarraiguen.

Perfil.  Nació en Valverde, Mao, y pasó su infancia en la calle “San Antonio” esquina “Duarte” y en lo que llamaban “El Puente”. Hija de Aníbal Mejía Díaz y Elesia Campos, cursó bachillerato en el liceo secundario “Eugenio Deschamps”, después “Juan de Jesús Reyes”. Luego viajó a Santo Domingo para estudiar en la UASD y estuvo entre los primeros estudiantes de estadísticas, pasó a economía y se graduó en sociología.

Se casó con Luis Álvarez, de Las Matas de Farfán, que trabaja en USA para la Autoridad Metropolitana de Tránsito en el área eléctrica. Al ir a acompañarlo junto a los tres hijos del matrimonio, vivió en Washington Heighs durante siete años y luego se mudó al Bronx. Cuando encaminó a sus pequeños, una amiga la conectó con una biblioteca especializada en impuestos, lo que le ayudó sobremanera con el inglés, que posteriormente reforzó en cursos para nuevos inmigrantes de la Universidad de Columbia.

En 1990 entró a “Alianza Dominicana”, siendo esta empresa un proyecto que arrancaba, pequeño, con apenas unos 30 empleados que hoy andan por los 400. Fue consejera en escuelas, coordinadora y supervisora de programas de salud hasta ser promovida a subdirectora de la agencia donde sirvió por 22 años a la comunidad dominicana.

Junto a Hortensia González organizó la “Feria de Escritoras Dominicanas en Nueva York”, que lleva ocho años, centrada en la mujer, patrocinada por “Alianza Dominicana” y el “Centro de Desarrollo de la Mujer Dominicana”. Ambas están ahora embarcadas en un proyecto personal que han llamado “Casa Verde Camila”, para promover todo lo que implica creatividad femenina, explica.

Miriam ha publicado: “Crisálida”, “De fantasmas interiores y otras complejidades”, “Piel de agua, aristas ancestrales”, “Mujeres en clave” (compilación de obras de mujeres comunes y corrientes de Nueva York) y otra compilación sobre ocho escritoras nacionales en colaboración con Marianela Medrano, “La palabra revelada/rebelada: el poder de contarnos”, entre otras.

Sencilla, práctica, activa, con la maleta dispuesta para el invariable trayecto a Mao, es la discípula nostálgica de Rubén Silié, Frank Moya Pons, Isis Duarte, Irma Nicasio, Nelson Ramírez, que a su trabajo filantrópico y a sus triunfos profesionales ha agregado un gran logro personal, manifiesta: “Ya no lloro cuando me voy”.

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