Reportaje
Así asesinaron a Estrella Ureña

<STRONG>Reportaje <BR></STRONG>Así asesinaron a Estrella Ureña

Sabe los detalles de cómo fue envenenado Rafael Estrella Ureña y los nombres del militar que aprovechando la confianza le brindó el café envenenado y del médico que tratando de aliviar su agonía, en el hospital Padre Billini, le inoculó la inyección letal.

Afirma haber conocido a Fidel Castro en el país, en abril de 1956 cuando se reunió con Rafael y Héctor Trujillo en una de las fincas de éste último “en el kilómetro 9. Acompañé al general en el carro convertible Cadillac, al llegar a la casa estaban El Jefe y unos cuantos carros. Como a la hora vino el general con ese señor que me saludó tocándome en el hombro”, cuenta Generoso Gómez. Al poco tiempo, pasando por el campamento militar cercano a lo que es hoy la UNPHU, advirtió a su patrono de la constante entrada y salida de civiles de ese recinto.

 “Esas son las gentes que estamos preparando para tumbar a Batista, ese que te tocó el hombro, era Fidel Castro, el jefe de ellos”, relata Generoso, y agrega: “Yo no había oído mencionar a Fidel Castro, pero esa vez lo vi, escríbalo”.

Conoce también los pormenores de las armas que Trujillo mandaba a Cuba “con Valeriano Brito, de la Marina, el hombre que comandaba el barco Angelita, hecho preso por los revolucionarios en Cayo Confite. Llegaba en la madrugada a las costas y le descargaba las armas a Fidel cuando estaba en Sierra Maestra”.

Estuvo al tanto de la delicada misión que Trujillo encomendó a Fernando Batista, piloto de aviones de transporte: “Volar un avión lleno de cubanos” hacia la hermana Antilla “para tumbar a Fidel”, en 1960. El compañero le contó los planes, la operación, el regreso. “Aterrizó en Trinidad, descargó, había unos hombres esperándolo debajo de unas matas de mango, los dejó y regresó”. Comenta Generoso que “al Jefe le disgustó la actitud que tuvo Batista de salir huyendo y no echar el pleito, dijo que Batista era un pendejo y mandó a pelear a los mismos hombres que lo trajeron”.

Generoso Gómez, el fiel asistente de Héctor Bienvenido (Negro) Trujillo, fue testigo, actor, protagonista de acontecimientos inauditos de la funesta “Era de Trujillo”. Habla con no disimulado cariño de esa otrora “insigne” parentela de la que ha sido leal, a pesar de que del “Amado Benefactor” sólo recibió cinco pesos cuando éste era brigadier y le dio paso en la fortaleza Ozama para que cruzara al Hospital Nacional a ver a su madre Ubaldina Gómez,  lavandera del doctor Ramón de Lara.

Tomó leche de las manos del Presidente Horacio Vásquez en las horas de ordeño y recibió del mandatario, cada seis de enero, sus regalos de Reyes.  El pasado 24 de noviembre Generoso cumplió 72 años de haber ingresado al Ejército y el uno de marzo arribó a los 88 de edad. No tiene reparos en divulgar los secretos que le mantienen la mente lúcida y el cuerpo sano. Extrae de sus gavetas medicinas naturales y de la nevera una mezcla milagrosa que alimenta su longevidad.

Abogado consternado

Vio llorar a un prominente abogado que buscaba al Generalísimo para desahogar una vergüenza familiar: un joven miembro de esa entonces llamada “ilustre estirpe” había ultrajado a una de sus hijas, se la llevó un alcahuete trujillista. El Generalísimo consoló el bochorno designándolo en una embajada. “Eso no es nada, dice Generoso que lo confortó, no llores más, llévate a tu esposa y tus hijos por un tiempo”.

Narra quiénes y cómo asesinaron al general Vásquez Rivera, que participó en un  complot contra el régimen, y al describir el crimen espeluznante, el sarcófago que vio salir de la fortaleza con el cadáver, el ambiente se torna tan lúgubre como cuando refiere las muertes aterradoras del capitán Eugenio de Marchena, “Juan Boquerón, el sargento Brisón, el coronel Mendoza… Muchos amigos míos fueron fusilados, unos en la artillería, a Marchena en La Vega”, manifiesta apenado, sin ocultar la identidad de los verdugos. Un reconocido general del régimen había acudido escandalizado ante Trujillo: “¡Ay Jefe, los guardias de la Artillería lo quieren matar a usted y al general Federico Fiallo!”.

Las historias del ex Ordenanza son sociales, amorosas, políticas, trágicas. Hombres y mujeres que menciona son inacabables en vivencias de las que él también fue víctima, militar en desgracia, humillado o en misiones increíbles como cuando lo designaron a Haití para que ganara la confianza de nativos en posiciones elevadas y “les sacara” sus intenciones respecto a la República. Tras largos meses, su mejor amigo haitiano le envió la respuesta en sobre lacrado: el libro “Tambores del destino”, escrito en 1804 por el secretario del emperador Cristóbal”. Leyó con impaciencia las más de 300 páginas que resumían “cómo los haitianos van a ocupar la parte española de la Isla sin tirar ni un tiro. ¿Qué tiempo tomarán? Un año, dos, un siglo, cuatro, infiltrándose lentamente”.

Describe la determinación de Joaquín Cocco y Fausto Caamaño “el alemán”, cuando fueron a proponerle a Héctor que asumiera el mando tras el tiranicidio. Caamaño le aconsejó eufórico: “¡Hágase cargo del poder, que usted es el hombre, le vamos a demostrar a estos pendejos, carajo, que El Jefe tenía amigos!”.

Refiere la supuesta orden del Departamento de Estado Norteamericano para que a “Negro” le garantizaran sus bienes, mandato que Balaguer delegó en Generoso. Relata el destino final de “Mamá Julia” en “Ciudad Trujillo” y da los nombres insospechados de militares implicados en la trama del 30 de mayo cuya participación apenas se conoce.

Además de las fotos y cartas el  mayor retirado conservó hasta hace poco la cadena que en su cuello lucia “El Jefe” la noche que lo eliminaron. Cholo Villeta se la llevó a Héctor y éste se la obsequió, pero en una gravedad la regaló a un amigo, creyendo que se moría. De esa fecha son sus narraciones más patéticas. Con ese nombre publicó un libro ya agotado: “Trujillo, La noche trágica. 30 de Mayo de 1961”.

Pasadas las primeras horas del ajusticiamiento, cuenta, llegó Johnny Abbes al Palacio y sólo miraba fijamente al general Pupo Román. No apartó sus ojos del secretario de las Fuerzas Armadas cuando Generoso le preguntó quiénes habían “matado al Jefe”. Mantuvo estática la mirada y le respondió: “Los mismos que yo le dije, y no me hizo caso”.

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