Reportaje
Alberto Conrado Abreu Morel

Reportaje<BR>Alberto Conrado Abreu Morel

“Dame Dios mío más piadoso celo/ Libra mi alma de la ambición mundana / Dame más fe para mirar al cielo / desde este valle de miseria humana”.

Es parte de un documento inédito titulado “Reflexión” que dejó escrito Alberto Conrado Abreu Morel y que conserva su hijo mayor. Con esa cita concluyó una biografía que entregó al instituto que lleva el nombre de su progenitor porque el alumnado desconocía quien fue el consagrado maestro, misionero, predicador elocuente y mártir de la tiranía trujillista.

Aparte de esta semblanza solo Mildred Guzmán lo menciona en su libro  “El Bosch que yo conocí”. Sin embargo, pastores y feligreses protestantes tienen inmensidad de testimonios sobre su vida, sus luchas contra la satrapía y el infortunado final en la embajada de Brasil donde cayó abatido por sicarios trujillistas al intentar asilarse con su esposa Luz María Piña Saladín, sus cuatro hijos y Eugenio Cabral, alias “Ligó”.

Hay tanta información recopilada sobre el osado apóstol que su primogénito tiene un libro listo para impresión y hay una historia novelada “de un hijo del reverendo Mieses”,  reveló Guillermo García Fernández cuyo padre, el ministro Raymundo García, fue amigo entrañable y compadre de la víctima. Guillermo ha continuado esa relación con Alberto a  quien bautizó una hija.

“Yo estaba enterado de todo por Eugenio, porque don Alberto era  muy reservado. Decidió acudir a Eugenio empujado por la desesperación porque entre ellos no existía esa gran amistad. Eugenio trabajaba como chofer en Cenadarte y manejaba una station wagon”. Cuenta que “Genito”, como le llamaban, “se vinculó siempre con todos los pastores que conoció en el Instituto Evangélico de Santiago. Le decían “Ligó” porque allá lo acogió la familia  Lithgow”.

Ese centro fue cuna de una  hornada de propagadores de la fe cristiana, norteamericanos y dominicanos que fueron después perseguidos y torturados psicológicamente por el régimen. Allí fue Alberto subdirector y profesor.

Abreu Morel poseía excepcional inteligencia y preparación profesional  por lo que el Gobierno procuró sus servicios como traductor y contable. Le encargaron la traducción al inglés de “Meditaciones morales”, supuestamente escrita por María Martínez de Trujillo, declaró Guillermo. Estando en esa posición, añade, viajó a Venezuela y apreció lo que era un estado democrático y se le despertó el deseo de ir a vivir a Estados Unidos pero siempre fue rechazado.

Vivía asqueado de las atrocidades del trujillato y no solo formó células clandestinas sino que preparaba y distribuía panfletos que dejaba al descuido en carros públicos.

Tenía otro compadre y compañero de iglesia y magisterio, Justo Manuel Román, padrino de Albertico. Un hijo de este, piloto de la Fuerza Aérea, Hugo, le contó las torturas y los fusilamientos de los expedicionarios de 1959, lo que acrecentó su indignación y aceleró su “compromiso de destruir la dictadura”, anota el hijo. En  “Ecos evangélicos”, el profesor Román narra los afanes de libertad de Alberto afirmando que “no era feliz: había abandonado cargos en donde hubiera podido hacer fortuna porque eran puestos por donde entraban y salían procedimientos de la política sucia, rapaz e implacable de Trujillo”.

“Yo prefiero que mis hijos mueran  antes que crecer en el asfixiante ambiente en que vivimos los dominicanos”, confió a Román a quien acudió cuando viajó a Santiago a buscar viejos amigos para incorporarlos a “Los decenarios”. Román le acompañó “y se percató de que los estaban siguiendo y parece que Alberto lo sabía”. El militante había renunciado a su último trabajo público de contralor en el hotel El Embajador y se dedicó a “comisionista” y vendedor de seguros de “General Sales”, que “estaba en la calle Mercedes”, para tener tiempo de dedicarse a la acción política.

Sus células eran un secreto tan grande que todavía no se sabe quiénes eran los miembros, expresa García que conserva un rico archivo de fotos y documentos heredados de su madre Dolores quien fue educada por los esposos George y Ruth Mills,  superintendentes durante años del Instituto Evangélico “que era la sede de la Iglesia Metodista Libre”. También el patrimonio del reverendo García que ejerció su magisterio por toda la República. Eugenio Cabral les llama “papi, mami, Ray, Lola” en fotos que  les enviaba desde Brasil.

“Yo le pregunté después a una gran amiga de Alberto Abreu, Milagros Hasbún, si alguna vez él le había contado algo y me dijo que nunca, pero que lo estaban persiguiendo”, narra Guillermo.

Infiltrados, “accidentes”.   Alberto entregó a Raymundo García una caja con las sotanas que se pondrían los tres varones mayores para confundir a los calieses, confeccionadas por las hermanas Juana y Asunción Santos. “El plan fue muy elaborado, se cortaron  planchas de acero para cubrir el vehículo previendo lo que lamentablemente sucedió”.

“Genito sale con las túnicas en la mañana y ahí comienza el tiempo a correr”, comunica Guillermo. “Pero ya el régimen había infiltrado gente en las iglesias”, declara,  narrando el caso de una presunta  exmonja que delató a su padre por expresiones de condena al asesinato de los revolucionarios de 1959.  Al otro día fue interrogado por el SIM y Cholo Villeta “le dio una charla sobre el poderío militar trujillista”.

El destino de Alberto Conrado Abreu Morel quedó marcado desde que Cabral recogió los hábitos. Un calié al acecho en la 19 de Marzo esquina Santiago Rodríguez pasó el informe. Recorrieron varias embajadas y finalmente, en la de Brasil, los esperó un ejército que  mató a Alberto Abreu el 7 de julio de 1960 e hirieron a “Lucita”, la esposa, a Albertico y a Cabral. “Albertico salió al desatarse el tiroteo y don Alberto vino tras él, a Eva el Señor la protegió porque una bala atravesó el asiento y solo la rozó. El profesor Lora Beltrán, funcionario de Educación, vio todo y exclamó: ‘Jamás pude pensar que era Alberto Abreu”, refiere Guillermo.

Cuenta que a los sobrevivientes los trataban “como leprosos de los tiempos bíblicos, todo el mundo se alejó, nadie se atrevía a ir al hospital”. Pero se atrevieron los padres de Guillermo y Nahum Perkins, quienes también despidieron a los desterrados al aeropuerto.

“Mister Perkins tuvo después un “accidente” en la autopista Duarte y cuando la iglesia lo llevó a Haití ya lo estaba esperando Johnny Abbes y allí fue víctima de otro más grave a causa del cual murió tiempo después”.

La noche anterior al asilo, Alberto Abreu cenó junto a la familia “como de costumbre. Sin embargo, estábamos conscientes de que esa podría ser nuestra última cena”, anota Albertico, y agrega: “Esta vez sus ojos no reflejaban odio ni amargura. Se mostraba muy tranquilo y en paz con sí mismo y con su Dios. Mi padre tenía 48 años de edad”. 

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