REPORTAJE
Altagrace, sus hijas y sus ocho nietos, un año de miseria en carpa en Haití

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PUERTO PRÍNCIPE, (AFP) – De la mañana a la noche, sentada en un balde de plástico y rodeada de sus hijas, Altagrace pela guisantes, su único recurso para alimentar a sus hijas y nietos, un total de trece personas que quedaron a su cargo.

Desplazada por el sismo del 12 de enero de 2010 en la capital haitiana y su región, Altagrace, de 59 años, se ocupa de cinco hijas y ocho nietos.

Viven todos juntos apretujados bajo un toldo de plástico azul en el campamento de refugiados de Toussine.

Altagrace Reaud vivía en una casa convencional antes del terremoto. Junto a una zanja que sirve de vertedero, esta activa abuela con pocos dientes señala lo que quedó de su hogar, del que una pared entera fue deglutido por la Tierra.

Otros tres muros subsistieron, pero sin techo ni suelo, imposible regresar. Los muros de la casita vecina, donde vive su hermano, quedaron milagrosamente en pie. El interior está exento de todo lujo: un colchón en el piso, sin puertas ni ventanas al que se entra sólo por un puente de tablas apiladas.

«Los dueños quieren que yo pague la reconstrucción, y no tengo plata», se lamenta en creol. Los 14 integrantes de su hogar primero se trasladaron a un estadio, antes de ser expulsados por los dueños, con prisa por recuperar su propiedad.

Al igual que miles de otras familias, los Reaud terminaron aterrizando en el campamento de Toussine a principios del otoño boreal.

«Desde el 12 de enero, soy yo la que se ocupa de todo, que trabaja, que tiene crédito», afirma Altagrace.

Para ganarse la vida, vende sus guisantes al borde de una ruta de mucho tránsito, al igual que otras haitianas. Los vende a cerca de un dolar los cien gramos, que le reportan unos 30 dólares por semana. Para su «comercio», tal como ella lo llama, Altagrace va a veces al mercado a comprar frutas y verduras, para revenderlas luego en el barrio.

 «Cuando tengo dinero, compro mandioca para hacer tortas. También vendo arvejas, o mangos en temporada. Revendo todo lo que puedo, pero hoy no tengo plata», explica. Mendigar es a veces necesario, y le toca a las hijas.

«Vivimos por la buena de Dios», puntualiza Marie-Nadège, de 26 años, con un pequeño sin pañales en su falda. «Si tenemos, comemos. Si no tenemos, le pedimos a la gente».

Desde julio, más de 500.000 haitianos dejaron los campos de refugiados de los cerca de 1,5 millones que perdieron sus hogares en el sismo y pasaron a vivir en condiciones precarias, según la Organización Internacional para las Migraciones.

Pero al igual que Altagrace, cerca de un millón de desplazados –10% de la población de Haití–

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