REPORTAJE
Balaguer: “Trujillo es el décimo trinitario”

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El discurso que pronunció el “Presidente” Joaquín Balaguer el 27 de febrero de 1961 en el Congreso Nacional para depositar las memorias del año anterior, es histórico no sólo porque fue la última gran oratoria dedicada a exaltar supuestos logros del régimen sino porque superó en exageración todos los lisonjeros adjetivos que hasta ese momento se habían creado para engrandecer al tirano.

La memorable alocución lo refleja como el zorro político que demostró ser hasta su muerte.

Este parlamento no parece pronunciado por el hombre que tenía conocimiento del disgusto general por las desapariciones, destierros y crímenes tan horrendos como el asesinato de las hermanas Mirabal y de la trama que se fraguaba para eliminar al sátrapa, según se ha afirmado después del tiranicidio.

Balaguer, de quien supuestamente el mismo Trujillo decía que era más astuto que él, no pensó en sus aspiraciones para el futuro y se jugó su porvenir en esta proclama que llenó primeras páginas y mereció elogiosos editoriales en la semana del 26 de febrero al 4 de marzo. Se ajustó al momento sin dejar entrever  señales de sus ambiciones.

No actuó por ignorancia, sabía lo que hacía,  como puede inferirse de las Memorias publicadas tras el ajusticiamiento. “El hombre, en esa época, se rebajó hasta el punto de convertirse en un títere. El sentimiento de la dignidad  desapareció totalmente. El culto a Trujillo se exageró hasta el punto de que el nombre de Duarte y el de los demás fundadores de la República dejaron de ser ofrecidos a la veneración del público y se les desterró de las aulas escolares”, escribió Balaguer, habiendo sido  inspirador y exponente de esa conducta. Su discurso del 27 de febrero de 1961 es el mejor ejemplo.

El colmo de la adulación.  Balaguer dijo que Trujillo no formó parte de los nueve trinitarios que fundaron la sociedad secreta pero lo declaró “el Décimo Trinitario” porque  “recogió la antorcha de Duarte y avivó su llama para impedir que nuestra generación la recogiera extinguida sobre los campos cubiertos con los escombros de las instituciones”.

Aseguró que el sátrapa era “el más grande creador de riquezas que ha existido en la historia dominicana” y que al “Jefe” le debíamos “la hazaña de redimirnos de esa miseria cuatro veces seculares”.

Para él, fue a partir de 1930, con el ascenso de Trujillo, cuando se reafirmó la nacionalidad y se venció la pobreza. “Es por esto también nuestro libertador, y por eso, cuando conmemoramos el 27 de febrero, hay que volver la vista a él para saludarlo como el Prócer que nos dio con la prosperidad la Independencia integral, la soberanía verdadera, la libertad auténtica”. No conforme con opacar a Duarte, redujo prácticamente a Mella al decir que las páginas de las Memorias no estaban “henchidas de trabucazos relampagueantes ni cortadas por ráfagas de cólera” y que “Trujillo había ganado “las únicas batallas que no han costado sangre a la República y han cubierto sus pendones de gloria inmarcesible”.

Atacó a los exiliados antitrujillistas y “los actos de agresión internacional” contra la República, y aunque reconoció que se había afectado la economía, se mostró optimista porque “la Era de Trujillo se inició con un ciclón y ha vivido desde entonces avanzando como una ave de tormenta entre vientos huracanados”. Citó entre esos vientos a la expedición de Cayo Confites, el terremoto de 1946, “los incidentes fronterizos” de 1937, definiéndolos como “nubes de verano que dejaron el cielo más azul”.

Reveló una supuesta misteriosa alianza entre Trujillo y Dios y destacó que “ese pacto inviolable es el secreto de los grandes guías, de los supremos conductores, de los caudillos victoriosos”. Reiteró que el tirano era “un protegido del destino” y que en toda su trayectoria habían intervenido “factores providenciales, divinos”.

Lo llamó “el astro inmortal”, “el gran repúblico”, “el constructor por antonomasia”. Resaltó la presunta democracia imperante, la paz  y la libertad de cultos,  a pesar de los ataques oficiales  a los obispos. Por eso  se cuidó de poner como ejemplo de esa libertad el levantamiento de la prohibición “legal” que existía contra los Testigos de Jehová y  denunciar la “ayuda dispensada continuamente a la Iglesia  desde el 16 de agosto de 1930”.

Enumeró presuntos progresos en obras públicas, agricultura, industria, comercio, trabajo, salud, asistencia social, las conquistas de tener aduanas propias, autonomía económica, solidez en los bancos del Estado, firmeza en la moneda dominicana  y un vasto plan de construcciones. No obvió enfatizar la invasión “unas veces violenta y otras veces pacífica de Haití”, problema resuelto por “el Benefactor “con el establecimiento de una política de respeto recíproco entre las dos naciones”, significó.

“Que no se equivoquen los ilusos que alimentan en el exterior la idea de que  el orden que hoy impera en el país puede ser subvertido como si 30 años pasaran en vano sobre la conciencia de un pueblo… como si fuera posible violentar por medios humanos el curso de la historia”,  manifestó, y recordó “el lema del héroe, inmortalizado por Longfellow: ¡Adelante, siempre adelante!”.

Balaguer conoció a Trujillo en la campaña política que promovió su candidatura junto a Estrella Ureña, en 1930, y redactó el Manifiesto del Movimiento Cívico contra el Presidente Horacio Vásquez. En los recorridos era presentado como “el orador más joven del Partido Republicano”. Desde entonces no se separó más del tirano. El último gran discurso de lisonjas lo pronunció ante el cadáver de su líder, en 1961.

Nacido en Navarrete el  1 de septiembre de 1906 ocupó el primer cargo de “la Era»  en 1930 y desempeñó elevadas posiciones hasta  agosto de 1960 cuando fue juramentado como “Presidente de la República” para “suavizar” las sanciones impuestas al país.

La muerte de Trujillo, el 30 de mayo de 1961,  le sorprendió en esa función.  Salió de la República  el 7 de marzo de 1962 luego de asilarse en la Nunciatura Apostólica y retornó el 25 de junio de 1965. Gobernó  el país desde 1966 a 1978 y  de 1986 hasta 1996. Falleció el 14 de julio de 2002.

Confesó en sus Memorias que uno de los secretos en la vida pública consiste en saber esperar. “Quien se impacienta, acicateado por sus ambiciones, corre el riesgo de tropezar y se expone innecesariamente al fracaso…”.

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