Reportaje
¿Conspiración de silencio contra MPD?

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Conoce al detalle las historias de Cayo Confite, el asalto al cuartel Moncada, la revolución cubana. Fidel Castro es  como miembro de su familia por la estrecha relación y gratitud que el líder profesa a su tío, el legendario comandante Pichirilo. De él y de su abuelo Agustín Pichardo heredó el carácter rebelde,  sentido de lucha,  amor por la justicia. Éste aprovechaba sus goletas y balandros “Grecia P-1” y “Grecia P-2” para llevar cartas a los antitrujillistas radicados en Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Curazao.

Es Agustín Pinedo Mejía pero pocos lo identifican como tal ni conocen sus actuaciones políticas, que fueron clandestinas. Le dicen “Monchín” y lo relacionan generalmente con docencia, la UASD y deportes pues además de dirigir clubes y federaciones de béisbol y baloncesto ganó medalla de oro en Panamá y perteneció a la delegación que obtuvo igual lauro en Cuba. Le corresponde el apellido Pichirilo pero  no lo lleva desde que Trujillo persiguió a esa progenie y despojó al abuelo de sus embarcaciones. Ni siquiera les permitían hacer transacciones bancarias.

Ramfis los persiguió cuando “Pichi”, como llamaban a uno que era diestro beisbolista, ganó un torneo a la Aviación de la que el “Mimado” era jefe. No era permitido imponerse a un Trujillo ni equipararlos en popularidad, por eso se prohibió el famoso merengue que rezaba: “¿Quién no quiere ser Pichirilo?” porque vestían a la moda, viajaban, eran bien parecidos y acomodados. La precariedad por el acoso político los mandó a vivir a Villa Francisca, desde donde recorrían a pie largas distancias. “Monchín” se hizo ingeniero salvando grandes limitaciones.

Fue atraído en 1946 por el discurso valiente  de un orador del Movimiento Popular Dominicano pero un “palero de Balᔠlo delató y debieron mandarlo a vivir con unos primos a la Arzobispo Meriño. “Quedé marcado políticamente: fui emepedeísta de ahí en adelante, en la Universidad me entregaron el periódico “Libertad” y comencé a repartirlo. En una movilización conocí a César Rojas, dirigente del MPD, que se convirtió en mi protector y un día me abordó solicitándome convencer a mi tío para que trajera 12 Garandt de Puerto Rico. Fue mi primer compromiso político”. Pasó a ser militante “y entré en contacto con Leopoldo Grullón y Cayetano Rodríguez del Prado”.

Abriendo fuego

Después que Gustavo Ricart, del Comité Central de la organización, le dio sus primeros entrenamientos, Pinedo Mejía parecía vivir sobre un volcán. “Conocí a Máximo López Molina que me impactó por su liderazgo”. Un día, mientras recibía prácticas en una casa de Herrera lo apresaron  junto a Ricart, Máximo López, Ilander Selig, Parmenio Erickson, “Benito el español” y otros. Los deportaron a París donde al poco tiempo recibieron al publicista Efraim Castillo.  Hugo Tolentino y Alfonso Canto fueron allí su apoyo más valioso pero el frío los golpeaba a los tres meses y el Partido consiguió que los acogieran en Cuba.

“La mano mágica de Pipe Faxas apareció en La Habana porque Chito Henríquez, el historiador, se oponía a que nos recibieran, y consiguió nuestra aceptación con un funcionario cubano”, cuenta Pinedo. Se inició “una etapa de verdadera formación militar. Regresé en 1963 y un mes después de llegar nos alzamos en Cevicos, Cotuí, en defensa de la constitucionalidad perdida con el derrocamiento de Bosch”. Al entrenamiento de Cuba se unieron las estrategias inculcadas por Breno Brenes. Pero cayeron presos.

En la cárcel le sorprendió el levantamiento de Manolo Tavárez y el arribo de Cayetano Rodríguez por Montecristi, procedente de Cuba “en el Scarlet Woman”. El MPD, refiere, realizó “el único acto militar  para reivindicar la muerte de Manolo”.

 Una amnistía general favoreció su libertad y él se integró a un naciente MPD dirigido por José Ramírez (Conde). Al poco tiempo la guerra de abril de 1965 lo colocó en el “Comando Argentina” que presidía Juan Robles. La agrupación contaba además con “La Avanzada A”, en San Cristóbal, comandada por “Chestaro”; el comando de la Mella, a cargo de Plinio Matos Moquete; el de la “Casa de las cucarachas”, comandado por Jorge Puello (El Men) y otro en la Benigno del Castillo que servía de embajada a los del interior. “Luego surgió el “B” en el que estaban Jacques Viau, Pedro Bonilla y Norge Botello”.

En el de “La casa de las cucarachas” se recibió a Diego Guerra de parte del coronel Caamaño “que quería saber  nuestra posición respecto a la propuesta de que fuera Presidente Constitucionalista. La apoyamos”. Guerra era “un cuadro” entrenado por Breno Brenes y Gustavo Ricart, que fungía como jefe de seguridad del líder de la gesta, narró. Otro de sus integrantes, Onelio Espaillat, abastecía al naciente gobierno, manifestó.

La última arriesgada empresa de Monchín fue el asalto al cuartel de San Francisco de Macorís en el que murieron “Baldemiro Castro y todos los emepedeístas de esa provincia”. Cuando el ataque al hotel Matum en Santiago, “el único partido que se lanzó a las calles a defender y protestar fue el MPD”, asegura.

 En 1966, con el triunfo de Balaguer “comenzaron las acciones contra el Partido. Mataron a Pichirilo, a Guido Gil y no profundizamos en que el verdadero objetivo era acabar con el MPD”, razona.

Se cayó en división, lucha interna, incidencia de otros movimientos, la infiltración de “agentes, aventureros, delatores. La organización se dividió entre MPD y Pacoredo, yo continué en la dirección pero comenzó una pugna que no podía mantenerse. En 1967 se coló Manolo Plata Díaz, seudónimo de un sargento de la Aviación que intervino en el asesinato de Maximiliano Gómez y Miriam Pinedo, mi hermana, llegaron militantes del fragmentado 14 de Junio que quisieron convertir al MPD en verde y negro” sostiene Pinedo Mejía. Ese caos hizo que abandonara la agrupación y la política de la que se ha mantenido marginado hasta el presente.

René Sánchez Córdova, Cayetano Rodríguez del Prado, Breno Brenes y Monchín Pinedo rescatan en sus novedosas narraciones a “muchos héroes olvidados” y  cuentan actuaciones determinantes de su Partido en los hechos contemporáneos trascendentes, sin embargo, comentan, “todavía los historiadores siguen negando la presencia del MPD”.

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