CHICAGO. AP.- Marilú Vargas trata de encontrar carnes rebajadas en una tienda de comestibles mexicana. Debe reducir el presupuesto de su familia, que incluye cinco hijos, y guardar lo que pueda para enviarle a sus padres en México.
Hace nueve meses, Vargas, quien tienen 36 años, se quedó sin empleo cuando la firma de préstamos hipotecarios en que trabajaba se fundió como consecuencia de la crisis en el mercado de la vivienda.
La familia vive ahora de los 30,000 dólares anuales que gana su marido y ha tenido que reducir drásticamente sus gastos. Los padres y otros parientes de Vargas, que estaban acostumbrados a recibir remesas constantes, ahora deben esperar cada vez más por un envío, y reciben sumas mucho menores.
A medida que se agrava la recesión en Estados Unidos, Vargas y tantos otros inmigrantes deben reducir las remesas que envían a sus países. Se pronostica que este año se producirá el primer descenso en las remesas enviadas a México desde 1995, cuando comenzó a llevarse esa cuenta. Las remesas que envían los emigrantes radicados en Estados Unidos son la segunda fuente de ingresos del extranjero más grande que tiene México, superada sólo por el petróleo. Pero las remesas bajaron un 2,2% en el primer semestre del 2008, según el Banco Central mexicano.
Uno de los bancos más grandes de México pronosticó una baja de 23,500 millones de dólares, o el 2%, cuando el banco central emita su informe final sobre el 2008 a fines de enero. Periodistas de la AP en Chicago y México siguieron los pasos de Vargas en Chicago y de su familia en Iguala, estado mexicano de Guerrero, para observar el impacto de esta situación en la vida cotidiana de la gente. Los miles de dólares que Vargas envió a su familia en los 17 años que lleva viviendo en Estados Unidos le permitieron a sus padres completar la construcción de una casa con tres dormitorios. Su madre, por otra parte, pudo ver a un médico privado en lugar de depender de las clínicas públicas, que están siempre atestadas y con frecuencia ofrecen un servicio deficiente. Vargas dice que en algún momento llegó a enviar 500 dólares mensuales.
50 y 80 dólares.- Ultimamente, manda entre 50 y 80 dólares cuando puede. Su madre jamás se queja. Lo acepta, expresó Vargas. Mira la televisión y sabe lo difícil que están las cosas aquí. Pero Vargas sufre pensando que no puede aportar más, pues está consciente de que en México también atraviesan por tiempos duros. La economía estadounidense afecta a todos allí. La vida es más difícil, señaló. En la región de Iguala abundan el mango, las naranjas y otros frutales, pero a la gente le cuesta llegar a fin de mes.
El padre de Vargas, Alberto Rodríguez, de 56 años, no ha podido encontrar trabajo desde hace dos meses. Rodríguez es un obrero de la construcción que siempre tuvo trabajo en la ciudad, donde la gente construye viviendas por etapas, incorporando algo nuevo cada vez que llega alguna remesa. Ultimamente, no obstante, se escuchan pocos martillazos y las máquinas de mezclar cemento están calladas. Abundan las estructuras a medio construir, que no avanzan desde hace tiempo. Casi no se ve gente en los locales de Western Union donde otrora se formaban largas colas de personas que iban a recoger sus remesas.
Los que emigraron le enviaban dinero a sus familias, las cuales contrataban gente para construir un segundo piso o pintar la casa, manifestó Rodríguez. Pero ahora la gente se está quedando sin trabajo allí (en Estados Unidos) y aquí también aumenta el desempleo como consecuencia de la crisis en el país vecino. Rodríguez y su esposa, Magdalena Jiménez, quien también tiene 56 años, viven del dinero que ganan vendiendo golosinas, cigarrillos, pepinos con picante y algunas otras cosas frente a una fábrica.
En un día reciente, Jiménez hamacaba a su nieta de dos meses en una playa de estacionamiento mientras su hija menor, Dora, de 21 años, atendía el puesto.
Alberto traía refrescos y otras mercancías en una bicicleta adaptada para cargar grandes pesos. Se vendió mucho y sacaron 23 dólares en unas dos horas. Pero 15 dólares se fueron en la compra de mercancías en un mercado y luego pasaron horas preparando helado casero de mango y coco para vender al día siguiente. Con lo poco que ganamos, podemos comer, señaló Magdalena Jiménez, quien sufre mareos causados por una hipertensión. El mes pasado estuvo hospitalizada cuatro días y debió pagar 300 dólares por los servicios médicos. Tratamos de sobrevivir y de superar la crisis, expresó. La pareja vive con su hijo y la esposa de éste, y con Dora, su esposo y sus tres niños.
Ayuda a personas a lidiar con hipotecas
Marilú ayuda a personas que deben lidiar con hipotecas, toma nota en un cuaderno de la gente que tiene orden de deportación y envía a los indigentes a comedores comunitarios. Su familia la acompaña por la tarde.
Su hija Marychu, de nueve años, completa unos deberes de matemáticas. Jesús, quien estudia para diácono, está sentado frente a un televisor junto a otros individuos, mirando un partido de fútbol que Honduras le ganó a México. Marilú se siente en su elemento, incorporando información a una computadora, respondiendo llamadas y ayudando a un grupo de mujeres que tejen una estola con diseños complicados. Intenta ser optimista.
Mi esposo trabaja, tenemos comida, expresó. Estamos saludables. Los chicos van a la escuela y estamos unidos.