El sorprendente desorden en la concurrida, contaminada, desordenada, anárquica y bulliciosa intersección de las avenidas Duarte y París, y todo el entorno comercial de ambas vías, se acrecienta, se dimensiona cada día. Las aceras no alcanzan para el extenso volumen de mercancías que se exhibe y se vende al pregón, y parte de las calles han sido ocupadas, pulgada a pulgada, generando problemas adicionales de taponamientos y ruidos ensordecedores en el caótico tránsito de vehículos.
Cobijados bajo la sombra protectora del elevado que se extiende en ese tramo de la París con Jacinto de la Concha hasta la plazoleta La Trinitaria, en la actividad comercial informal, cotidiana, con sabor a populacho, interactúan cientos de buhoneros, vendedores ambulantes, buscones, intermediarios, grupos religiosos, choferes de voladoras y rutas de guaguas de distintos sindicatos, taxistas, motoconchistas, cuidadores de parqueos, carteristas, enajenados mentales, prostitutas, estafadores de poca monta, ladronzuelos furtivos, pedigüeños, enfermos sexuales, buscavida y gente que ha hecho de ese modo de vida un hábito.
Un simple monitoreo visual permite comprobar que allí hay personas durante todo el día, y se quedan a dormir en las noches.
A esa legión de hombres, mujeres y niños que hacen vida común durante horas diurnas y nocturnas, en ese mismo escenario, se ha unido un pujante grupo de comerciantes haitianos que, como el resto de los buhoneros, ofertan mercancías nuevas y de segunda mano. Habitualmente, los potenciales compradores de ese mercado público informal piden rebajas.
Cuando los marchantes o marchantas se quejan de los precios, siempre aparece alguien que gentilmente, y de forma aparentemente inocente, cautiva a los compradores y los conduce a donde los haitianos, que venden más barato. La zona de influencia haitiana es la intersección de la París y la calle Juana Saltitopa.
Es un grupo pujante que ha echado raíces en la zona comercial. En esa intersección opera una parada de guaguas que recorre el trayecto hasta San Isidro.
Como en todo el entorno, los espacios para estacionarse escasean más que las muelas de gallina y el desorden en el tránsito es pan de cada día.
Esta actividad comercial informal, que cada día suma más buhoneros y vendedores, involucra a los sectores de San Carlos y Villa Francisca, aunque personas de escasos recursos se desplazan, a comprar a vaca muerta indumentarias, calzados y otras mercancías de segunda, tercera, cuarta y quinta mano. En el lugar se puede comprar ropa, zapatos, carteras, chucherías, cuadros, útiles escolares, frutas exóticas y tropicales, vegetales, plátano, yuca, aguacate, batata, guineo, guayaba y otras variedades de productos agrícolas.
Las rebajas se anuncian al público a través de bocinas: A cinco pesos, todo a cinco pesos. Ropa buena, fina, para hombres, mujeres y niños, todo a cinco pesos, a cinco pesitos nada más . Al lado, la competencia se esfuerza más con tentadoras ofertas: Camisas, pantalones, faldas, jaques, ropa de vestir, todo a veinte pesos, a veinte pesos, venga y compruébelo, a veinte, a veinte, a veinte pesitos .
Otros negocios ofertan ropa usada a 30 pesos la unidad. Venga dama, venga caballero, llévese ropa importada, finísima, de calidad y a buen precio, tan sólo por treinta pesitos, treinta pesitos .
Quejas de munícipes
Altagracia Mena
Estos buhoneros hasta duermen allí y el señor alcalde no dice nada. Andando en helicópteros y jugando golf.
Robert Disel
Hay que desalojar los buhoneros y vendedores de la Duarte con París. Por ahí no se puede caminar. Hay que acabar con ese desorden.
Juan Tomás Mieses
Con la excusa de «buscar la comida de los hijos» los dominicanos hacemos lo que sea y donde sea. ¡Qué desorden es mi país!
Javier de Aza
Roberto, desaloja a todos esos ladrones desde la calle Jacinto de la Concha hasta la Doctor Betances. Eso es una cuna de sucios. Sácalos de ahí.
Rosa Muñoz
La Duarte con París ha sido abandonada por el ADN. Eso está lleno de haitianos que se cogieron las aceras. Eso es un foco de delincuentes.
Se agota el espacio
Los escasos centímetros de aceras y asfalto apenas resisten el inusual movimiento de personas que circulan en todas direcciones, y cruzan la avenida de un lado a otro, con bolsas plásticas y mercancías compradas. Ese habitual jolgorio de buhoneros y vendedores parece no molestar a ninguno de los actores. Tampoco es molestia aparente el indiscriminado estacionamiento de vehículos, ni las imprudencias de choferes del concho y guagüeros que se detienen a recoger pasajeros en medio de la vía. Apenas dejan un estrecho trillo para circular. Las protestas de otros conductores que hacen chillar las bocinas de sus vehículos no inmuta a los responsables del mayúsculo desorden.
Todos parecen tener prisa. Unos por vender, otros por comprar. Nadie se disculpa si, por accidente, le pisa un doloroso callo a alguien, o si lo empuja. Ni siquiera se molestan en mirar. Las mercancías están a la vista del público, como en cualquier mercado público. Grupos de mujeres remueven montones de ropa vieja, con pasmosa celeridad y destreza, en busca de prendas femeninas. Los hombres prefieren calzados de medio uso y prendas de vestir. Se oferta mercancía nueva y usada.
No hay vestidores para medirse las remúas callejeras. El negocio es rápido, práctico. Los clientes compran al ojo o se miden la indumentaria en los hombros o la cintura. Los calzados se miden sobre el pavimento. El comprador, asistido por el vendedor o buscón de turno, entra un pie, izquierdo o derecho. Si es el número indicado, entonces se negocia, se inicia el habitual regateo.