Los primeros diez años del siglo XXI han transcurrido sin acciones contundentes contra las limitaciones estructurales que impiden un crecimiento sostenible, un desarrollo humano integral.
Aquella medianoche en que el país despedía el siglo XX y expectante abría las puertas al tercer milenio, el año 2010 parecía remoto, lejanamente prometedor. Raudo galopó el tiempo, y hoy arribamos al fin del primer decenio de una nueva centuria, estremecida por el cambio climático y el crack financiero mundial.
Diez años en la órbita de una globalización asimétrica que acentuó el carácter dual de la sociedad dominicana, aceleró la renovación tecnológica y cultural, incorporando nuevos rasgos al perfil nacional, acentuando unos, desdibujando otros.
Entre avances y retrocesos transitamos la primera década del siglo XXI en medio de una crisis de confianza, más lejos aún del ideal de nación aspirado, sin todavía iniciar los cambios requeridos por el excluyente modelo económico. Diez años sin acciones contundentes contra las limitaciones estructurales que impiden un crecimiento sostenible, un desarrollo humano integral.
El gran déficit. Esfumado el optimismo con que el país recibió el nuevo siglo, finaliza un decenio que deja como rasgo predominante el gran déficit institucional, causa de muchos otros males, efecto de la degradación moral que todo lo permea.
Diez años de postración al poder y al dinero, a la ostentación y al consumo, tiempo de inflexión en el que renegando de principios y valores, los dominicanos y dominicanas se alejaron aún más de sus raíces y, como diría Octavio Paz, se situaron cada vez más lejos de Dios y más cerca no sólo ya de sus pretensiones de emular el costoso estilo de vida norteamericano, sino de cuanto inversionista cruzara el océano con un costal de dólares, no importa si procedían del narcotráfico u otra actividad ilícita.
Década violenta. Sin respuestas ante el crimen organizado, la delincuencia y la creciente inseguridad ciudadana, termina un decenio de alta criminalidad en la que se entronizó el sicariato y el narcotráfico se asentó como puente y mercado, permeando instituciones estatales y la economía, penetrando organismos de seguridad, instancias policiales, militares y judiciales, surgiendo el microtráfico que conquista los barrios marginados con la venta y el consumo de drogas.
Una década ensangrentada por los ajustes de cuentas, femenicidios e indetenibles intercambios de disparos que de hecho instituyen la pena de muerte, mientras la corrupción se afianzó como modus vivendi y el clientelismo político como envilecedora respuesta al desempleo y a la pobreza, como soporte de la gobernabilidad.
Contrastes. Con un millón de nuevos habitantes, al aumentar la población desde el año 2000 de 8.2 millones a 9.3 millones, el país prosiguió el tránsito del ruralismo hacia un agigantado y desordenado urbanismo que sitúa a dos tercios de la población en las ciudades. Urbes dispersas, todavía sin un plan regulador que norme su crecimiento, en las que coexisten signos posmodernistas y rudimentos decimonónicos.
Edificios inteligentes, aulas virtuales -a menudo infuncionales por los apagones-, tecnologías de última generación entre estampas primitivas que delatan el subdesarrollo: velas y jumiadoras que incineran niños y viviendas, personas electrocutadas con la maraña de cables eléctricos, hileras de mujeres y niños en busca de agua potable, bohíos sin la resistencia y salubridad de los que cobijaron a los taínos.
Las estadísticas de 2000 a 2009 revelan logros económicos, pero un estancamiento o retroceso en educación, salud y otros indicadores sociales, desalentadores resultados que están concatenados a una de las grandes pérdidas del decenio: la crisis moral.
Dependencia. Con un desbordado consumo que representa más del 90% del Producto Interno Bruto (PIB) frente a la insuficiente producción industrial y agropecuaria que refuerza la dependencia de las importaciones y contrae la oferta exportable, cerramos un decenio sin integrarnos a la economía mundial con una plataforma de desarrollo competitiva. Sin desarrollar los pliegos de proyectos que al nacer el siglo auguraban una vida digna, generarían empleos productivos, fortalecerían las capacidades cognoscitivas, elevarían la productividad y competitividad para transitar los carriles de doble filo de la globalización.
Durante ese lapso, en el que se selló el fracaso del neoliberalismo, República Dominicana reafirmó su perfil como país de migrantes, la mano de obra haitiana que importamos y la nuestra que vendemos reportándonos dólares, euros y desintegración familiar.
Fueron años con más sombras que luces. Luces, no plenas, con la seguridad social y mejoría del sistema electoral. Sombras, oscuridad densa con la falta de transparencia en el uso de los fondos del Estado, el rebrote del dengue y otras enfermedades, el descalabro del servicio energético y el caos del tránsito.
Desde el 2000 discurrieron años de importantes ganancias materiales frente a las grandes pérdidas en variables intangibles, seguridad pública, sosiego, confianza. Ganamos en infraestructuras turísticas, hospitalarias y viales, no obstante el balance muestra más pérdidas que ganancias, porque las registradas en la economía son factibles de recuperación, pero lo que se esfumó en paz social y estatura moral como nación parece irreversible.
Zoom
El sociólogo Frank D´ Oleo enumera una serie de déficit en RD:_Quiebra y depauperización de la clase media tradicional. Deterioro y falta de credibilidad de las instituciones sociales, jurídicas, militares, políticas y eclesiásticas. __Entronización de la corrupción administrativa como algo normal, aceptado por una gran mayoría de las élites simbólicas de poder: políticos, medios de comunicación social, iglesias, educadores, profesionales, etcétera. __Imposibilidad de construir una sólida democracia, profundamente lacerada por el clientelismo político, corrupción y uso desmedido de los recursos del Estado a favor de candidatos oficialistas. __Irrespeto a la ley y violación de la Constitución por los grupos políticos de poder dominante, como el caso Sund Land. Inseguridad social y jurídica, asociado con el incremento de la violencia y criminalidad, la delincuencia, muy especialmente de cuello blanco. __Imposibilidad de construir un sistema educativo de calidad.
Las frases
Frank D´Oleo
Los déficit sociales arrastrados se acentuaron y consolidaron el primer decenio del siglo XXI.
César Pérez
Hay un deterioro de los servicios y equipa- mientos urbanos que dan ciudades más segregadas social y espacialmente.
Celedonio Jiménez
Hubo retroceso en la incidencia de una arraba- lización moral en ciertos estamentos y conglome- rados de la sociedad.
Isidoro Santana
En la segunda mitad del decenio la economía se recuperó, pero al costo de no pagar las deudas generadas, irlas acumu- lando, dejando la carga a futuras generaciones. El crecimiento posterior ha sido significativo, pero sin desarrollar ninguna activi- dad productiva nueva.
Miguel Ceara Hatton
Los dos grandes pro- blemas son la debilidad institucional, el gran déficit del país, y conti- nuar con un modelo económico de exclusión con signos de agotamien- to, mantenido con una inversión extranjera que aprovecha un marco institucional terriblemente débil y bajos salarios. El tercero, el aumento de la deuda pública.