Existe una gran similitud entre la profesión de los periodistas y la que ejercen los jueces. Entre ambas, no obstante, hay una cierta diferencia porque mientras la tarea de nosotros es informar, orientar o entretener correctamente, la de los jueces es nada más y nada menos que la de impartir una verdadera y sana justicia. ¿Cuál es más importante? Ambas constituyen grandes sacerdocios.
El periodista y el juez tienen enormes responsabilidades sociales que van más allá de las consideraciones personales o profesionales. Uno, como otro, deben ser objetivos, imparciales y nutrirse de pruebas. Sin ellas, no hay noticias ni tampoco impartición de justicia.
Sobre cada uno prevalecen elementos que sostienen la efectividad de su trabajo: Las pruebas. Si no hay hechos, no hay noticias, si no hay pruebas, no hay justicia.
Un magistrado, que definitivamente constituye una gran reserva moral del país y que honra a la justicia y a toda la sociedad dominicana, es el doctor Julio Aníbal Suárez, luchador incansable por los derechos humanos y una persona a quien los logros profesionales y personales no lo han hecho cambiar ni sentirse en las nubes, lejos del mundanal ruido de que hablaba Fray Luis de León.
Miembro prominente de la Suprema Corte de Justicia, el más joven de los jueces, catedrático universitario, especialista en Derecho Laboral -tenía que ser- defensor de los grupos de la izquierda nacional que combatieron al régimen de los doce años cuando el país vivió una de sus peores pesadillas luego de desaparecido Rafael L. Trujillo.
Él sigue firme en sus principios a pesar del tiempo y los desafíos.
Pero sucede que algunos comunicadores, cuyos nombres no vienen a cuento ahora, han tratado de lanzar lodo sobre su imagen, poniendo en su boca cosas que él no ha señalado, sobre un juicio donde el Ministerio Público ha dicho que faltaron las pruebas para que el caso fuera fallado, como manda el procedimiento.
Él habló como un técnico y jurista del derecho que es. Lo demás es una grosera manipulación.
Del correcto magistrado Julio Aníbal yo, y todos los periodistas serios de mi generación, que lo conocemos y tratamos, podemos dar testimonio de su sencillez, firmeza y profundas condiciones humanas que ha mantenido desde mucho antes de sus tiempos de la universidad hasta las distintas funciones que ha tenido todas logradas en base a su capacidad, experiencia y méritos personales.
Ahora bien, el periodista no puede ser juez y periodista al mismo tiempo, como tampoco el juez puede ser el impartidor de justicia y al mismo tiempo desempeñar la labor de informador.
Lógicamente hay abogados, algunos de ellos jueces, que son periodistas y, hay periodistas, algunos pocos, que son o han sido jueces. Lo que no ha habido nunca o, no debe haber, es quien ejerza las dos profesiones al mismo tiempo.
Durante nuestros años de estudios en la UASD hubo brillantes profesores que también eran abogados, inclusive muy buenos como catedráticos en el área de Comunicación Social y muy buenos como abogados.
Por ejemplo, Freddy Gatón Arce, Rafael González Tirado, Carlos Curiel, Rafael Richiez Acevedo, Ramón Lugo Lovatón, Eridania Mir, José Rafael Abinader y otros muchos.
Tanto en el periodismo como en la justicia u otra carrera hay profesionales buenos y profesionales malos. Todo depende del nivel de preparación de cada cual y, además, de su factor de inteligencia, proyección y el nivel de escrúpulos para ejercer en una sociedad que cada día da serios y graves indicios de que vamos rumbo al desastre total no sólo como profesionales, sino como sociedad.
Los periodistas no podemos, bajo ninguna circunstancia, juzgar a priori determinada decisión judicial sin tener los elementos de juicio de la misma.
Una cosa son las pruebas, factores fundamentales para sentenciar a un prevenido y otra la especulación de los comunicadores sobre el fallo. Eso sería lo ideal, pero la justicia actúa de otra forma quiéralo o no el juez y también nosotros, los periodistas.
El dame lo mío, en todo el espectro social, incluyendo el periodismo y la justicia, -entre otras – parece el leitmotiv de esta penosa y triste etapa donde sus líderes y los partidos del sistema han fallado estrepitosamente, el transfuguismo, la violencia, el narco, el lavado, los asaltos, la corrupción tanto pública como privada y la impunidad parecen señalar hacia el precipicio definitivo.
Pero, no todo está perdido, muy a pesar del terrible cuadro mostrado más arriba.
En los diferentes estratos sociales hay muchos profesionales y gente sin carrera universitaria o en vía de concluirla que han aportado, están dando y de seguro continuarán aportando lo mejor de sí para que esta nación, definitivamente, sea recuperada de las garras de quienes aún apuestan al caos para poder adueñársela.
Muchos ejemplos saltan a la vista; tenemos los casos de los muchachos que le tumbaron el pulso al Gobierno cuando grupos de empresarios hicieron hasta lo imposible para dañar nada más y nada menos que al santuario de los Haitises, protegido como patrimonio de la humanidad, el robo de las minas de oro de la Barrick Gold, una de las más grandes del mundo, las 31 empresas de Corde, la Sun Land y otros.
Ese es el caso de abogados que, como el magistrado doctor Julio Aníbal Suárez, no sólo honran la toga y el birrete que siempre, desde que se graduó de la UASD, lleva como instrumentos de combate, todo el tiempo en defensa de una verdadera, amplia y efectiva justicia aun siendo un muchacho, en la Comisión de los Derechos Humanos de la época o cuando no, en defensa de los izquierdistas que lucharon contra el régimen del doctor Joaquín Balaguer.
De todo eso yo, y los periodistas de mi generación, podemos dar total testimonio, porque el doctor Julio Aníbal Suárez es de los hombres que a través de los años se ha mantenido leal a los principios que siempre ha sustentado y de los que podemos estar seguros que jamás renunciará a diferencia de algunos colegas, de aquellos tiempos y de ahora, que han renunciado a la ética y a todo cuanto de moral se trata hasta venderle su alma al mismísimo Diablo. Ustedes saben a quienes me refiero.
Me gustaría saber cuál sería su accionar en caso de que a ellos les tocara la función de juez y tengan que hacer justicia en determinado caso como el suyo, en su función de pregoneros de ciertos sectores políticos, que a cambio reciben el engorde de sus cuentas bancarias, varias veces al mes, con sumas millonarias, sin tener que llevar facturas y mucho menos presentarse a cobrarlas.
Esos no serían ni los abogados ni los periodistas de la terrible pesadilla de los doce años, que se la jugaron para proteger a dirigentes como Amín Abel Hasbún, Otto Morales, Maximiliano Gómez (El Moreno), Tito Montes, Manolo Plata, Guido Gil, Rafael -Fafa- Taveras, Blanco Peña, Edgar Erickson, Rafael Chaljub Mejía, Moisés Blanco Genao, José Buyjosa Mieses Bujosa (El Chino) y otros muchos que lucharon por un mejor país para todos.