Reportaje
Estuvo ahí cuando Peña Gómez fue salvado de matanza

<STRONG>Reportaje<BR></STRONG>Estuvo ahí cuando Peña Gómez fue salvado de matanza

La matanza de haitianos en Mao en 1937, es historia que conoce desde que “El Jefe” dio la orden de “sacarlos a todos” de aquella comarca. Era entonces un muchacho que “apenas podía con el mosquetón”, por lo que no intervino en la masacre, al contrario, salvó la vida a algunos que hubiesen perecido en el exterminio, entre ellos, José Francisco Peña Gómez y Providencia, la negrita que adoptó, bautizó y mantuvo junto a su familia hasta que se hizo mujer “y se metió en marido”.

 Su cuñado Domingo Cueto era comandante local cuando Lorenzo Muñoz (el Hierro) viajó urgente a Santiago donde recibió el mandato inapelable. A Generoso Gómez le sorprendió tan cruel disposición y sólo atinó a exclamar: “¿Cómo? ¡Pero solamente donde Eduardo Bogaert hay miles!”.

 Su experiencia en este dramático episodio la relata con el habitual estilo de citar protagonistas, narrando sucesos pormenorizadamente. Los haitianos, dice, eran demasiado para 20 guardias. Sugirió al coronel Manuel Emilio Castillo y a su ayudante, el capitán Perdomo, acudir al general Pedro Chávez, en Guayacanes, a los Checo de Jaibón, a los Torres, quienes “consiguieron cientos de gentes”.

 Viajó junto al sargento Julio Muñoz y “Espallalito” al camino de Monción una noche de luna, y el espectáculo que presenció fue horripilante: “Como 200 haitianos rodeados de civiles armados de machetes gritando: ¡Me van a matar! ¡No me maten!”. Una haitiana despavorida le descubrió sus intimidades ofreciéndole sexo para que la librara de la muerte y él rechazó la propuesta regalándole un “papanó” para que corriera. Igual ayudó a un dominicano que luego le agradecería el gesto.

 A pocos días de la tragedia se presentó en el cuartel una mujer de Los Cambrones con dos pequeños hambrientos por la huida y el escondite. Le aconsejaron entregarlos para evitarse problemas. Generoso los llevó a una enramada al pie de un cambrón y mandó al limpiabotas “Viejo Bordas” a comprarles “bienmesabe” que les dio con un jarro de agua. El niño se lo llevó su cuñado pero luego se lo entregó a Regino Peña. “Un día me dice Espallalito: ‘Vi al haitianito donde Emilio Reyes con Regino, y bonito que está”. Era Peña Gómez. “Dicen que nació en marzo del 37, no es verdad, en el 37 tenía como tres años.  Providencia lo encontró solo, llorando, muerto de hambre, y se lo llevó”.

 Las vivencias del leal ayudante personal de Héctor Trujillo son inacabables. Conoce  informes secretos de las expediciones de junio de 1959. Describe la reacción del temible jefe del SIM, Johnny Abbes, tras el desembarco: “Nosotros íbamos a buscar a esa gente a Nueva York y Venezuela, ya están metidos aquí, están en su cueva, de aquí no salen”. Refiere un encuentro que presenció en Palacio entre Trujillo, Pablito Mirabal y el comandante Delio Gómez Ochoa a dos meses de lo que llama “la invasión” y luego de narrarlo exclama: “Gómez Ochoa está vivo, que me desmienta”.

 Después, Ruperto Ramírez (Macana) le relataría sus entrenamientos en Cuba y su arrepentimiento cuando venía en la lancha porque consideraba que el viaje era “un gancho”. “No estábamos preparados, nos estaban llevando a un matadero”, le confió el soldado después empleado por Balaguer en el muelle. A dos días de navegación, el contrarrevolucionario se provocó una herida en un pie y lo devolvieron a Cuba, manifiesta.

 La aventura de Policarpo Soler, que después de pretender engañar al “Perínclito” con 250 mil dólares asesinó a quien lo descubrió, “Morales”,  administrador del Banco de Reservas, y a su chofer, es también de su conocimiento. Al cabo de los días, agrega,  “Pupo Román” encontró al conocido matón cubano tratando de asaltar un avión en el aeropuerto General Andrews. “Se lo entregaron a Johnny Abbes y yo supe del fusilamiento con su mujer, su cuñado y hasta el gato”.

Complot contra el “Presidente”.  Con reconocimientos a los Trujillo y  mostrando  respeto y rendición por esa estirpe extinguida, Generoso Gómez, que dramatiza sus historias y al encarnar al “insigne” asume el tono de su voz, vivió momentos inquietantes como encargado de la central telefónica de Estancia Radhamés, posición que otros evadían  temiendo a los exabruptos del caudillo.

 Allí estaba el ordenanza el día que, fusta en mano, “quien habló no fue un hombre, sino una fiera”. Amonestaba a un distinguido general por el goteo de un grifo: “¡Mire, carajo, usted no tiene autoridad, la oficialidad no lo respeta. Hay una llave botando agua y usted ni se ocupa de eso, carajo! ¡El día que nos falte el agua no hay país!”. Así humilló al renombrado militar al igual que a un oficial al que entró a pescozones y patadas por “un caso muy íntimo” que Generoso no quiere publicar. El golpeado se asiló en una embajada, asustado, sin embargo, tras el tiranicidio confesó a su compañero: “Gomito, yo he llorado a un solo hombre en mi vida: el Jefe”.

 En sus pormenorizadas narraciones está el espionaje a Viriato Fiallo y el descontento de su pariente, general Federico Fiallo, porque supuestamente le encontraron una estación de radio. “Viriato cayó preso, Federico nunca le perdonó eso”, comenta.

 “Viñas Román, Chestaro, Esteban el valet”, Manolo Tavárez, Guido y Yuyo D’Alessandro, “doña María”, “Mamá Julia”, Marcos Jorge Moreno, Rosendo Álvarez hijo, “El estrecho Fernández”, Anselmo Paulino, Guarionex Estrella, el teniente Quirino A Tió, “Manoguayabo el chofer de Aníbal”, Fausto Caamaño, el general “Larguito”, “el sargento Cruceta”, “Chivú”, son algunos de sus personajes de relatos.

 Hubo un complot del que pocos tuvieron conocimiento. Acechaban a “Negro”, entonces “títere” de su hermano, para eliminarlo cuando pasara por la “Preservadora de madera”, ubicada en lo que es hoy la entrada de Arroyo Hondo, por la UNPHU. “Clodoveo Ortiz investigó y encontró dos rifles máuser, una Thompson, dos revólveres y unas cuantas granadas”. “Nos salvamos de casualidad”, expresa, y añade que cuando preguntó a Ortiz por los implicados, contestó: “Esos están en la piscina hace rato”.

 Este privilegiado actor y testigo de casi 31 años de dictadura es reservado para contar el pasado de los Trujillo que todavía viven. De su “general” dice que además de las mujeres ajenas, gustaba del licor “Marie Brizard”, chivo guisado, pollo horneado y pescado pero “comía corrientemente arroz, habichuelas, carne y más nada”. Afirma que “eso era lo que se cocinaba donde Mamá Julia, y en fogón…”.

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