REPORTAJE
Iglesia no agradeció a su “benefactor”

<STRONG>REPORTAJE<BR></STRONG>Iglesia no agradeció a su “benefactor”

La petición para que los obispos dominicanos concedieran a Trujillo el título de “Benefactor de la Iglesia Católica en la República Dominicana” no sólo fue la noticia más trascendente en la semana del 15 al 21 de enero de 1961. Con el respaldo de numerosos sacerdotes de todo el país y la negativa final de la alta jerarquía eclesiástica se mantuvo en debate hasta poco después de ajusticiado el tirano.

Joaquín Balaguer, entonces “Presidente”, y los miembros de su gabinete hicieron la exhortación en carta que La Nación y El Caribe publicaron el 19 recordando a los mitrados que en el Memorándum del pasado día 10 ellos se habían hecho eco, “con nobles y justicieras palabras”, de los beneficios, favores y mercedes que había recibido la Iglesia de Trujillo, “que la dotó de personalidad jurídica” y contribuyó a la edificación de templos, ermitas, colegios. Decían que a la influencia de Trujillo se debían la importancia y el vigor adquiridos por el catolicismo.

Además de Balaguer firmaban José R. Román Fernández, R. Paíno Pichardo, José Benjamín Uribe Macías, Porfirio Herrera Báez, J. Furcy Pichardo, Miguel Ángel Jiménez, Francisco Augusto Lora, Rogelio Lamarche Soto, Eduardo Read Barreras, Luis E. Suero, José Antonio Caro Álvarez, José Sobá y Oscar Guaroa Ginebra. La carta estaba dirigida a  Octavio A. Beras, Hugo E. Polanco Brito, Francisco Panal, Juan F. Pepén y Thomas F. Reilly.

El presbítero Zenón Castillo de Aza había lanzado la propuesta desde “la Roma Imperial y cristiana” el 16 de junio de 1955 pero  pasó prácticamente inadvertida, aunque encontró apoyo en monseñor Felipe E. Sanabia quien sugirió además condecorar al “Supremo adalid” con una gran medalla de oro con la imagen de  La Altagracia y la inscripción: “Gratitud de la Iglesia a su Benefactor”, cantando un “tedeum laudamus” en la Basílica Metropolitana.

Ahora encontró respaldo en todos los funcionarios y empleados de instituciones públicas. Los  de la Suprema Corte de Justicia expresaron que ningún gobernante dominicano, “ni siquiera los que además de la investidura política ostentaban calidad sacerdotal” mostró tantos empeños protectores ni realizó obras de tanto aliento a favor de la Iglesia Católica como el Generalísimo. Ese fue el discurso de los demás y la tónica reiterada en los editoriales de los  diarios.

El dos de febrero se publicó una carta de apoyo a la moción, escrita por el padre Oscar Robles Toledano que robusteció el planteamiento de Zenón Castillo y animó a sacerdotes a unirse al coro de curas que pedía para Trujillo el honroso tratamiento. Aunque exageraban elogios, algunos se cuidaban en aclarar que la designación era competencia de la alta clerecía.  “El solo hecho de haber librado a la República del comunismo ateo hace al Generalísimo merecedor del título”, declaró el padre Alejandro Negredo. “Es bienhechor Qui Bonumm Facit (sin duda alguna)… Cuique suum (a cada cual lo suyo)”, agregó.

El padre Mariano Tomé manifestó: “Quien no ve las obras del Generalísimo a favor de la Iglesia está ciego”. Otros religiosos que se adhirieron a los  reconocimientos fueron Antonio Flores, Salvador Pérez K., Amalio Fernández de San José, Marino Soteras, Atanasio  de Vega, Ángel Arias, Ramón Ernesto Caro Martínez, Guillermo Pascual, Alfredo Lambert, Jaime Amengual Real, Daniel Ollarbarren Vicente, Fernando Arturo Franco Benoit, Alejandro L. Bello, Robert Hymus, Juan C. Fioroni, Antonio de la Virgen del Pilar.

Mauro  Paz, Bernardo  Montás Martínez, Benito Tavarez, Francisco Pérez del Corazón de Jesús, Francisco Sicard, Epifanio Plourde, Javier Urtasum, Wenceslao Miranda Gómez, Cipriano Ibáñez, Plácido Lanz, Antonio Pastor Collado, Enrique Potvin, Bernardo Ruel, Anselmo Francisco Segurola, Juan Pablo R. Polanco, Ramón Grullón Báez, Benito Arrieta, Ernesto Montás, Leopoldo Carpio, Manuel A. Rodríguez C., Pedro P. Báez González, entre otros.

Una declaración que  no causó buen efecto en el régimen fue la del padre Hipólito Fernández. “Recuerdo el Evangelio en que Cristo dice: Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo del César. Dadas las obras que Trujillo ha hecho es por ellas Bienhechor de la Iglesia en este pueblo”. No opinó sobre el parecer de Robles Toledano porque no lo leyó ni escuchó y significó que su mente estaba pendiente en lo que hicieran sus superiores. El Caribe puso una nota al pie: “Es raro, en verdad, que este sacerdote no lea los periódicos ni escuche las radioemisiones”.

A estas fotos y opiniones se unieron articulistas que apoyaban la propuesta, como Quirico Vilorio Sánchez, Manuel de Jesús Estrada Medina, Julio de la Rocha Báez, Héctor Julio Díaz, José Morel Brea, Reginaldo Atanay…

¿Engañados?  Es probable que los entusiastas curas que dieron su respaldo a la iniciativa ignoraran que Trujillo tenía la respuesta negativa de los obispos desde el seis de febrero pero no la publicó sino el 23 de ese mes supuestamente para dar oportunidad a párrocos y capellanes de expresarse “libremente” y que sus opiniones coincidieran “con las de todos los sectores del país”.

El título que solicitaban Balaguer y sus ministros sobrepasaba las atribuciones del alto clero nacional, explicaban, “no sólo conceder, sino aún apoyar esa iniciativa por tener la Santa Sede a Sí  reservada la promoción y concesión de títulos”. Ello no menguaba, indicaban, el agradecimiento que merecía para la clerecía la considerable ayuda prestada a la Iglesia por Trujillo. Esperaron que los solicitantes comprendieran que “no podemos intervenir en el asunto que nos proponéis”.

 Radio Caribe, autodefinida “de izquierda y anticlerical”, opinó que Trujillo no merecía recibir ese título “de las manos que lo traicionaron”. Consideró “desacertada” la idea de Zenón Castillo. “Ese título sería firmado por los obispos dominicanos que suscribieron una pastoral en enero de 1960 haciéndole graves acusaciones al régimen”, enfatizó.

Llamó a los purpurados “cepa de traidores y de explotadores, madera de la misma que forjó a los Borgia, asquerosos que solo escupen asquerosidades”. Declararon su oposición a que Trujillo aceptase “ese título denigrante que constituye una mancha para la pureza del ídolo de nuestro pueblo”. “No podemos permitir que un título clerical, procedente de manos sucias, trate de opacar el que le ha dado el pueblo: Benefactor de la Patria”.

José M. Pichardo escribió que Trujillo no necesitaba ningún título pare crecer; Eudoro Sánchez razonó que “sólo al Congreso Nacional corresponde otorgar títulos de honor” y que, por tanto, un título que le otorgase la Santa Sede “sería inconstitucional”. Quírico Vilorio  había solicitado el título a las Cámaras Legislativas “porque el pueblo y los curas lo han reconocido”.

El pecho de Trujillo fue estrecho para todas las condecoraciones que le otorgó la adulación. Delante y detrás de su nombre apenas quedaba espacio para tantos epítetos hijos del servilismo. La fuerza y el chantaje, empero, no lograron conquistarle el que más anheló: “Benefactor de la Iglesia”.

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