REPORTAJE
La historia de María Teresa y Leandro

<STRONG>REPORTAJE<BR></STRONG>La historia de María Teresa y Leandro

La conoció en la casa de su hermana Patria, que había casado con Pedro González y residían en San Francisco de Macorís. La dama preparó ese día deliciosos helados en cuadritos con sabor a menta y Leandro cruzó a degustar el brindis con su amigo “Chichí”, cuñado de la anfitriona, y ahí vio a la más pequeña de las hermanas Mirabal, hermosa, con el cabello largo recogido en una trenza. Era tan niña, 13 años, que había dejado fuera su “bicicleta de hembra”. 

“Nos miramos fijamente y yo salí de allí con su presencia en mi mente.  Averigüé que estudiaba en el colegio Inmaculada Concepción, de La Vega, y enseguida busqué a mi amiga Ruyina Acra para mandarle con ella un papelito. Le escribí que desde que la conocí no la podía olvidar y le preguntaba cuándo volvería a San Francisco de Macorís”.

Así conoció José Ramón Leandro Guzmán Rodríguez a la tierna María Teresa cuando ambos eran adolescentes y los amores se formalizaban  cumpliendo requisitos que prolongaban las ansias de un cálido abrazo o el deseo vehemente de un beso apasionado.

Para Leandro estrechar la mano de su pretendida debió vencer la  barrera que representaban las rigurosas monjas del colegio Sagrado Corazón de Jesús, de Santiago,  donde enviaron luego a María Teresa buscando clima favorable a su padecimiento asmático. Tuvo que resistir el interrogatorio de su amor respecto a su actitud frente Trujillo y enfrentar el poder que sobre la muchacha ejercían Patria, Dedé y Minerva, las mayores de la familia. “Se buscaba un varón y ocho años después nació María Teresa, la mimaban. Minerva tenía  gran influencia en esa niña que trataba con celos y  cuidados, hasta era su compañera de habitación”, narra Leandro.

Leandro, ingeniero civil, reconocido por sus luchas antitrujillistas, la prisión durante la tiranía, la militancia en Juventud Democrática y el 14 de Junio, habla de aquel romance casi imposible que terminó en matrimonio como si no hubiese transcurrido más de medio siglo de ese idilio que al final truncó la tragedia.

“Al enterarme que estudiaba en Santiago busqué a Minerva Mues y a las hermanas Viola y Yavali para que le llevaran mensajes que  escribía en una hoja de cuaderno, siempre diciéndole que viniera a San Francisco de Macorís para verla”, recuerda.

El impetuoso enamorado viajaba los domingos a Santiago para ver la colegiala cuando las religiosas sacaban las alumnas a pasear. “Otro amigo, Caney Cunillera, tenía un carro “Cuña convertible” e íbamos por la acera mientras ellas caminaban. María Teresa y yo sólo nos mirábamos, ya había un enamoramiento, los ojos hablaban más que las palabras”, expresa.  Pero las  mercedarias se incomodaron con los galanes y los paseos se suspendieron.

De nuevo se encontraron en San Francisco cuando María Teresa fue a visitar a Dedé que junto a su esposo Jaimito Fernández había instalado allí una fábrica de helados. La Banda Municipal ejecutaba una retreta en el parque Duarte. María Teresa se apartó de las amigas y se sentó con Leandro en un banco frente al Palacio Consistorial “y ahí decidí conseguir el sí, que entonces no era hablado, era cuando uno tomaba la mano de la muchacha y ella se dejaba”, explica. No se resistió pero retiró la mano en segundos para decirle: “Antes quiero saber cómo piensa tu familia del régimen”. Leandro le contó la historia de su padre, Ramón Antonio Guzmán, fanático horacista que por esa condición vivió marginado durante la tiranía.

 “Cuando volví a tocarla me aceptó y así se inició el noviazgo, sellado y soportado más por una identificación y una actitud contra Trujillo. Fue un domingo formidable de 1947”.

Leandro, que nació el 13 de marzo de 1932 en San Francisco de Macorís, y cuya madre era Ana Josefa Rodríguez (Nena), es escuchado por Leandro Arturo Albaine Guzmán, su nieto, hijo de Jackeline, único fruto de la patriótica pareja. La relación casi cronológica que el abuelo hace de ese amor, conmueve al joven.

María se identificó a tal extremo con el novio, que estudió ingeniería en la Universidad, pero luego cambió a Agrimensura. Cuando él terminó y obtuvo empleo pidió a Minerva la mano de su hermana y ésta lo refirió a doña Chea, la madre. La visitó y hablaron de temas ajenos a su intención. Había reservas para aceptarlo porque decían que era amigo de tragos, “pero no era cierto, eran serruchos que hacíamos para ir a “El Ariete” y a las famosas noches de “El Jaragua”.“Fue un proceso, agrega, con mi convencimiento de que había que formalizar eso que cada día se fortalecía más”. Se despidió de la casa de “Ojo de Agua” prometiéndole y suplicándole: “Vuelvo pronto, pero quiero sentarme a tu lado”. El noviazgo se oficializó en un almuerzo al que asistieron Minerva y Manolo. “La oposición de Minerva se volatilizó, nos dimos un abrazo de hermanos”, exclama. Ya habían participado en reuniones contra el régimen.

El matrimonio.   Leandro pidió a María Teresa que se casaran pero ella se negó porque éste aún  no había hecho la tesis. El la presentó en un santiamén con un trabajo sobre la avenida de circunvalación de Santiago y salió de su exposición “bañado en sudor” para ser recibido por la feliz novia que le acompañó con su íntima amiga Luly Caraballo, de Higüey.

Quiso entonces ir a estudiar ingeniería de petróleo a Colorado. Casaron por lo civil el 14 de febrero de 1957 para poder solicitar el pasaporte. Aunque unidos por la ley seguían separados. No podían salir solos. No le expidieron el documento por haber casado con una enemiga de “El Jefe”. Celebraron la boda católica el tres de diciembre de 1958, en Salcedo. “Fue una misa muy hermosa, una hermana de Simó Damirón cantó el Ave María con voz melodiosa”.

Pasaron luna de miel en los hoteles “Nueva Suiza”, de Constanza, y “Hamaca”, de Boca Chica, vivieron unos meses con “Mamá Chea”; un mes en el hotel “Mercedes”, de Santiago, donde fijaron residencia frente al liceo “Ulises Francisco Espaillat”, “al lado de Rafael y Coloma Stephan”.

Leandro trabajaba en Obras Públicas y María Teresa se hacía experta cocinera. Después se mudaron a Santo Domingo para expandir el movimiento de resistencia antitrujillista. Apenas se divertían pues vivían atentos a las conspiraciones y noticias del exilio. “Ni siquiera celebramos las Navidades”.

Su momento de mayor júbilo fue el nacimiento de Jackeline el siete de enero de 1959.

El tres de enero de 1960 fue apresado Manolo y llevado a “La 40”, a Leandro lo capturaron el 17, a Minerva y María Teresa el 19. La joven esposa de Leandro iba casi al borde de una neumonía y la soltaron luego pero bajo arresto domiciliario. El resto es la historia de una larga cadena de traslados de presidios de los tres esposos y las compañeras solidarias visitándolos, hasta el funesto 25 de noviembre de 1960, cuando las tres fueron asesinadas. El día anterior estuvieron juntos, abrazados, con su niña en brazos, testigo inocente de ese último encuentro de María Teresa y Leandro.

“Más que heroínas, fueron santas, soy creyente y tengo la certeza de que sin esa sangre de ese día 25 era difícil que Trujillo desapareciera”, afirmó.

Leandro contrajo segundas nupcias cuatro años después. “No tuve más novias, llegamos a amarnos profundamente y ese amor se fortaleció con el nacimiento de Jackeline”, manifiesta.

De  de su inolvidable compañera opina: “Era muy mansa en ciertos aspectos, pero en el político era tan radical como Minerva, que era, prácticamente, su ejemplo”.

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