Jugó con Trujillo desde que ambos eran niños y montaban los caballos al pelo, monteaban, cazaban o nadaban en La Toma de San Cristóbal. Tras una breve separación, el tiempo los unió de nuevo como servidores del Presidente Horacio Vásquez, al que el amigo íntimo de Trujillo se mantuvo leal cuando el ambicioso compañero de sus andanzas infantiles lo traicionó en 1930.
Pero conociendo la habilidad política de su amigo, el incipiente dictador logró atraerlo aunque previamente desató persecuciones y prisión en su contra, acusándolo de conspirar contra su régimen. Cuando decidió servirle, sólo se separó de su Jefe en los breves o prolongados periodos en que la intriga opacó su estrella, condenándolo a la marginalidad o el retiro.
Sin embargo, sólo la muerte del Generalísimo separó a Virgilio Álvarez Pina (don Cucho) del hombre que gobernó durante 31 años la República. Por más de un cuarto de siglo fue su colaborador y asesor más cercano. Le acompañó en sus viajes por el mundo, recorridos por el país, a bordo de sus yates, en sus mansiones, en el despacho. Fue su confianza y probablemente la persona que mejor le conoció y manejó situaciones cruciales de ese largo mandato.
Casi todas las vivencias de Álvarez Pina junto al llamado Benefactor están contenidas en unas reveladoras memorias que ahora, treinta años después de la muerte del reconocido hombre público, dan a la luz sus descendientes: La Era de Trujillo. Narraciones de Don Cucho, que se pondrá a circular el próximo 30 de septiembre en el salón Caonabo del hotel Santo Domingo.
Le llevaba dos años al caudillo pero sus vidas corrieron paralelas hasta el 30 de mayo de 1961 cuando el tirano fue ajusticiado. Ese día estuvieron temprano en San Isidro, caminaron por la margen occidental del río Ozama, hicieron planes para 1963, almorzaron juntos, Cucho le acompañó a Estancia Ramfis, en la tarde se reunieron en Palacio y el fiel funcionario recibió encargos para el fin de semana. Se separaron tras la caminata de la noche. Trujillo se despidió del grupo con un: Adiós a todos. Jamás, en los largos años que estuve al lado de Trujillo, lo escuché despedirse de esa forma, escribió.
Figuras de La Era. Pudiera ser la más completa y confiable biografía de Trujillo, escrita con autoridad, sin apasionamientos ni lisonjas. El autor reconoce aspectos positivos y funestos de ese gobierno y de esa personalidad simuladora y ambiciosa que se enriqueció apenas alcanzó un puesto de influencia porque entendía que el poder político debía venir acompañado por el económico.
O tal vez el título debió ser Los hombres de Trujillo porque desfilan casi todos con nombres, apellidos, funciones, servilismo, debilidades, víctimas de la humillación o de la infamia. O quizá simplemente debió llamarse La Era de Trujillo, porque don Cucho plasmó con memoria privilegiada acontecimientos políticos, sociales, económicos, culturales, familiares y sentimentales de ese periodo, como si desde 1932, cuando subió al tren del trujillismo, llevara un diario.
Periodistas, intelectuales, profesionales, esbirros, insurrectos, conspiradores, espías, alcahuetes, honorables, forman el elenco de este ejemplar que es también retrato de vida y muerte del Perínclito que no era amante de los estudios aunque gustaba de los grandes maestros y de la poesía y que se gozaba en lucir pepillo, por eso casó joven con Aminta Ledesma, con quien procreó dos hijos: Flor de Oro y otro que murió de tifus. Bienvenida Ricardo, Lina Lovatón, María Martínez, fueron otras de las damas de su amor, de cuyas relaciones hablan estos relatos.
Analiza los últimos años del régimen de Horacio Vásquez, detalla el antitrujillismo clandestino y silencioso, conmovedores episodios del ciclón de San Zenón, la razón de ser del Partido Dominicano y sus ideólogos, los colaboradores de los que desconfiaba El Jefe, el exterminio de los caciques Desiderio Arias y Cipriano Bencosme, el asesinato de Virgilio Martínez Reyna, la posición de Trujillo frente a la Segunda Guerra Mundial, la redención de la deuda externa.
También las enfermedades que padeció el líder insigne: ántrax infeccioso en el cuello y una obstrucción en la uretra fruto de su desordenada sexualidad; la pérdida de la memoria en el ocaso. Desmiente que el dictador padeciera de la próstata y niega que una vez dejara caer agua sobre El Jefe para disimular su incontinencia urinaria
Desde la posición de quien se manejaba en las esferas, revela interioridades del secuestro de Galíndez, la Feria de la Paz, las expediciones de Cayo Confite, Luperón, 14 de Junio, el estado angustioso de colaboradores cuando Trujillo los despreciaba, las intervenciones del Benefactor en asuntos internos de otros países, principalmente de Haití, la farsa que constituyó la formación del Partido Laborista de Francisco Prats Ramírez, acciones del Partido Socialista Popular y la Juventud Democrática, repudiados por la Guardia Universitaria, la oratoria con que Virgilio Díaz Ordóñez defendió la causa inútil del atentado contra Rómulo Betancourt y las comedia del Ilustre con los comunistas del patio.
Asesinatos, construcciones de nuevas obras, la alarma de Julio Vega Batlle por la instalación de José Almoina en la casa de Gobierno, los Foros Públicos, tienen pormenores tan novedosos como las amplias consideraciones que dedica al ascenso de Fausto Caamaño, al suicidio de Aníbal Trujillo o a la edificación del Castillo del Cerro de San Cristóbal, causa de la más extendida caída en desgracia de Don Cucho.
Un capítulo apasionante es el que dedica a Anselmo Paulino, desde 1947 el favorito indiscutible de Trujillo, que hablaba perfectamente el creol y de quien se pensaba que no dormía, que sus energías eran parte del vudú. Tanta influencia ejerció, que el país, apunta, se dividió entre trujillistas y paulinistas. Pero descendió su predominio, como el poder de la Iglesia después de su famosa Carta Pastoral.
En este libro, ilustrado con abundantes fotos inéditas, se mueven centenares de figuras de La Era. El diseño y arte final es de Saleme y Asociados. Fue impreso en Editora Corripio.