Reportaje
Peña Jáquez da versión del problemático desembarco

<STRONG>Reportaje<BR></STRONG>Peña Jáquez da versión del problemático desembarco

Era exactamente la hora cero. Sacamos el bote de desembarco y lo mantuvimos junto al yate para ir subiendo a él. Ahí comenzó la dificultad. A pesar de que habíamos ensayado ese paso muchas veces, ahora no salía bien. Como que los nueve hombres no cabíamos con pertrechos y equipos y había que dar dos viajes a la playa. El bote de desembarco no resistía más de cinco expedicionarios con mochilas y armas. Ese primer detalle ya nos hacía daño psicológica y estratégicamente.

Así comienza el guerrillero Toribio Peña Jáquez la descripción de su experiencia al desembarcar por primera vez en el país con Francisco Alberto Caamaño como líder, junto a  Heberto Giordano Lalane José, Mario Nelson Galán Durán, Juan Ramón Payero Ulloa, Ramón Euclides Holguín Marte, Alfredo Pérez Vargas, Claudio Caamaño Grullón y Hamlet Hermann Pérez, el dos de febrero de 1973.

“Los resultados negativos se verían de inmediato, rompía la idea de realizar un solo desembarco rápido y sorpresivo: al dividir las fuerzas, una en el bote hacia la playa, y otra en el barco, nos hacíamos momentáneamente más vulnerables al enemigo, sobre todo en un momento como ese. Creaba la necesidad de improvisar un segundo desembarco en condiciones inesperadas y difíciles por el alto riesgo”, explica.

Se refiere a  Hamlet Hermann: “Resultaba difícil creer que el compañero Hamlet, ingeniero y matemático, se equivocara en el cálculo de esa capacidad, y en el cual  tanto había insistido el coronel Caamaño”. Agrega que “Hamlet diría después en su obra “Caracoles” que fue engañado haciendo la compra y que se sentía culpable ya que no supervisó bien el bote de desembarco…”.

Pero, manifiesta, “había que proceder, se acomodaron cuatro compañeros en el bote. Yo sería encargado de manejarlo. Quedaron en el Black Jack Hamlet, Payero Ulloa, Pérez Vargas y Lalane José. Tras varios jalones prendí el motor y dimos tres vueltas a la embarcación madre para comprobar que todo funcionaba a perfección”. Dice que se dirigieron a la playa dejando el yate a dos millas y que antes de partir, Caamaño ordenó a los que quedaron “que si había algún problema y yo me tardaba mucho, levantaran anclas, izaran velas y tomaran dirección hacia la playa, encallando el yate si fuera necesario para llegar a nado a la tierra y que si aparecía algún problema en ese proceso nos reencontráramos en el entronque de la carretera que estaba próxima, la del Sur. Partimos”.

“Caímos al agua”

Toribio Peña Jáquez fue el guerrillero que pudo llegar a la ciudad, le llamaron después el “guerrillero sin montana”, el “guerrillero solitario”. Comenzó en 1985 a relatar sus vivencias en ese y otro desembarco al doctor Guaroa Ubiñas Renville quien escribía a máquina mientras él dictaba. Están inéditas y sólo ha sido posible recuperar una parte del voluminoso material que se publicaría como libro, abandonado por falta de dinero.

De los supervivientes, sólo Hamlet Hermann escribió en una obra su testimonio. El otro es Claudio Caamaño. Con las notas de Peña Jáquez, la historia de la guerrilla de Caamaño se amplía por revelaciones y nuevas versiones. El combatiente aprovecha para aclarar especies tejidas en torno a su situación.  Su extravío ha sido interpretado por muchos como deserción, cobardía, pánico. Este capítulo de su primera llegada al país procedente de Cuba, donde se entrenó militarmente el grupo, está cargado de patética emoción aunque las contrariedades e inflexibles órdenes del coronel Caamaño entorpecieron el patriótico arribo, descrito por Toribio como un poema glorioso.

“Antes de llegar a la orilla Caamaño dio la orden de virar 20 grados a estribor. Yo me di cuenta que si cumplía ese mandato nos voltearíamos por la fuerza del oleaje. Traté de hacerle llegar mi reparo en voz baja por medio de los compañeros pero fue inútil. Repitió la misma orden: ¡Virar 20 grados a estribor! Consecuencia: nos volteamos y caímos al agua, por fortuna no estaba muy hondo y podíamos estar de pie. El agua me daba al cuello”.

Claudio Caamaño y él, añade, tomaron el bote y regresaron a su posición normal. “Claudio se acercó y me dijo: ‘¿Ves ese lucero? Es del que debes guiarte para volver al yate’. Entonces se separó de mí para volver a tomar posición rumbo a la playa. Cuando se va alejando, viene hasta mí Caamaño y me pregunta si me siento capaz de volver al yate desde el punto de vista de la orientación y me ofrece que otro de los compañeros retorne conmigo para ayudarnos a orientarnos mutuamente. Le dije que no, que me sentía ya liberado al estar en la Patria y creía que podía realizar solo esa misión, porque ellos serían menos en la playa y si se presentaba un problema estarían menos cubiertos militarmente”.

Tras narrar detalles transcurridos a partir de esa conversación, como el oleaje que lo alejó del punto de arribo, de sus compañeros, el desperfecto en el motor al que penetró agua salada en el tanque de la gasolina, el desmonte, la reposición por el de reserva y otros inconvenientes, Toribió refiere que miró al cielo tratando de localizar el lucero que le había señalado Claudio. Lo siguió en la dirección que imaginó lo conduciría mar adentro. Pero no localizó el Black Jack.

“Calculo que ya los he pasado por el tiempo que tomo en el trayecto y decido regresar haciendo zig-zag lentamente. No los encuentro…”.

Entre una y otra línea, Toribio hace comentarios de sus compañeros. Por casi todos evidencia aprecio, pero Heberto y el coronel Caamaño merecen su mayor veneración. Cuando dijo al líder que podía reiniciar solo la travesía, éste le tocó el hombro y se dirigió hacia la playa.  Fue su último contacto con el comandante al que “el disco que más le gustaba era “La Bohemia”, y del que evoca la superación política con que lo encontró en Cuba, a diferencia del que combatió en abril. “Era un lector infatigable, lleno de curiosidad, firme, pero capaz de mostrarse paternal en el interés de ayudar a un compañero en dificultades. Rígido a veces pero, en sentido general, profundamente humano”.

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