REPORTAJE
Tiranicidas: Sangre,  deshonras y muertes

REPORTAJE<BR>Tiranicidas: Sangre,  deshonras y muertes

La semana del 5 al 11 de junio se inició y concluyó saturada de tragedias y dolores para los implicados en el tiranicidio. Cacería, sangre, muertes, interrogatorios, torturas, venían acompañados del estro enriquecido con producciones de todo género al “eximio” caído, unas compasivas, tristes, otras  implacables como la que publicó A. Antonio Ballenilla Q.; “No nos pidas piedad por los malvados, / no te ofendas si con ello blasfemamos, / porque si tú por piedad los perdonaras, / nosotros no podemos perdonarlos”.

 El día cinco la República fue sacudida por la  muerte de Juan Tomás Díaz y Antonio de la Maza, ocurrida la víspera tras cinco días ocultos en casa de los doctores Robert (Robbie) Reid Cabral y Ligia Fernández de Reid. El seis, el reputado pediatra se cortó las venas.

 La tarde del cuatro fueron “capturados” Luis Manuel Cáceres Michel (Tunti), Salvador Estrella Sadhalá y Marcelino Vélez Santana. El número de prófugos, según comunicado de las Fuerzas Armadas, quedaba “reducido a tres”: Luis Amiama Tió, Antonio Imbert Barreras y César Estrella Sadhalá. El “apresamiento” de César Estrella se anunció el 10 de junio al igual que el de José René Román Fernández. Imbert y Amiama no fueron descubiertos en sus escondites. Salieron en diciembre de 1961.  Lo cierto es que Salvador Estrella, Tunti y Vélez Santana se entregaron.

Las entrevistas a Pedro Livio Cedeño en su lecho de herido y las de los miembros de la  OEA a los familiares de los héroes, colmaron la cotidianidad. También se presentó a la prensa el carro en que viajaba el tirano el día  que lo ajusticiaron y el jueves ocho se celebraron en todos los templos del país unas exequias especiales por el alma del “Preclaro”.

Mientras Luis E. Suero, secretario de Justicia, declaraba trabajar sin desmayo para esclarecer  “este horripilante crimen”, el chofer Zacarías de la Cruz,  era condecorado por Balaguer con las órdenes del Mérito Aéreo y Naval de Tercera Clase “por su valiente y destacada conducta frente a los autores del vil y cobarde atentado”.

Ramfis era congratulado  por su cumpleaños, “agobiado por el dolor ante la irreparable pérdida de su preclaro progenitor” y en la columna “Minutero”, atribuida a Francisco Prats Ramírez, se afirmaba: “Era mentira. No tenían ningún ideal político, no tenían convicciones doctrinarias. Pisaron el negro lodo del crimen guiados por el espíritu de traición… Muchos de los complicados habían sido cercanos amigos del adalid sacrificado. Podría hacerse un álbum con numerosas fotografías donde ellos figuran al lado del Jefe inolvidable, sonreídos y orgullosos. Sería un eterno escarnio. Sería una vergüenza más grande que todos los castigos…”.

Prensa manipulada.  Los hechos relacionados con las muertes y entregas de los conjurados fueron tergiversados por La Nación y El Caribe. Aseguraron que De la Maza y Díaz  “entraron a la fuerza” a la residencia de Reid, “amenazando con matar a su esposa e hijo”,  cuando  fueron conducidos allí por el doctor Marcelino Vélez, amigo de “Robbie”, consciente de que éste conocía el plan y los acogería. Donald, su hermano,  estaba involucrado y servía de contacto a los conjurados con el gobierno de  Estados Unidos donde se encontraba el 30 de mayo.

Tampoco les pidió que se marcharan, como se publicó en crónicas ilustradas con fotos del médico, su esposa embarazada y su pequeño Armando. La Nación  reprodujo casi completo el interrogatorio a que lo sometieron en el SIM el cinco de junio y es obvio que no se mencionara la “escopolamina” (suero de la verdad) que le pusieron en el café ni que los esbirros le manifestaron que era hombre muerto. Porque Reid Cabral habló con su familia al ser “libertado”.

Le dieron hasta el martes seis, a las ocho de la mañana, para “salvar a los suyos” y si no, tendría “un accidente de automóvil”. Algunas declaraciones de Reid coinciden con lo relatado por su hermana Anne en el libro “Esa última semana”, pero se ocultaron  amenazas y  fabricaron versiones. Él se negó a firmar que De la Maza y Díaz pidieron avisar a Rómulo Betancourt que el tirano estaba muerto y  preparara la revolución, como se publicó, porque no era cierto. Entre las pocas verdades está la petición de Juan Tomás de que le suministrara pastillas de cianuro, pues “no se iba a dejar tomar preso”.

Robbie se ocasionó cuatro heridas  en las muñecas con una navaja de afeitar pero no para “poner término a sus tormentos” ni por “la fuerte presión nerviosa a que estuvo sometido”. El fatídico seis de junio más de diez “cepillos” rondaban su casa desde las siete  de la mañana.  “Sabía que volverían a buscarlo pues ya en el interrogatorio lo habían sentenciado… Debió entender, escribió Anne, que  no tenía alternativa. La decisión final tenía que ser suya”.

Juan Tomás y De la Maza salieron el cuatro y  pidieron refugio en una casa de la calle Espaillat, que le negaron. A las nueve de la noche la “Oficina de Seguridad” recibió ese dato y sus agentes les siguieron el rastro hasta alcanzarlos en la avenida Bolívar frente a la ferretería Read donde se desmontaron de un carro público. Se produjo un intercambio de disparos en el que cayó muerto Díaz. De la Maza falleció más tarde en el hospital “Marión”. Sus cadáveres fueron presentados a la prensa en la morgue del hospital militar “Doctor Miguel Brioso Bustillos”, de la “Base Aérea Presidente Trujillo”. Nunca más aparecieron.

El periodista Carlos Curiel detallaba el seis los impactos de bala que presentaba el carro de Trujillo, mostrado a los reporteros  por Santos Mélido Marte, Marcos Jorge Moreno y Leland Rosemberg. Lado derecho 13 perforaciones. Vidrio de la ventana posterior completamente destrozado. Cortinillas traseras con perforaciones. Estribo manchado de sangre con fragmentos de vidrio. Un proyectil incrustado en la batería… “Los asaltantes, después de cometido el horrible crimen, desprendieron violentamente el acojinado del asiento posterior”, escribió. Raúl A. Pineda hijo, de La Nación, contó 60 agujeros en el Chevrolet Bel Air modelo 1957.

Curiel, Rhadamés V. Gómez P., Francisco Comarazamy, eran los  reporteros de El Caribe tras las novedades del “atentado”. En La Nación se destacaban Luis Ovidio Sigarán, Julio C. Bodden, Rafael César Hoepelman.

El 9 de junio Comarazamy recogió las declaraciones de Pedro Livio Cedeño en la habitación S-4 del “Brioso Bustillos”, revelando que “el plan no era matar a Trujillo sino secuestrarlo y obligarlo a abandonar el país”.

Un día después se produjo otro revuelo: José René Román Fernández, hasta hacía pocos días secretario de las Fuerzas Armadas, estaba siendo interrogado en relación con el asesinato.

La semana cerró con tres decretos de Balaguer, uno cancelando a Juan Tomás Díaz las condecoraciones del Mérito Militar,  las órdenes de Trujillo, del Generalísimo, del Mérito Naval, Mérito Aéreo, Mérito Policial, el Gran Cordón Presidente Trujillo y las Medallas de Estero Hondo y Constanza. Otros dos  quitaban las de Luis Amiama  y  Amado García Guerrero.

El día anterior se marchó del país Johnny Abbes, ex jefe del SIM. Aquí quedaban  cientos de autores desolados, cantando a la grandeza del “Perínclito”. “Mi querido e Ilustre jefe, hago uso de esta pluma mía que tanto se honró cantando a sus glorias inmarcesibles”, escribió Tomás Casals Pastoriza. Y Virgilio Hoepelman, apesadumbrado, consignó”: “No tengo ganas de escribir, apenas si puedo sentarme, tengo un nudo en la garganta. Cada vez que recuerdo a Trujillo y la noticia de su muerte, me parece que estoy soñando, que soy víctima de tenaz y cruel pesadilla, que a la postre he de abrir los ojos y que todo eso que me pasa no es verdad, no puede ser verdad…”

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