Reportaje
Toribio narra  forma en que se extravió

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Después de haber tocado la orilla corrió en la oscuridad lanzando señales sonoras con la boca. Nadie le contestó. Había perdido a sus compañeros y aunque luchaba intensamente por encontrarlos, la búsqueda fue inútil. Luego le informarían que, desorientado, desembarcó “a más de un kilómetro de distancia del primer punto”.

Pensó que encontraría al grupo en el entronque de la carretera y, mojado, guiado por el ruido de vehículos, con la cara quemada por el agua caliente del radiador del yate, recorrió sin éxito la vereda. Vio venir una luz y se lanzó al suelo. Un señor y un jovencito se alumbraban con una lámpara.

Toribio Peña Jáquez narra pormenorizadamente este infortunio con suspenso estremecedor que provoca saltar las líneas de su capítulo “Ya en la orilla” para adelantarse al desenlace. Se trata de las notas  de sus memorias inéditas, dictadas a Guaroa Ubiñas Renville. “Entendía que tenía una conversación pendiente con el pueblo dominicano y por su carácter poco dado a la escritura la fue posponiendo. Los amigos no le dábamos descanso recordándole la importancia de ese compromiso”, escribió el médico en 1985, en lo que sería la introducción.

Salvando tierra virgen, pisando espinas, echando a un lado cambrones afilados le sorprendió la medianoche solo, preguntándose por sus camaradas de travesía, negándose a admitir que no habrían llegado ya a la playa ni marchado a las lomas de Ocoa. “Yo debía irme aunque fuera solo para allí. Era la única forma posible de encontrarlos”, razonó. Salió a la carretera y al pasar un camión le hizo señas para que se detuviera. “No lo hizo”.

 “Vi venir otro vehículo. Decidí detenerlo por la fuerza y encañoné a sus ocupantes, unos misioneros norteamericanos. Esa circunstancia me hizo pensar que en mi trayecto a Ocoa podía pasar más por desapercibido. Habían descendido del vehículo, les ordené subir y me coloqué detrás del conductor. Les ordené ir a Ocoa”, narra.  Refiere Peña Jáquez que la “Station Wagon” representó otra adversidad pues se calentaba mucho por la rotura de una manguera y cada 15 minutos había que echarle agua al radiador. En esas condiciones, explica, “era imposible llegar hasta Ocoa”. Entonces optó por dirigirse hacia Santo Domingo y buscar apoyo a la guerrilla aunque se preguntaba a quién contactaría tras tantos años de ausencia, matizados por las variaciones políticas.

“Tomé mis cuatro prisioneros, tres hombres y una mujer, y me dirigí a mi casa donde debían estar mi mujer y mis hijos”, apuntó.

No encontró palabras para describir el encuentro y la reacción de su familia al verlo llegar en esas condiciones, con uniforme militar, armado, acompañado de prisioneros y a esa hora. Ya en la casa llamó por teléfono a quienes fueron a recogerlo. (No los identifica). Salieron para libertar a los secuestrados desde otro lugar.

“Después se sabría qué pasó con los compañeros del desembarco: Caamaño envió al compañero Nelson Galán en el mismo bote, sin haberlos localizado, finalmente los del  bote tuvieron que llegar a nado a la playa”, comenta.

Peña Jáquez expresa desacuerdo con lo publicado por Hamlet Hermann en su libro “Caracoles” y reitera que fue “una canallada” del ingeniero atribuir su pérdida “a propósitos personales, alejados de la hermosa misión que veníamos a cumplir”. Muestra su satisfacción porque, posteriormente, el autor rectificó la especie en su libro “Caamaño”.  En estas notas aún dispersas, Toribio Peña Jáquez contó su historial político completo y posiblemente las vivencias de un segundo desembarco junto a Claudio Caamaño y Manfredo Casado Villar en 1975. En los papeles recuperados dedica un capítulo a la guerra de abril en el que hace impresionantes revelaciones.

Éste, y su admiración por Eberto Geordano Lalane José (Eugenio El Fiero) son los más extensos de este conmovedor volumen que nunca llevó a la imprenta.  Describe la personalidad de Lalane, su valor, las deformaciones que dejó en su cuerpo la explosión de una bomba de fabricación casera en 1963, la gran solidaridad que desbordaba éste, su amigo que fue también su consejero y consolador, buen tirador, entrenador en caminatas, independiente pese a las limitaciones físicas. Se admira de cómo “apretaba y anudaba los cordones de sus botas con rapidez asombrosa”.

Y añade de su inolvidable “Fiero”: “Moriría el 16 de febrero de 1973, a los 27 años de edad, ahorcado con los cordones de sus botas por un oficial del Ejército del gobierno títere de Balaguer mientras yacía gravemente herido, sangrante e imposibilitado luego de ser emboscado en la Cordillera Central”.

En síntesis

Más de un desembarco

Las notas de Toribio Peña Jáquez cuentan su historial político completo y los detalles de un segundo desembarco junto a Claudio Caamaño y Manfredo Casado Villar en 1975. Dedica un capítulo a la guerra de abril en el que hace importantes revelaciones.

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