Reproches del Cardenal

Reproches del Cardenal

¿Desde cuándo causas nacionales no han sido causas de la iglesia? Creo innecesario remontar a las encomiendas, de aquella ignominia contra una raza desprotegida, y que por su defensa fue sacrificada por otra no menos explicada entre «lágrimas, sudor y sangre».

Amigas, como predestinadas para el infortunio, puestas a pruebas durísimas -me imagino las tantas plegarias de aquellos seres a sus «dioses» cuando ningunos conocían del personaje bíblico a quien se le atribuye luz y ánimo para los futuros cristianos que pasarían en el Imperio Romano las de Caín- en estas tierras sólo las voces más altas de la iglesia católica plantaron la semilla que más luego germinaría en la defensa de los derechos humanos, creó el Derecho Natural como resultado de aquellos sermones tan contundentes del Padre Las Casas, Fray Antón de Montesino y Fray Pedro de Córdoba, convertidos en el «escudo de la inocencia» como los definiera el doctor Balaguer.

Así que desde el alba, la nación dominicana ha tenido la voz de la iglesia en alerta. Para que la idea de la Primera República se vigorizara era necesario la presencia de un sacerdote maestro y guía espiritual de los Padres de la Patria, el padre Gaspar Hernández. Se forjó la independencia pero surgió de inmediato el vivero de tiranuelos, caudillos y falsos líderes políticos que obligó a fuertes enfrentamientos Iglesia-Poder. Es decir, habría que ser muy ignorante, con total desconocimiento de los principios históricos del pueblo dominicano para que permanezca callado un dignatario eclesiástico de la estatura del cardenal López Rodríguez, de palabras claras y destellantes para corregir desviaciones y hacer reclamos de conciencia desde el púlpito, sin detenerse la defensa de su causa ante ninguna consideración política.

Todos los procesos electorales de las últimas décadas se han visto salpicados de un protagonismo excesivo que pone en reflexiva duda la delimitación del curato y el político partidista, es verdad. Curas los ha habido proclives a causa partidarista que despiertan válidas suspicacias, pero al final han terminado emancipándose de sus auspiciadores. Pero el Cardenal se ha distinguido por la rectitud de mira sin detenerse en critica interesadas. En julio del 1996 el doctor Peña Gómez se quejaba de que «en la primera vuelta ganó a pesar de la alianza, a pesar del dinero y de la sotana, no de la sotana de un Mamerto Rivas, Priamo Tejada, José Grullón, Francisco Arnaiz, no de la sotana de tantos curas del pueblo». El gobierno de turno que ha sido estremecido por la pérdida de la ética administrativa y por la incompetencia ha sido necesario que sacerdotes «ayer amigos»tengan que reclamarle acciones contundentes para cerrar la brecha de desconfianza y el mal humor de los ciudadanos conscientes, de la gente humilde, laboriosa y decente de la gente sensata de este país que está crispándose a niveles peligrosos, fatigados y abrumados por las políticas zozobrantes en materia económica que le han sido impuestas. Sin embargo, el Presidente con impulso irreflexivo le ha pedido «soluciones a la iglesia», y el cardenal López Rodríguez, con la obligada e instintiva reacción de todo ciudadano responsable, con su recia voz le contesta: «Tápese los oídos si no quiere oír críticas. Para abril del año 2003, cuando sucedió este hecho, quizás los furores podían baja de tono pero inmediatamente surge la subordinada voz de Jesús Féliz Jiménez, expresando que «Iglesia, Prensa y Poder defienden corruptos».

La iglesia en las sucesivas pastorales sugirió cambios en el gabinete económico; también llamó a la serenidad y la prudencia del Ejecutivo involucrada en una lucha interna partidaria desgarradora y perniciosa para el estímulo y la confianza. No fueron escuchados, y menos complacidos. Entonces con una legitimidad gubernamental que no ha descansado en la autoridad y la responsabilidad de promover el bienestar general de todas las personas; con hospitales y los demás centros públicos de salud en abandono, los demás servicios públicos, y, sobretodo electricidad, tan descuidados, ¿podría el reproche, la admonición o llamada, cualidades que han distinguido como conciencia siempre alerta a sus ideales nacionales el cardenal López Rodríguez, permanecer en silencio en su mente de férvida devoción cristiana? Al igual que Portes Infante, Meriño y Nouel, no le gusta escuchar la áspera voz del que manda y mucho menos la refinada demagogia.

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