República Dominicana:
identidad, cultura y nación

República Dominicana: <BR>identidad, cultura y nación

POR MARIA ELENA DITREN FLORES
Al asomar la mirada al mundo de hoy, caracterizado por el desarrollo extraordinario de la ciencia y la tecnología, cuando la información puede ser compartida al instante por millones de ciudadanos en el mundo y el conocimiento parece permearlo todo, tenemos que tratar de situar en el imaginario universal a la República Dominicana actual vista desde el ámbito de la cultura, pues de lo contrario, no podríamos entender conceptos actuales como  los de identidad y nación.

Si no revisamos aquellos criterios de Estado-Nación generados en Europa y cómo son percibidos en la actualidad, no tendremos oportunidad de entender las particularidades nacionales locales y hasta individuales, ni llegar a la comprensión de términos tan actuales como el de ciudadanía cultural.

Las destructivas guerras que tuvieron como escenario a Europa entre 1914 y 1945 y las terribles luchas intercoloniales, han dado paso a la Unión Europea con una sola moneda y proyectos culturales interconectados, lo que hace varias décadas era imposible imaginar.

El Convenio Andrés Bello, el MERCOSUR, los esfuerzos centroamericanos por incluir en los acuerdos económicos aspectos ligados al desarrollo cultural, son alentadores porque se trata de pueblos que vivieron en una lucha territorial que llenó de cadáveres la gran patria que soñó Bolívar para todos y que dibujaron Eugenio María de Hostos, José Martí y Pedro Henríquez Ureña en escritos inolvidables.

La verdad es que los sueños y la realidad aún distan mucho, pero no reconocer los avances experimentados sería totalmente erróneo. Sabemos, que los encuentros mundiales de cultura de México y Estocolmo y todas las jornadas auspiciadas por la UNESCO y otras instituciones en diversas partes del mundo, contienen brechas entre los postulados y la realidad y, ya sabemos que la globalización cada vez trata de convertir el arco iris en un color único.

Pero esa realidad, la caída de los grandes paradigmas, ha permitido intercambios utilizando los avances de la ciencia y la tecnología, contribuyendo también a crear un marco fructífero de solidaridad.

Si vemos entonces a la República Dominicana dentro de este contexto, nos daremos cuenta de que existen tres países. el de los ciudadanos que viviendo en el territorio nacional satisfacen plenamente o por lo menos parcialmente sus necesidades de salud y educación, vivienda y recreación; el de los emigrantes dispersos en diversas partes del mundo y, el de los habitantes que no pueden satisfacer sus necesidades básicas.

Este último, es el país de las inmensas mayorías nacionales, mayoría que ni siquiera tiene conciencia de sus derechos sociales y culturales, consagrados en tratados internacionales y una compleja legislación local con su Constitución, leyes, decretos, reglamentos y ordenanzas.

Desde 1225, con la Carta Magna Inglesa, los derechos han sido reclamados y comenzaron a aparecer en leyes. En 1948, con la Declaración Universal de los derechos Humanos y en  otras resoluciones de carácter general, los Estados del mundo han acogido numerosas decisiones para garantizar los derechos sociales de sus ciudadanos, sintetizados en una educación adecuada, techo seguro, una alimentación apropiada y la garantía de los derechos culturales. El segundo país, el de los emigrantes, amerita también una atención especial, para soñar que un día no existirán tres países, sino uno solo, donde la identidad cultural sea el hilo conductor.

Los signos están ahí; ¿Qué hace por ejemplo  a Félix Sánchez llorar de emoción envuelto en nuestra bandera nacional por haber rescatado su identidad sin haber nacido en el país y prácticamente sin hablar español que no sea lo que dijo Jorge Luís Borges  al referirse al concepto de patria «Arda en mi ese límpido  fuego misterioso»

Es verdad que Julia Alvarez escribe en inglés, pero cada una de sus novelas van en la búsqueda profunda de la identidad dominicana y, el hecho de haber tenido una reina representante de la «belleza universal», fenómeno que históricamente nos ha resultado un derroche de cursilería e insubstancialidad, se convierte de pronto en un acontecimiento del cual todos nos sentimos orgullosos, sumado al resultado de los rayos equis de los 42 bates de Sammy Sosa, que ya ha llevado al pintor dominicano residente en estados Unidos Paco Rodríguez, a proyectar una exposición que reitera la búsqueda incesante de aspectos identitarios que parecen consolidarse en el rescate y difusión de la obra de Pedro Henríquez Ureña.

Nunca olvidaré las protestas del Coro Universitario de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) cuando participábamos como invitados especiales en el evento «Europa Canta» y, al trasladarnos en un autobús, oímos decir en una emisora de Victoria en el país Vasco, que Juan Luis Guerra era de otro país del continente, arrancándonos de cuajo uno de nuestros creadores esenciales.

Lo que existe hoy como nación y como identidad, tiene su historia narrada en textos sumamente importantes,  pero necesitamos cada vez mas una reflexión que nos coloque como proyecto de nación en las nuevas vertientes del mundo contemporáneo.

Para el destacado intelectual brasileño Renato Ortiz, «La Nación es históricamente fruto de la industrialización, un tipo de formación social que hace de la movilidad una de sus características principales. En este sentido, la sociedad nacional que es industrial, se diferencia radicalmente de las sociedades agrarias pasadas, en las cuales los límites de las culturas, de los intercambios comerciales, de las fidelidades políticas, se encontraban confinadas a regiones particulares. El mundo del antiguo régimen estaba constituido por unidades dispares entre sí. Existía por ejemplo, un universo campesino cuya especificidad se reflejaba en el campo de la cultura (conceptos particulares de tiempo y de espacio), de la política, de la religión, de la economía».

Y el uruguayo Hugo Achécar expresa: «El mismo hecho de que hoy podamos des-construir el proyecto de creación del imaginario nacional de los países latinoamericanos durante el siglo IXX por parte de los hegemónicos, indica que dicho proyecto ha perdido fuerza. Posiblemente indica además, que estamos en un nuevo proceso de construcción de lo nacional, futuro que seguramente no podrá tener los rasgos del proyecto decimonónico y que exige la revisión del pasado. Es posible también, que estemos en un nuevo momento fundacional, pero el «esfuerzo fundacional» de hoy no podrá afirmarse única ni fundamentalmente en el poder de los letrados. No podrá porque hoy en día los dueños de la memoria, ya no son los dueños de la palabra. No podrá además porque la memoria no es una y los dueños de la palabra son muchos y diversos, No podrá porque los dueños de la nación no son -no deberían serlo- los dueños de la palabra».

Estas dos visiones, aplicadas a la realidad nacional, echarían por tierra las tesis aplicadas a la nación dominicana que ven sus dificultades a partir de la realidad de compartir la isla con el Estado Haitiano.

¿Está en realidad en peligro de disolución la nación dominicana? El proceso de conformación de lo que vendría en febrero de 1844, Pedro Henríquez Ureña lo ve como idea de lo nacional a partir de la independencia Efímera. Los diversos elementos van a conformar esto que fue un simple imaginario en nuestros libertadores, pasó por un proceso de siglos donde las bases originarias aborigen, español y africana, interactuaron en una frontera imperial que generaría expresiones culturales nuevas, resultado de la necesidad de sobrevivencia y de la creatividad y potencialidades de nuestro pueblo.

La contradicción histórica entre liberales y conservadores reflejará la viabilidad o no de la nación dominicana. Duarte y los Trinitarios de un lado, Santana y Báez del otro, serán símbolos de las posibilidades reales de un Estado Nacional, donde las Montoneras  caracterizaron la existencia de gobiernos débiles y breves, mientras a través de nuestros poetas anhelábamos un porvenir que nos lanzara hacia la modernidad.

Es evidente que las ideas del contrato social que cimentó Juan Jacobo Rousseau como una de las bases teóricas de la salida del absolutismo en términos de la actualidad, aún no han sentado sus reales en nuestro país.

La identidad nacional no parte del hecho de que exista una amenaza haitiana; la mejor demostración es, que si bien la independencia nacional a diferencia de la mayoría de los países del continente no se hace contra la metrópoli sino contra el país vecino, diecisiete años después estamos en confrontación con España, generando la más popular y exitosa de nuestras luchas por la soberanía y no hubiésemos combatido con firmeza las dos invasiones norteamericanas durante el siglo XX, lo que demuestra que los sectores esenciales de nuestro país, lo que han hecho es defender su soberanía, ya sea de Haití, España, Estados Unidos o de cualquier dominación extranjera. En términos concretos hemos redefinido nuestra identidad cultural nacional.

Compartimos el criterio de Néstor García Canclini cuando señala: «En la medida en que llegar a la civilización significa para la mayoría aumentar el intercambio con los otros más o menos cercanos, sirve para renovar la comprensión que teníamos de sus vidas. De ahí que las fronteras se vuelvan laboratorios de lo global. Por eso, buscaremos comprender cómo se modula lo global en las fronteras, en la multiculturalidad de las ciudades y en la segmentación de públicos mediáticos» y, agrega con su lucidez acostumbrada: «habrá que ver cómo se modifica la manera de mirar la integración si la narran empresarios, ciudadanos o indocumentados».

El origen de las fragmentaciones territoriales del proyecto colonial y las resistencias, dieron como resultado naciones como Panamá, que fue un desprendimiento de Colombia o la existencia de dos Repúblicas en una isla como es el caso de Haití y la República Dominicana

La diversidad cultural que genera estas realidades, nos debe conducir a la integración, no a la exclusión. Debemos dialogar por encima de los prejuicios y asumir cada uno su sello identitario en un proceso enriquecedor por encima de las posiciones ultranacionalistas, demostrando que la verdadera expresión cultural sale de la creatividad y potencialidad de los pueblos.

Vivir en un mundo globalizado o en proceso de mundialización, pertenecer a una nación en este momento donde se desdibujan las fronteras a través no sólo de los millones de seres humanos que se trasladan de un sitio a otro estampando sus huellas, nos obliga a repensar los criterios de identidad y nación y rechazar los ultra nacionalismos que tanto daño han hecho a la convivencia humana y al desarrollo mismo.

Lo que parece una desgracia nacional, el hecho de que más del diez por ciento de los dominicanos esté residiendo en el exterior, no sólo es uno de los renglones fundamentales de nuestra economía, sino una conexión con niveles de postmodernidad que contribuye a un desarrollo de maestros nacionales al más alto nivel científico-técnico, lo que puede ser un factor determinante para la superación de los niveles de subdesarrollo que perviven en nuestra sociedad.

Los conceptos de nación, identidad y cultura en la actualidad, nos obligan a repensar lo nacional dentro de la mundialización, no para negar nuestras esencias ni responsabilizar a otros de nuestras debilidades, sino para atrevernos con creatividad a despertar las potencialidades dormidas y competir en esta difícil carrera con obstáculos para llegar a la meta sin perder el aliento.

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