Haití, Perú y Nicaragua están pagando ahora sangre, dolor y lágrimas
Cuando la barba de tus vecinos veas arder, pon la tuya a remover, dice un refrán. Esto corresponde ahora a propósito de Haití. Tras un primer enfoque humano y solidario, que implica solidarizarse con su pueblo, con su gente, un pueblo bravo, que tiene el logro de ser la primera colonia del nuevo mundo en independizarse y abolir la esclavitud.
Sin embargo, un pueblo que desde hace mucho sufre crisis alimenticia, sanitaria, económica e inestabilidad política. Duele decirlo, pero sí: Haití es un Estado fallido. Ojalá que tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, desarrolle capacidad de autogestión (lo más digno y bello para un pueblo es su independencia y soberanía), de diálogo entre los sectores.
Que su burguesía no fuera tan rampante porque la riqueza de su élite versus la pobreza extrema de la mayoría de los haitianos es una de las razones principales del fracaso de Haití como Estado.
Ojalá también que sus ONG disminuyeran intermediaciones y ganancias, para que la ayuda llegue más a la gente y no se quede en el camino. Todo esto para que la receta no sea nueva vez la intervención extranjera, que en el pasado reciente no solucionó el problema, como lo vimos con la Minustah, que contuvo pero no implicó avances en las aristas política, institucional y económica, y que, pese a ese fracaso, se perfila ahora como lo práctico.
Ahora bien, República Dominicana debe aprender en cabeza ajena, no solo de Haití, sino también de Perú y Nicaragua. La lección imperante es la necesidad de institucionalidad y desarrollo económico que sea con democracia y equidad social.
Lo vemos con Haití donde la desigualdad social es tan marcada que implica que el Estado sea incapaz de asegurar lo más mínimo: el registro civil o la seguridad ciudadana.
Lo vemos con Perú, donde la peruanización de la política no es la persecusión judicial de quienes presuntamente desfalcaron al Estado. ¡No! La peruanización de la política es la falta de legitimidad social de sus partidos por tener dirigentes tan vinculados a la corrupción que hoy no son considerados opciones de poder sanas frente a la población.
Lo vemos con Nicaragua, donde queda claro que al poder y a las reelecciones hay que ponerle límites. Que la Justicia cuando no es independiente es peligrosisíma porque se convierte en un instrumento para perseguir y que los principios se traicionan, sin importar si son discípulos de luchas y maestros tan dignos como el mismo Sandino.
Haití, Perú y Nicaragua están pagando ahora sangre, dolor y lágrimas. República Dominicana que vea esto y aprenda estas lecciones. Ojalá el aprendizaje sea a la buena y no a la mala, porque la historia de la región demuestra que como quiera, tarde o temprano, será.