Repulsa navideña

Repulsa navideña

Dar, regalar, halagar, dispensar son signos de generosidad humana que se magnifican en la navidad. En República Dominicana, el gobierno siempre tacaño con el pueblo, e irreverente en su desinterés histórico por el bienestar real de la sociedad, se desborda regalando cajas navideñas con el Presidente de la República a la cabeza.

Es una vieja tradición que no refleja la benevolencia del Estado Dominicano, sino su violencia histórica en el maltrato a los derechos ciudadanos y el no reconocimiento de la decencia humana que debería llevar al gobierno a invertir más en educación, salud, vivienda y seguridad social.

Es repulsivo ver las escenas de reparto de cajas, gente atropellada o desmayada en busca de unos cuantos comestibles. El acto en sí y la forma del reparto llevan a concluir que los funcionarios del gobierno disfrutan el espectáculo, y que el pueblo en su miseria se hace parte del circo político.

Con frecuencia se escucha decir que al pueblo dominicano le gusta el dao. Así se asigna culpabilidad a quienes reciben la dádiva y no a quienes organizan el circo para ejercer poder sarcástico.

Es cierto que los políticos están compelidos a regalar en navidad y en cualquier otra época del año. Es cierto que la gente espera el dao. Pero utilizar ese argumento para justificar la continuación del clientelismo como remplazo de políticas públicas para reducir la pobreza y la desigualdad no es discurso ni práctica aceptable, y mucho menos de un gobierno que prometió modernidad y progreso.

La diferencia entre la generosidad propia de la navidad y el clientelismo político es que la caridad tiene como fundamento el altruismo generoso. Quien otorga la ayuda no espera recibir nada específico a cambio más allá quizás de una simple gratificación afectiva.

El clientelismo, por el contrario, se fundamenta en atar la ayuda a la lealtad política. Las relaciones de poder clientelistas consisten en un intercambio instrumental y particularista, que las distingue de otras formas de relación social basadas en la generosidad o en la legalidad institucional.

En República Dominicana, como los pobres carecen de recursos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas y las políticas públicas no son efectivas, muchos políticos utilizan los fondos públicos para generar apoyo político. Por eso el clientelismo no es caritativo ni filantrópico, sino manipulativo e instrumental.

Quien lea este artículo podrá preguntarse, ¿y no es mejor que el pueblo reciba algo del gobierno, aunque sea una caja navideña?

Tal vez sí, pero estas no son las únicas opciones. Lo correcto sería que el gobierno dominicano, mediante políticas públicas efectivas, elevara el nivel de vida de la gente, y así hubiese menos espacio para la manipulación clientelista o el circo patético que se genera cada año en torno al reparto de cajas navideñas.

La crítica aquí no se refiere al desprendimiento altruista que se ejerce de manera desinteresada; sino al intercambio que conlleva un interés y un resultado político utilitario.

En sociedades de fuerte tradición clientelista como la dominicana, muchos políticos cuando llegan al gobierno mantienen políticas económicas adversas a los pobres, precisamente para contar con una población necesitada que les apoye a cambio de dádivas.

Por eso los gobiernos han invertido tan poco en educación y salud, y por eso la Presidencia de la República ha controlado un alto porcentaje del presupuesto nacional.

En vez de justificar el clientelismo navideño o ser parte de la algarabía del reparto, el gobierno debe hacer mayores esfuerzos para satisfacer las necesidades de la población sin que ésta tenga que recurrir a un funcionario o político para recibir una dádiva de consolación.

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