La semana pasada, grande fue la sorpresa de los transeúntes, paseando por las orillas del río Ozama o cruzando los puentes, hacia la autopista de las Américas. Miraron dos veces Habían desaparecido los Cilindros Cromointerferentes del célebre pintor venezolano Carlos Cruz-Diez, con su fascinante geometría de colores, infortunadamente en proceso de avanzada degradación, por la falta de conservación.
Es que los silos de Molinos Dominicanos, completamente cambiados después de su intervención por Cruz-Diez, formaban parte del ambiente monumental capitaleño, agregando un toque contemporáneo, festivo y elegante, a la cercanía de la ciudad colonial y de los barrios modestos de la zona Este. La gente apreció su belleza diferente y los quiso desde que se inauguraron en julio del 1994.
Sintomática es esta reacción de una persona humilde, chocada por su desaparición: Siempre estuvieron aquí, era una antigüedad, una antigüedad La reflexión tiene dos aspectos interesantes. En primer lugar, la impresión en alguien joven, de que existieron desde los inicios. Luego, la calificación de antigüedad, por su presunta edad, por su naturaleza valiosa y probablemente por su evidente deterioro.
Recordamos que el maestro Cruz-Diez había mencionado que, cada dos años se debía verificar el estado de la pintura y darle eventuales toques de restauración, y según nos parece recordar, cada ocho años, proceder a un remozamiento completo. Esto, si se trataba con la debida consideración, la más importante obra de arte público, realizada en Santo Domingo por un artista caribeño y latinoamericano.
Pero no sucedió así. Jamás se restaurarón, Año tras año, los veíamos palidecer bajo los efectos del sol y las intemperies, los veíamos descarcararse inmisericordemente. Nadie tomaba en cuenta esa degradación de un magnífico bien colectivo, el complejo industrial pasó del sector público a manos privadas. Y desde entonces, los despellejados gigantes, otrora rutilantes, fueron amenazados de muerte.
Lograron escapar una primera vez, gracias a artículos indignados de Carlos Francisco Elías y de quien escribe, entre otros clamores. Se observó hasta una incipiente intención de salvación, y al menos se detuvo el propósito de destrucción . Sin embargo, habiendo cambiado de dueños por vez segunda, los silos fueron condenados sin apelación, y una ejecución sumaria puso fin a una efímera historia de familia, de amor y de arte.
Ocurrió en Santo Domingo exactamente lo contrario de lo que pasó en el Puerto de La Guaira, donde Carlos Cruz-Diez pintó sus Cilindros de Inducción Cromática sobre los silos del puerto. En Venezuela, con el tiempo dejaron de funcionar como silos , y quedó solamente la obra pictórica, un orgullo y un poderoso atractivo para el turismo . Aquí, en nuestros molinos, el orden triunfó: silo es silo, almacen es almacen, no cabe la pintura! Y mucho menos si esta intrusa implica una alteración de provechos y pérdidas.
No deja de ser contradictorio, cuando se habla de Arte Público, de arte para que la comunidad entera lo contemple y lo disfrute, de obras murales y otros proyectos al alcance del pueblo. Proteger lo poco que tenemos en ese renglón, y especialmente cuando se trata de una obra maestra, obsequiada por una gloria de la plástica continental y universal, era un deber, a compartir entre las instancias oficiales y los responsables privados que ciertamente no tenían recursos suficientes-.. Resulta obvio que una empresa artística de tanta envergadura por el grado de deterioro debido a la negligencia- precisaba de una participación conjugada y de medios cuantiosos. Pero estamos convencidos de que un llamado público, insistente, reiterado, se hubiera escuchado, resonando aun su eco en Venezuela ( Camilo Venegas, Diario Libre, p.25, 18 de diciembre) y consiguiendo cooperación.
No hay excusas suficientes. La propiedad intelectual, el rescate de la obra de arte y el interés público están por encima de los términos de cualquier contrato incompleto, sujeto a una posible revisión y enmienda. El talibanismo no sólo se manifiesta, pulverizando los budhas, en los predios de Afghanistan. Lo acabamos de comprobar, a menor escala, en circunstancias y con motivaciones distintas
[b]UNA HISTORIA VENEZOLANA Y DOMINICANA[/b]
Emprender la pintura de los silos fue una iniciativa extraordinaria, que requirió la voluntad y los medios de CORDE Corporación Dominicana de Empresas Estatales-, entidad pública entonces dirigida por Quique Antún, propietaria de los Molinos Dominicanos y de la fábrica de pinturas Pidoca.-. Fue una labor titánica, perfectamente programada y mixta, con la Embajada de Venezuela embajadora María Clemencia López Jiménez-, la Dirección General de Bellas Artes director Ricardo Bello- y por supuesto el maestro Carlos Cruz-Diez.. También colaboró una cantidad de trabajadores y técnicos no identificados, hasta expertos en alpinismo.
Cruz-Diez se sentía particularmente vinculado a la República Dominicana. El era sobrino-bisnieto de Juan Pablo Duarte. Revela el historiador José Ignacio Jiménez, que su madre, Mariana Diez-Francisco, era hija de Mariano Diez y sobrina-nieta del máximo prócer. El abuelo del maestro venezolano fue uno de los hijos del general Mariano Diez, hermano de la madre del libertador. Fue, aparte del entusiasmo y la generosidad natural del artista, una motivación para que donase a la República Dominicana, el proyecto, la maqueta realizada en su taller de Caracas por un hijo-, la supervisión de la obra, sin pedir nada a cambio.
Hace exactamente 10 años, en noviembre del 1993, 55 hombres, enfrentando riesgos, vientos y altura, comenzaron a pintar los 11,200 metros cuadrados de paredes de los 28 silos, que necesitaron 1516 galones de pintura (cifra que nos parece muy baja). El reto se cumplió y concluyó ocho meses más tarde. El 3 de julio 1994 se inauguró la obra en el curso de una ceremonia impresionante que finalizó con fuegos artificiales y el encendido de reflectores especiales-, un espectáculo jamás visto..
La verdad es que, en contraste, el funeral de este increible logro inter-institucional y personal, prometido a la posteridad, se hizó de modo subrepticio, sino avergonzado, como el de un creador genial, enterrado de noche en la fosa común.
Vivieron los famosos Cilindros Cromointerferentes de Carlos Cruz-Diez, renovación y metamorfosis de una arquitectura industrial, trama de líneas, ritmos y colores, joya de la cooperación y del altruismo. El maestro de Caracas, que inventó ese proceso, óptico y cinético, en París, en el año 1964, lo describió así: Movimientos ondulatorios diferentes al desplazamiento real de la trama, desarrollan una luminosidad superior a la que tendrían esos mismos colores, aisladamente, pasando de un estado bi-dimensional al de un volumen aparente. En suma, una fiesta del color, concebida para que todos la disfruten y participen en ella, sin tener que ir a un museo o una galería de arte.
La tragedia ha sucedido. Las responsabilidades son múltiples, y no solamente imputables a la insensibilidad y la ignorancia artística de quienes sepultaron la obra. Además subsisten interrogantes. ¿ No habrá firmado el maestro Cruz-Diez un contrato con CORDE, estipulando en una de sus cláusulas obligaciones de mantenimiento y conservación? O él estuvo ciegamente confiado en la seriedad del Estado dominicano? ¿Cuando se traspasaron los molinos y su edificio a la propiedad privada, no se hizo referencia en el contrato de venta a los silos como obra de arte, y nuevamente a la obligación de cuidarlos y preservarlos? ¿No se analizó jurídicamente la cesión de los silos, como arte público? ¿No se distinguieron las sucesivas autoridades culturales por una total indiferencia y menosprecio respecto a la obra de Cruz-Diez?
Algunas voces opinan que, si existieran la maqueta, los medios y la aprobación de Carlos Cruz-Diez los cilindros podrían pintarse de nuevo. Lo creemos utópico y muy improbable. Hoy, lo que sentimos es lástima, pena y vergüenza.