Réquiem por otro Gran Notable

Réquiem por otro Gran Notable

Nada más lapidariamente cierto: ha muerto otro Gran Notable. El país ha perdido otro gran hombre. Su muerte, como la de otros valiosos, nos sobrecoge y entristece hondamente.

La ciencia médica está de luto y con ella los grandes valores, esos que  últimamente caminan patidifusos por nuestras calles. Ha muerto el doctor Hugo Mendoza. Físicamente nos deja; pero deja tras de sí su impronta. Y esa, por suerte para los que quedan, es imperecedera.

Le pienso y aún le veo por los pasillos del Robert Reid Cabral, “vestido de garza blanca”. Prudente, minucioso y sin estridencias. El que hablaba cuando los demás callaban y hacía correr la sabiduría. Los años que pesan como plomo. La experiencia hecha templo. Taciturno, alto y corvo. Cascarrabias casi siempre, como todos los de su estirpe. Inmensamente alto al lado de una minúscula periodista de cinco pies que insistía como una mosca molestosa abrevar en sus fuentes para emborronar su próxima crónica. Inmensamente grande. Era el Notable entre los Notables. El inalcanzable doctor Hugo Mendoza del CENISMI, el Centro Nacional de Investigación en Salud Materno Infantil que convirtió en una extensión de sí mismo; un laboratorio de ideas bullendo en la cabeza y en los cuadernillos que el viejo pediatra editaba artesanalmente con denodado esmero e irrebatible visión.

Le perdí el rastro al CENISMI, mas nunca le perdí el rastro al doctor Mendoza, el pediatra que en el cénit de su ejercicio terminó aceptando solo los casos de difícil diagnóstico. Tal fue siempre mi admiración. Sé que estaba recluido en su casa del Vergel desde hacía largo tiempo. Allí le vi hace años, más flaco y corvo que nunca. Cultivaba orquídeas. O eso creí cuando caminé con él por su patio tapiado de orquídeas tratando de atrapar su voz inaudible. Un honor estar a su lado otra vez. Acaso le habían crecido más sus ya grandes orejas, que se acomodaron como conchas para oír mejor lo que siempre tuvo necesidad de oír. También eso creí. Busqué el tic nervioso de su cara, tan marcadamente característico en él cuando exponía de pie en los salones donde se congregaba la comunidad médica científica para tratar los grandes temas de salud. Las interminables y enrevesadas sesiones para escribir la reforma del Sistema Nacional de Salud, esa de la que se han burlado los políticos y estadistas una vez y otra, también lleva su marca.

Se nos fue otro Notable. A la Pediatría dominicana se le siguen escurriendo de las manos los grandes notables. Tarea seria la de no dejar escurrir la herencia que dejaron. No solo la herencia de los voluminosos folios de sus hallazgos médicos, sino del incalculable valor de los principios y las normas éticas que predicaron los notables del Robert Reid Cabral, prédica inyectada con coraje y pulso firme en pasantes y residentes del ruinoso hospital de enseñanza.

Mi réquiem eterno a los admirables doctores Hugo Mendoza, Josefina Coén, Marianela Castillo de Ariza, todos con un denominador común: temple, entrega, devoción, pasión y, sobre todo, ética profesional y respeto por el ser humano.  Si acaso los médicos bisoños de las pasantías del Robert Reid Cabral o de cualquier otro centro de salud, público o privado; si acaso los estudiantes de medicina de ésta, la generación digital y del “multitasking”, necesitaran mirarse en espejo ajeno, los de Mendoza, Coén y Castillo de Ariza, quienes siempre le huyeron al relumbrón y las candilejas, siguen ahí, trascendiendo su permanencia física en heredad de las nuevas cosechas de pediatras.

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