Réquiem por Rafael de Láncer Sánchez

Réquiem por Rafael de Láncer Sánchez

Cuando me enteré se detuvo el tiempo y pasaron por mi mente tantos momentos irrepetibles. Sentí un frío recorrer mis venas. Con la voz entrecortada y la imaginación ardiendo tuve la cándida esperanza de que fuera un día de los inocentes y que me estuvieran jugando una broma pesada.

Este hombre de Puerto Plata, que siempre me dijo que su gran paso de avance fue el haber venido a la capital a vivir a Borojol, ha partido al mundo del eterno silencio. De espíritu humilde y reservado, temperamento fuerte, mente sosegada e incansablemente trabajador estuvo hecho tu material humano hasta el mismo día en que hiciste el equipaje con tanta prisa para usar tu boleto de ida. ¿Quién te habrá vendido ese boleto?

Increíblemente te tocó vivir en la misma calle a que iría yo a vivir… con varios lustros de diferencia… pero no nos conocimos ni entonces ni inmediatamente después. Nos unió la academia. La academia sana y bien lucida que nace del pensamiento transparente y el genio firme.

Por más de veinte años compartimos espacios y momentos y en ellos trazamos planes, como comprar un terreno, hacer un negocio, fundar instituto… ¡arreglar el mundo! Y ahora que ya te fuiste ¿con quién voy a hacer los trazos que arreglarán este mundo que tantas veces rediseñamos?

Hice mías muchas de tus teorías: el Estado salteador que se lleva nuestro dinero en impuestos porque no devuelve nada, el país crucificado entre dos ladrones… y así por el estilo. Ya no podremos rumiar estas quejas solapadas que nunca pasaron de ser el tema permanente de nuestros encuentros con vino, comida y canción.

Los amigos vienen y van pero cuando se tiene más de 50 no nos queda tiempo para amigos nuevos… es que una buena amistad toma mucho tiempo en construirse.

Buen hermano, será difícil –sino imposible- llenar el espacio de claridad, de verticalidad, de conducta honorable y sana, de resabios lógicos y pasajeros, de fraternidad a toda prueba que dejas con tu partida. No debiste irte así. Te fuiste muy rápido y sin avisar, tú que decías que no pospusiéramos tanto las cosas porque un día nos vamos sin cumplir. Irte tan rápido sólo te hizo bien a ti, porque las buenas almas se van sin sufrimiento y sin tormento, pero a los que quedamos en la tierra nos cuesta mucho acostumbrarnos a la idea de que no estarás.

Sé a ciencia cierta que nadie muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde y sé también que me encontraré contigo algún día y te diré como Miguel Hernández:

A las aladas almas de las rosas…

Del almendro de nata te requiero,

Que tenemos que hablar de muchas cosas,

Compañero del alma, compañero.

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