Rescatistas y familiares de mineros mexicanos se niegan a resignarse

 Rescatistas y familiares de mineros mexicanos se niegan a resignarse

Por Alexandre Peyrille
SAN JUAN SABINAS, México, Feb 22 (AFP) – Los familiares de los 65 mineros atrapados desde el domingo pasado en una mina de carbón en el norte de México y los rescatistas que intentan salvarles la vida se niegan a resignarse a lo peor.

   «No pierdan la esperanza, el trabajo que realizamos no es para encontrar los cuerpos, sino para socorrer a los sobrevivientes», señala José David Beltrán, un trabajador de la mina de San Juan de Sabinas que conducía el equipo de socorristas que luchan desde hace tres días en las estrechas galerías, donde los numerosos derrumbes retardan su avance.

   Esas palabras de consuelo son recibidas con aplausos por los centenares de familiares y amigos de las víctimas, apiñados delante de la mina y a la expectativa frente a la menor declaración.

   Desde la explosión ocurrida en la noche del sábado al domingo, hacia las 02H00 de la mañana hora local, no se pudo establecer ningún contacto con los mineros, cuyas posibilidades de sobrevivir son ínfimas.

   «Esperamos un milagro, a pesar de que sabemos que cada hora que pasa la posibilidad de encontrarlos vivos disminuye», admite el jefe del sindicato de mineros de México, Napoleón Gómez.

   Muchas mujeres en llanto, cansadas, tensas, con la sensibilidad a flor de piel, recorren los accesos a la mina o esperan, con el rostro pálido, en una carpa levantada por la ocasión.

   Voluntarios les sirven comidas y bebidas con una máscara de cirujano sobre la cara para protegerse del fino polvo de carbón que hay por todas partes.

   No duermen desde el domingo de mañana, y frente a cada movimiento inusual del otro lado de las rejas, se acercan esperando escuchar que los mineros fueron traídos a la superficie.

   Cuando el director de Protección Civil mexicana, Arturo, le informa que «dos derrumbes durante la noche del lunes al martes» bloquearon a los equipos de rescatistas a 50 metros del lugar donde pensaban encontrar a un primer grupo de mineros, se produjo una consternación general.

   El jefe de los servicios de rescate es abucheado por la muchedumbre, que se la toma con él y reclama las cabezas de los responsables del accidente.

   «Pero hagan algo; mientras ustedes hablan, ellos están cavando con sus uñas para salir de allí», implora Latecia Castillo, cuyo marido está atrapado por los derrumbes.

   Los dirigentes de la empresa minera que explota el sitio son el blanco de todos los ataques, y se los acusa de haber ignorado desde hace años las normas de seguridad en la mina.

   La partida de varias ambulancias que esperaban sobre la playa de estacionamiento de la mina provoca el pánico generalizado. «¿Por qué se van?, ¿no hay más esperanza? Que nos digan la verdad, cualquiera que ella sea, ¡no podemos más!», dice Claudia Rivera, que espera noticias de su tío Fermín Tabárez.

   «Normalmente, un minero no puede sobrevivir más de 72 horas», recuerda, mientras se seca una lágrima.

   Al igual que numerosas esposas, hermanas y madres de desaparecidos, no abandona la mina desde que se informó de la tragedia.

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